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Arquitectura personal 1

La fotografía la reveló a ella

-Creo estar bien. Una amiga subió a Facebook una frase que decía que cuando estás entre tinieblas, lo mejor es que te quedes inmóvil y esperes hasta que los ojos se acostumbren. Pero no me gusta estar quieta. Me siento con una energía que había perdido.

-¿Por qué energía perdida?

-Tengo problemas reumáticos y de huesos, los somatizo y me afectan. Cuando pasa eso, me siento parada, como si me quitasen la pila, y la foto me recarga. La fotografía me cambió mucho la mirada del mundo, de la gente, de todo.

-¿Cómo se acercó a la fotografía?

-Siempre me gustó. Oliveira, que era fotógrafo en la plaza de la Gesta, me daba consejos, pero yo tenía prisa y seguía con mi automático. Mi madre siempre decoró la casa con muchas fotos familiares. Pero tenemos dos miradas muy distintas. A mí nunca me gustaron las fotos de pose. Ella recortaba cuando alguien estaba feo. Ahora no me permite hacerle fotos porque se ve vieja.

-¿Cómo es su madre?

-Una mujer superinteresante y muy atractiva. Yo debía ser la más fea porque falto en muchas fotos. Mi hermana era muy salada de pequeña, gordita, y a mí me recortaban, era sosa.

-¿Su hermana era más pequeña?

-Dieciséis meses mayor. Pero a partir de los 15 años yo ejercí de hermana mayor.

-Usted hacía fotos familiares, pero ¿cuándo decidió aprender a usar una cámara?

-En 2005. Dejé de trabajar por mis problemas de salud y como terapia me recomendaron que hiciera algo que me agradase.

-¿En qué había trabajado?

-De oficial administrativo en un centro de salud mental. Antes había pasado unos años trabajando con mi padre y mi tío en Cafés Areces, hasta que hice oposiciones.

-¿Cómo empezó a aprender fotografía?

-Con mi Canon Eos 650 me apunté a la academia de Ricardo Moreno.

-Ya había fotografía digital. ¿Por qué eligió una técnica antigua?

-Siempre creí que quien tiene base de ballet tendrá más facilidad para bailar de mayor. Pero lo que tuve en la academia fue un flechazo. Me vino muy bien el laboratorio porque soy nerviosa y acelerada y esos tiempos de esperar que el revelador vaya sacando la fotografía, luego el fijador? me obligaban a estar atenta a las cosas. Me enganchó el laboratorio y su silencio. Ahora estoy sola en mi estudio y no pongo música.

-Llegó a la fotografía con 42 años.

-Tarde, sí. Estaba en ese momento en que empiezas a desaparecer como mujer. Tengo una madre muy guapa y cuando salíamos juntas le echaban los piropos a ella. Después empezaron a echárselos a mis hijas. Con la fotografía empecé a existir como persona. Pasé de ser hija, esposa y madre a ser Marta entre personas que no sabían nada de mí pero que escuchaban mis opiniones. Me empecé a fijar en los clásicos, a ver exposiciones, a oír conferencias. Tuve altibajos... Alfredo se operó del corazón.

-¿Siempre llamó Alfredo a su padre?

-Sí, empiezo a llamarle papá ahora. A mi madre la llamo Anita, pero no le gusta tanto. A ella la llamo mamá, a veces mami, porque me sale la ternura.

-Operaron a su padre del corazón y...

-Luego sentí un vacío. Anduve yendo y viniendo de la academia, pero cuando la dejaba sentía mono. Iba por las mañanas, dos horas dos días a la semana, pero mis hijas tenían 14 y 11 años y debía estar atenta. También les hacía fotos a ellas y a sus amigas en la finca de Grado, buscando mi estilo. Fotografiaba y me repetía y así descubrí mis demonios.

-¿Cuáles son?

-Siempre he tenido complejo de no expresarme bien. Rodeada de personas más inteligentes o de más carisma, yo estaba a la sombra. Me sentía inferior, que no tenía nada importante que ofrecer. La artista era mi hermana, que tocaba el piano y le gustaban el arte y la cultura. A mí me gustaba el deporte, pero pronto tuve problemas. Estaba convencida de que servía para algo, pero no sabía para qué. Con la cámara vi que me acercaba a las personas y me sorprendió que las personas querían hablar conmigo y me metían en sus casas. Me pasó primero en Grado y luego en un viaje que hice a Cuba en 2009.

-¿Con quién hizo el viaje?

-Con mi marido y mis hijas. En aquellos años nos gustaba viajar y la salud y la economía nos lo permitían. En 5 o 6 años fuimos a China y a países árabes por si las niñas no tenían posibilidad de conocerlos más tarde. Nos gustó a todos La Habana, sobremanera a mí. Volví al año siguiente para hacer fotos sola. En el último momento se apuntó una amiga. Fue un viaje fotográfico, iba bregada de Grado y sabía más lo que me atraía.

