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LELE AZCOITIA | Empresario y comerciante jubilado y exconcejal de Piloña

"Soy amigo de los descendientes de quien ordenó en el 36 fusilar a mi madre, que estaba en estado"

"Mi primera experiencia, con 7 años, fue el 14 de abril de 1931; delante de casa unas 50 personas gritaban: '¡Viva la República y mueran los Argüelles!' "

Lele Azcoitia, en la casa del Orrín, su domicilio en Infiesto, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA.

Luis Antonio Azcoitia Argüelles, Lele Azcoitia (Infiesto, Piloña, 1924) narra en esta primera entrega de sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA -a la que seguirá otra, mañana, lunes-, el intervalo que se abrió en su vida cuando en 1931 escuchó: "¡Mueran los Argüelles!", y, en efecto, al final de la Guerra Civil fueron cinco los fallecidos por ejecución o fusilamiento en su familia materna. Lele Azcoitia recorre en ese tiempo varios de los escenarios y situaciones más definitorios de la guerra en Asturias y es, por edad, de los pocos testigos que aún viven.

Farmacia y banca. "El primer antepasado del que tengo noticia por parte paterna es Antonio Azcoitia Juaristi, natural de Elgóibar, que vino en 1853 a Asturias a encomendarse a la Virgen de Lugás, porque andaba mal de la vista. Y mejoró. Era el padre de mi abuelo Saturio Azcoitia, que en 1880 se casó con su prima Maximina García Carvajal, que había nacido en Infiesto en 1864. Mi abuelo había hecho la carrera de Farmacia y se estableció aquí con una farmacia y con la Banca Azcoitia, más bien pequeña. Este abuelo era muy disciplinado: a la seis de la mañana ya tenía la farmacia abierta y estaba en la banca, pero hacia las siete volvía a casa desesperado y entraba a la habitación en la que estaba mi abuela y le decía: '¡España no puede prosperar, España se hunde, aquí no trabaja nadie; voy a comprar el periódico y está todo cerrado!'. Mi abuela abría un ojo: 'Pero, Saturio, ¿qué hora es?'. '¿Qué hora va a ser? Las siete y todo cerrado'. Tuvo mala suerte porque cuando le llegó el nombramiento de diputado provincial y tomaba posesión el 22 de diciembre de 1926, sucede que murió la noche anterior. Mi abuela traspasó la banca al Banco Popular de los Previsores del Porvenir, nombre del que desapareció lo de 'Previsores del Porvenir' y es el actual Banco Popular. Mi padre, Saturio Azcoitia, nace en 1895. Quería ser también farmacéutico, pero mi abuelo dijo que abogado. Y otro hermano suyo, Luis, quería ser médico y mi abuelo dijo que no: 'Tú, farmacéutico'. Mi padre se casó con Hortensia Argüelles Díaz".

Políticos conservadores. "Nací el 11 de mayo de 1924 y de rapacín estudié con las Hermanas Carmelitas y después en el colegio de San Viator, hasta segundo de Bachillerato. Mi primera experiencia fue el día de la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931. Estaba en casa, oigo voces, salimos al balcón y enfrente, en la carretera de Espinaredo, había unas 50 personas con banderas republicanas que gritaban: '¡Viva la República y mueran los Argüelles!'. Aquello me impresionó y no acababa de entenderlo. Es cierto que miembros de mi familia materna estaban muy metidos en política y eran conservadores. Por ejemplo, Luis Argüelles y Argüelles fue diputado provincial de 1907 a 1917, y gobernador civil de Albacete, Vitoria, Burgos, Coruña y Sevilla. Y su hermano José fue también diputado provincial por Infiesto de 1894 a 1911, y por Llanes y Cangas de Onís en el periodo 1913-1917. Después, fue presidente de la Diputación en 1930, hasta el 14 de abril de 1931, y gobernador civil de Lérida. Ambos colaboraban con su primo, Manolo Argüelles, que fue ministro de Hacienda y de Fomento con Alfonso XIII, y después fundador del Banco Español de Crédito. Trabajaban para que él siguiera siendo una personalidad en Madrid y cuando había elecciones se votaba 'a los Argüelles', no a un partido. Era una especie de caciquismo y a varios Argüelles les costó la vida".

