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ENRIQUE PASCUAL JARERO | Profesor, ornitólogo, fundador de ANA

"La Guerra Civil nos cambió la vida a todos, incluso a los que no habíamos nacido"

"Mi padre emigró a Brasil cuando yo tenía 11 años, siempre consideré que me abandonó; mi amigo Paco Mori fue un poco su sustituto"

Enrique Pascual Jarero, en el jardín de su casa de Meres (Siero). fernando geijo

He aquí un hombre que no ha tirado nunca nada de lo que ha aprendido. Para no perder dos años en España siendo maestro sin poder ejercer, fue a Londres a aprender inglés. Allí se aficionó a ver pájaros. Regresó y fue profesor de Inglés durante 25 años.

El inglés y los pájaros le permitieron entrar a trabajar en Du Pont, empresa de la que está jubilado desde los 63 años, en 2004.

Muy activo, aprendió algo en la enseñanza: “Si no puedo hacer lo que me gusta consigo que me guste lo que tengo que hacer”. Le gusta repetirlo por si sirve a otro, porque le gusta ayudar.

Cuando se le pregunta a Enrique Pascual Jarero cómo se siente ahora, recita en italiano como el personaje de “Tosca”: “E non ho amato mai tanto la vita”. Nunca ha amado tanto la vida porque tiene la familia unida, pocas necesidades y cubiertas, ningún problema...

Casado con la inglesa Audrey Vivien Stevens, tienen tres hijos -Amanda, Robin y David (Cucu)- disfrutan de dos nietos, de 5 y 2 años. Todos viven en Asturias y se ven mucho.

-Soy de Oviedo, de 1942. Tengo un hermano, Antonio, 11 años menor.

-Primeros recuerdos.

-De las Dominicas y de los Maristas de la calle Santa Susana, junto a mi casa. Cuando se embarcaba una pelota gritábamos “María, pelota” y la señora María la devolvía al patio. En un interminable verano, mientras mi madre recogía la cocina, yo sacaba a mi hermano al Campo San Francisco. Me impuse leer “El Quijote”, un capítulo cada día.

-¿Cómo era su padre?

-Un ebanista de Santander que trabajaba para los chalés de la calle Toreno. Era afable y como le encantaba pescar me llevó a todos los ríos de Asturias y a los acantilados de Xagó y El Costao. A mis 11 años se fue a Brasil y no volvió hasta muchos años después, poco antes de morir, con su familia de Santander. Siempre consideré que me abandonó.

-¿En qué situación quedaron?

-Con lo poco que mandaba y lo que ganaba mi madre, una apreciada modista de niños. Cuando mi abuelo, que estaba desterrado a Cuenca, vino a Oviedo a morir, mi abuela quedó con nosotros y ayudaba.

-¿Cómo era su madre?

-Se llamaba Guillermina y era una Jarero de tomo y lomo, muy entera, tremendamente cariñosa y muy escaldada de la represión política. Me decía: “Kikín, no te signifiques”.

-¿Qué le pasó a su familia materna?

-Creo que eran socialistas y comunistas. Mi abuelo era secretario del Ateneo de Oviedo durante la República y lo represaliaron. A mi madre la exiliaron a Santander, donde conoció a mi padre.

-¿Los demás?

-Su hermano Enrique estuvo en un campo de concentración en Francia, de donde le recogieron unos intelectuales ingleses y fue profesor de español en la Universidad de Birmingham. Mi tío Luis se echó al monte y lo mataron en un enfrentamiento con la Guardia Civil en 1945. Todavía estamos investigando dónde pueden estar sus restos. La Guerra Civil nos cambió la vida a todos, incluso a los que no habíamos nacido.

-¿Pensó que su padre regresaría?

-Llegó un momento en que paró la correspondencia y las pocas cartas que se cruzaban no eran cariñosas, sino factuales: me pasa esto, estoy en tal sitio... Marchó porque era un poco aventurero y era la fiebre de emigrar a Brasil y volver rico o regresar si no iba bien. A los tres años ya se veía que aquello no progresaba, pero ni él se atrevía a venir derrotado ni mi madre a pedírselo y ser la causa de su regreso. Los separó el pundonor.

-¿Tiene recuerdos de la familia paterna?

-Sí, porque veraneé en San Salvador del Astillero, donde tenía una playa para mí solo. El abuelo José Pascual daba de comer en su bar a los afiladores y a sus aprendices. Comían un huevo a medias. Un día, el pinche se pudo tan pesado con comer un huevo entero que el afilador dijo: “Dálle un huevo entero anque revente”.

-¿Qué chaval fue usted?

-Juguetón, besucón y risueño. No tengo malos recuerdos. A los 10 años era solista en el colegio de los Maristas y luego lo fui en la Catedral en un coro con adultos. Canté misas por todas las iglesias de Asturias durante tres años y comí muchas pitanzas en casa del cura. Mi madre no iba a misa y cuando iba a verme le mareaba el olor a incienso. Cantar me llevó a la ópera de Oviedo porque necesitaban un coro de niños y me aficioné.

-¿Cuándo llegó a la ópera?

-A los 12 años. Seguí hasta los 16, que me cambió la voz. Estuve en el escenario con Giuseppe di Stefano y otras estrellas, en una época en la que había mejores planteles que ahora. Me gusta mucho la ópera. Veo las de Parque Principado y me viene a la cabeza que si un asteroide destruyera la Tierra y nos fuéramos a tomar por el culo se perdería esta combinación de talentos para siempre.

-¿Qué estudió?

-Fui maestro a los 16 años. Mi madre era maestra y me dijo: “En lugar de hacer todo el Bachiller y luego Magisterio, haz hasta cuarto de Bachiller, la prueba de ingreso y entra”.