-Usted dedicó dos series fotográficas a su padre. Me interesa mucho porque le fotografió en dos viajes. El segundo, el de la muerte. Parece que fue una figura importante para usted.

-Alfredo no demostraba cariño, ni era amable ni echaba piropos, pero era íntegro. De niña lo admiraba porque era fuerte, atlético, pero no había una relación especial que hay en otras familias.

-Un padre de antes.

-Sí, pero yo sabía que había algo detrás, que tenía una esperanza en mí. De niña me trataba como a un juguete, porque me trataba como un niño. Luego, en la adolescencia hubo ese alejamiento porque yo no era un niño. Y trabajaba tanto...

-Tenía fama de ser un carácter.

-Tenía mucho carácter y, sobre todo, era de palabra y cumplidor.

-Ser "de palabra" suele incluir ser de pocas palabras.

-Sí. Si en casa decía que no, ya no volvía a preguntar.

-Luego ustedes trabajaron juntos.

-De los 20 a los 25 años en Cafés Areces, en Grado. Me relacionaba con los amigos tomando un vino y luego comíamos deprisa para volver a trabajar. Comíamos sin hablar.

-¿Por qué dejó ese trabajo?

-Mi tío quería vender el tostadero y yo tenía fecha de boda. Preparé una oposición a la Administración del Estado, me tocó Madrid y renuncié. Luego saqué una oposición para el Principado.

-¿Había hecho alguna carrera?

-Empecé Económicas, pero piraba todos los días porque tenía un novio estudiando Derecho. Cuando dejé de estudiar, él pudo acabar Derecho.

-¿Sus hijas le reengancharon a su padre?

-Con ellas sacó toda la ternura que yo no sentía haber vivido. Nunca perdimos la relación. Yo iba a casa de Alfredo a diario porque vivíamos al lado, pero hablábamos de los papeles de su legado patrimonial o de cosas del día. Las niñas le sacaban las lágrimas, que aguantaba, y los besos. Fueron buenas estudiantes y dieron muchas alegrías. Siempre estuve con mis padres. Mi hermana Ana acabó Derecho y se fue a Madrid. Era más cariñosa con ellos, pero yo era la que estaba. Las palabras siempre se me dieron muy mal.

-"El penúltimo viaje" es el título de la primera serie que dedica a su padre.

-Él tenía un apartamento en Benidorm y durante tres o cuatro veces al año escapaba con mi madre diez o quince días. A mi madre le gustaba más la finca de Grado. Oye mal y se siente más cómoda allí. Mi padre hacía escapadas a Benidorm y se iba sin avisar. En mayo de 2012 dijo que se iba, me parecía que ya no podía hacer eso solo y me fui con él.

-¿Cómo fue?

-Allí cumplió 83 años y estaba bien, fuerte y con la cabeza bien amueblada, pero tuve la intuición de que no tendría muchas más oportunidades de tenerlo para mí sola.

-Diez días de convivencia tienen su riesgo.

-Iba con miedo, pero todo fue bien desde el principio. Me dejó la cama grande porque era más tranquila, me levantaba en cuanto le oía ir a la cocina, salía con él y era genial: hablas, saludas a sus amigos y conocidos... me presentaba con orgullo de padre. Hablamos de lo que cambió la vida de sus tiempos a los de mis hijas adolescentes. Y lo aceptaba.

-¿Tenían algo que arreglar?

-Nada. Los dos éramos de mucho genio, pero según lo echábamos se nos pasaba. Nos demostramos que estábamos muy a gusto juntos. Las palabras, los te quieros, no los dijimos en el último momento.

-¿Fue a ese viaje con un reportaje en la cabeza?

-No. Mis proyectos suelen salir por casualidad. Iba haciendo fotos de todo lo que hacíamos y él actuaba como si no se enterase.

-La mirada del fotógrafo no es inocente.

-Cuando miré a mi padre como fotógrafa, lo vi como otra cosa. Llegué a llorar porque vi que quedaban pocas oportunidades. Por eso metí prisa a la exposición "El regalo de la confianza", la de Cuba, para que vieran que lo que estaba haciendo no era una chaladura para estar por ahí todo el día. Elegí el Centro Asturiano porque allí crié a mis hijas, fui miembro de la directiva y está vinculado a Cuba.

-¿Qué tal salió?

-Superó mis expectativas y las suyas, vinieron familia y amigos de toda España. Durante tres semanas llenó el salón por el goteo de gente desde Grado. El día de la inauguración, en octubre de 2012, le noté cansado. Habíamos brindado con los cucuruchos del helado en Benidorm para volver en octubre. A los pocos días me dijo que se encontraba mal. Le acompañé al Centro Médico, donde tenía confianza con un especialista del corazón. Le hice un par de fotos con el móvil al llegar. Al salir, nos dijeron que fuéramos al hospital, que la cosa era seria.

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