Los niños, a Rusia. "Tras la Revolución del 34 estuvo todo muy agitado y la gente andaba muy descontenta. Estalla la guerra el 18 de julio de 1936 y el lunes siguiente, día 19, aquí no había nada de Guardia Civil porque la habían concentrado en Oviedo. Mi padre, que tenía una droguería en Infiesto, llama por teléfono diciendo que hacia nuestra casa venía un grupo de milicianos. Diez de ellos se repartieron: unos se apostaron en la carretera de Espinaredo y otros llamaron a nuestra puerta. Les abrimos, subieron a la primera planta, metieron la mano en un florero y marcharon. Preguntaron por mi tío Antonio y dijimos que no estaba. Este tío, junto a José Argüelles y al hermano de éste, Alfonso, habían huido de casa por detrás, donde estaba el molino y una central eléctrica. Cruzaron hacia un maizal y los tirotearon. Se separaron y José se fue hacia Espinaredo y los otros dos se fueron ocultando por La Cobaya, Valle (en La Corredoria), y Torín (Villamayor). En casa quedamos dos muchachas, mi tía Nieves (hermana de mi madre y ciudadana americana por matrimonio con un puertorriqueño), y los tres hermanos: Nieves, de 13 años; yo, con 12, y Saturio, de 3. Mi madre estaba en Infiesto ese día y la metieron en la cárcel. Estaba embarazada. Mi tía Nieves fue a ver a un conocido para que nos ayudase: 'Mi hermana está en estado y por favor te lo pido haz algo para ver si la sacan de la cárcel'. Contestación: 'No puedo hacer nada y tú tendrás que trabajar para mantener a tu madre, y a los tres niños los mandamos para Rusia'. Mi tía, que tenía mucho temperamento, por poco se come a aquel hombre. Vamos, que no lo arañó de milagro. Un buen día, después de jornadas con seis o siete registros diarios, nos manda desalojar la casa porque la iba a ocupar el batallón 'Somoza' y nos dieron lo que se llamaba la casa de Rosete".

Divorcios exprés. "Íbamos a ver a nuestra madre a la cárcel, pero el 6 de septiembre, creo que era domingo, nos dicen que el día anterior la habían sacado. Entonces mi tía Nieves envía en moto a uno de los empleados de la central eléctrica a buscarla. La habían llevado a Ribadesella (a ella, a otras dos señoras y a dos hombres), los habían conducido a La Guía, los fusilaron y los tiraron al mar. Unos pescadores sacaron del mar el cuerpo de mi madre y la enterraron en Ribadesella. Más tarde la trajimos a Infiesto. Mi familia no se esperaba algo así. Después de aquello y de que un día fueran a las dos de la madrugada a buscar a mi tía Nieves, que se negó a que unos milicianos se la llevaran, ella habló por teléfono con el Consulado cubano en Gijón (no había Consulado americano), y al día siguiente nos llevaron a Gijón y nos dejaron una casa en la calle Pablo Iglesias. Allí estuvimos desde septiembre de 1936 hasta que se acabó la guerra en Asturias, en octubre del 37. Mi padre se había escondido al comienzo de la guerra, pero le encontraron y lo metieron en la cárcel de Infiesto. Cuando salió, se vino a Gijón con nosotros. Pero alguien de Infiesto daría el aviso y lo llevaron a juicio. El presidente del tribunal le dijo: 'Saturio Azcoitia, ¿te acuerdas de mí?'. 'No, no'. 'Soy Juanito. ¿Por qué te escondiste?'. 'Por miedo a que me mataran'. 'Bueno, ¿acabaste la carrera de Derecho?'. Mi padre tuvo la tranquilidad de decir: 'Sí, un año antes que tú'. 'Pues tienes que trabajar en el Juzgado'. Y lo designan para la sección de divorcios. Contaba que le llegaba una miliciana con un pistolón: 'Quiero divorciarme'. '¿Su nombre?'. 'Fulanita de tal'. '¿Y su marido?'. 'Fulanito'. Los apuntaba y decía: 'Puede marcharse, ya están divorciados'. Era divorcio exprés".