-¿Qué tal le fue?

-El cura de Religión, “el Pollero”, preguntaba qué leíamos, contesté “Amor y pedagogía”, de Unamuno, que tenía en la exigua biblioteca familiar, y me quiso expulsar. Libré porque otros profesores me defendieron. Al recoger el título me dijeron que no había hecho la práctica del campamento del Frente de Juventudes. Junto a otros, muchos de la cuenca minera, me vistieron de falangista y nos mandaron a Pola de Gordón. Al día siguiente, al izar la bandera, debíamos explicar la consigna de José Antonio. Nos negamos.

-¿Por ideología?

-No, por puto miedo a salir ante los chavales a contar algo que no entendíamos.

-¿Dónde fue maestro?

-En ninguna parte. Cuando tuve el título, solicité escuela, cubrí un montón de papeles y me dijeron que era imposible hasta los 19. Había una gran ignorancia sobre lo que uno podía estudiar. Como me tocaba esperar, me fui a Inglaterra, con mi tío, a aprender inglés.

-¿Cómo fue el viaje en 1959?

-Tren a Venta de Baños, transbordo a Irún y, desde la frontera, tren a París, donde me esperaban unas cuñadas de mi tío. Al día siguiente me pusieron en otro tren a Calais, barco y tren hasta Victoria Station. Tenía 17 años y no sabía una palabra de inglés.

-¿Cómo era su tío Enrique?

-Un paisano estupendo, altísimo, que trabajaba de profesor de Español de lunes a miércoles y luego hacía traducción simultánea. Su mujer era vasca, niña de la guerra. Yo tenía dos primos pequeños, Luis y Alba. Me acogieron muy bien. Conocí a los republicanos en el exilio, un mundo ignoto y maravilloso que influyó en mi ideología.

-Impresiones de un recién llegado del Oviedo franquista al Londres demócrata.

-Mi tío me enseñó el metro y cómo ir hasta la escuela, en el Soho. El primer día no llegué porque tuve que pasar por toda la zona de “striptease”. Imagínate la experiencia. El segundo día estaba acostumbrado.

-¿Cómo vivía todo ese cambio?

-Con gran sorpresa. Llevaba una religiosidad imbuida de aquí. Fui dos domingo a misa, el tercero cambié de ruta, encontré otra iglesia y entré. Total, no entendía nada... Me dieron dos libros, uno de ellos de salmos, se pusieron a cantar y me encantó. Eran presbiterianos y los encontré entretenidos. A los dos meses lo dejé. La fe no se me sostenía y lo dejé, pero con malas conciencias. Pasé años de agnosticismo y dudas porque lo que te meten a embudo está ahí. Ahora soy ateo.

-¿Sólo estudiaba?

-Estuve dos años en un restaurante pelando patatas y dejándolas justo para freír. Me daba tiempo hasta para leer. Un día el jefe de los eventuales me dijo que ese trabajo daba de comer a dos personas y me pidió que lo hiciera más despacio para que entrara otro. La puerta delantera del restaurante no tiene nada que ver con la de atrás, con una cola de menesterosos que se ayudaban.

-¿Fue su único trabajo?

-Mi tío tenía un amigo con tiendas de regalos en Devon, que era como Marbella, y yo trabajaba allí en verano. Un día, estando a cargo de una tienda, vinieron dos chicas a pedir trabajo. Una de ellas era Audrey Vivien Stevens, mi mujer desde 1967. Le di el trabajo y todavía no lo soltó. Vino conmigo a España con 20 años.

-¿Por qué volvió?

-Mi madre me telefoneó porque me habían declarado prófugo. Vine a librar la mili, aduciendo que mantenía a mi madre. Los documentos se conseguían en el Ayuntamiento con buenas maneras y varias cajas de puros para el plumífero, seguramente hijo de viuda de franquista. No se hablaba de corrupción. Busqué dónde trabajar pensando en ser maestro, pero una amiga de mi madre habló de que en la calle Cabo Noval estaba la Cambridge School de Paco Mori, quien me contrató. Fue una persona muy importante en mi vida, excelente amigo hasta que murió hace dos meses, un poco el sustituto de mi padre en manera de vivir y valores. Cuando te quedas sin padre a los 11 años lo echas en falta.

-Su carrera como profesor de Inglés.

-Mi mujer y yo dimos clases en Cambridge y en la Escuela de Secretariado Bilingüe, luego Turismo. Fui profesor en el Instituto de Noreña y en 1972 pasé al colegio de Meres, del que Paco es uno de los fundadores, el primero privado que intentó educar niños fuera de las garras de curas y de monjas. Acabó en manos de un cura de los avelinos de cuyo nombre no quiero acordarme. Funciona muy bien, pone muchos medios. Allí estuve 20 años y puse en marcha los primeros intercambios con Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos en los veranos.

-¿Cómo descubrió la ornitología?

-Fui de vacaciones con tío Enrique y familia a una zona de marisma al este de Londres y mi primo, de 11 años, tenía que hacer un proyecto para el colegio que consistía en identificar aves con una guía. Pensé: “Joder, qué cosa tan bonita”. Hasta entonces creía que todos los pájaros eran iguales.

-¿Y al volver a España?

-En España si mirabas a los pájaros eras un invertido. La idea era “pájaro que vuela, a la cazuela”. Fui comprando libros, luego unos prismáticos, quise aprender solo, pero es muy difícil. Una alumna de la academia me habló de un primo suyo de Santander, anillador de aves, que venía a Pendueles. Me hice amigo suyo. Como ir a Llanes eran muchas horas de viaje cada fin de semana acabamos alquilando una casita. Mi mujer sabe más de aves, pero yo soy mejor divulgador.

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