Los tecnócratas de la Seguridad Social nos pasarán factura, sin cargo, de lo que cuestan nuestras reparaciones y mantenimiento, y así nos percatemos de hasta qué punto, un mes con otro, somos solidarios con el prójimo o, por el contrario, indignas rémoras que dependemos de la caridad. También el departamento de mercaderes del Insalud, al final de cada ejercicio, debería entregar al paciente sano y al autónomo que no puede coger la baja el detalle de lo que les sale a devolver. Y deberíamos facilitar a nuestros hijos, antes de irnos a la cama, el costo desglosado de malcriarlos y el precio de los Reyes Magos de cada día. Convendría, además, que los escritores incluyéramos en las solapas de las novelas el precio de las horas exprimidas al alma y del arte que importamos de las estrellas. Al final, nos percataríamos de que vivir no es rentable y que todos necesitamos el eterno subsidio del amor.