Un kilo de parrochas. "Pero antes de un mes a mi padre le mandan a fortificar a Llanera, que era muy peligroso porque te pegaban un tiro los de allá, los nacionales, o los de acá, los rojos. Ya al final de la guerra, un día cogió el tren y se marchó. Mando aviso y fui a buscarle a la estación. No le reconocí: tenía barba y pelo largo, traía los zapatos rotos. En Gijón, pudimos hacer una vida normal porque allí no nos conocía nadie. Yo era el encargado de ir al economato a buscar comestibles, y con Marcelino Melendreras, que había trabajado con nosotros en la central eléctrica, y algo de dinero que nos mandaba mi abuela desde la farmacia de Infiesto salíamos todos los días a ver qué comida podíamos comprar. Harina, fabes, alguna patata. Un día a la semana se podía comprar pescado en la pescadería de Gijón. Íbamos hacia las nueve de la mañana para ponernos a la cola y hacia las siete de la tarde llegaban las barcas. Nunca encontramos más que un kilo de parrochas por persona, que valía cinco pesetas. Un día fuimos caminando a la Venta de la Esperanza, en la carretera de Villaviciosa, y pudimos comprar callos y dos o tres patas de ternera".

Biplanos franceses. "A todo esto, a mis tíos Antón y Alfonso los capturan en Torín y los llevan a la cárcel de El Coto de Gijón. Yo les llevaba la comida y en el jaretón de la bolsa iba un papel muy fino de seda en el que les contábamos cómo iba la guerra, que si tomaron Santander, que si tal o cual. Un día nos avisan de que los van a juzgar y en el tribunal, que estaba en un chalé de Los Campos, se presentaron 20 vecinos de Infiesto a declarar en su contra, pero aquel juicio se suspendió. En Gijón, cuando podía, me iba a la playa, y también conocí a Juan Ramón Pérez Las Clotas, periodista y director de LA NUEVA ESPAÑA, del que fui gran amigo hasta su fallecimiento en 2012. Hacia el final de la guerra cada vez había más bombardeos de los nacionales sobre Gijón. Un día llegaron 24 aviones franceses, que debían de ser de la Primera Guerra Mundial porque eran biplanos. Tres de ellos hicieron una maniobra, chocaron entre sí y cayeron sobre Casablanca. El día que tomaron Santander el bombardeo sobre Gijón fue horroroso. Vi la destrucción del teatro Jovellanos y cuando destruyeron la torre del palacio de Revillagigedo. Un día salimos del refugio y estaba todo nublado: era el humo del bombardeo sobre los depósitos de Campsa, que cubrió toda la ciudad".

Cadena perpetua. "A tío Antón y a tío Alfonso los meten en el barco-prisión 'Caso de los Cobos', en El Musel. Dormían sobre las chapas de hierro, pero después de que lo bombardearan les devuelven a la cárcel. A punto de terminar la guerra, ellos nos avisan de que les van a juzgar al día siguiente. Les acusan de que en la Revolución del 34 habían matado a un guardia de asalto. Era cierto que lo tuvieron encañonado, pero no lo mataron. Los vecinos de Infiesto que declaraban contra ellos se contradecían porque era mentira. Les condenaron a cadena perpetua, y esa misma noche los jueces se escaparon a Francia en barcos desde El Musel. Yo estaba en el Muro de San Lorenzo cuando llegaron los soldados nacionales. Fue emocionante porque nos estaban liberando. Los generales iban con sus capotes y los soldados en alpargatas. Quiero dejar claro que sé quién ordenó el fusilamiento de mi madre, que se marchó a México y no volvió. Viven sus descendientes, sobrinos nietos o hijos de hermano. Viven aquí y son muy amigos míos. Nunca hablamos de la guerra. Además de mi madre, los Argüelles que murieron durante la guerra fueron José Argüelles y Argüelles, al que cogieron en Espinaredo y fusilaron en la playa de San Lorenzo de Gijón, el 27 de agosto de 1936, a los 69 años; Fernando Argüelles Valdés, que era falangista y leñero, y saltó de un camión en el que lo llevaban esposado, pero le pescaron y lo mataron; Álvaro Argüelles y Argüelles, fusilado en Campo de Caso el año 1936, a los 57 años, y al hijo de éste, Gonzalo Argüelles Díaz, en el 36, pero nunca se supo cuándo ni dónde. Cinco en total".

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