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El abrazo del oso pardo

La especie más emblemática de la naturaleza asturiana pasó de ser considerada una alimaña a un símbolo que aporta riqueza económica a los lugares donde pervive l Ahora, sin embargo, está empezando a hervir un caldo de cultivo con manifestaciones de rechazo, o casi, al "rey de los bosques"

El oso que apareció muerto en Moal el pasado día 9.

Como quiera que los últimos acontecimientos en torno a una de las grandes joyas del patrimonio natural asturiano, la muerte por un disparo de un oso pardo a punto de comenzar una de las fases de su vida más tranquila, la edad adulta -si es que en nuestra admirada Asturias un gran animal como el oso tiene algún momento de tranquilidad, dada su convivencia permanente con los humanos-, me he propuesto reflexionar sobre la posible imagen que de esta especie ha percibido nuestra sociedad a lo largo de milenios de convivencia, pacífica unas veces y antagónica la mayoría de los tiempos.

Revisando bibliografía he recordado un opúsculo francés publicado en París en 1843 en el que el autor a su llegada a una Asturias salvaje opuesta en todo a los calores mesetarios y en su descenso desde el puerto de Pajares escribe lo siguiente: "Durante seis meses del año, cuando el frío amontona las nieves, los osos son los negros demonios que reinan en estos lugares". Pero, ¿esta percepción de la especie era compartida por nuestros paisanos?, ¿desde cuándo y hasta cuándo? Intentaré resumir mis propias impresiones en las siguientes líneas.

El oso venerado: competidor y prestigiosa pieza de caza

Hace muchos miles de años que en Eurasia y Norteamérica los humanos autonombrados sabios y los osos pardos hemos compartido territorio, refugios y alimento, por lo que es fácil suponer que los conflictos entre ambas especies debían de ser cotidianos. Las representaciones pictóricas paleolíticas, las costumbres de pueblos indígenas americanos y algunas tradiciones ancestrales sugieren una clara admiración hacia el antagonista capaz de matar a cualquiera de nuestros ancestros. Indudablemente, la piel del oso ha tenido que servir como abrigo, su carne como alimento y alguno de sus atributos como adorno hasta bien avanzada la protohistoria.

La estrecha relación del mundo romano con los osos se evidencia por la utilización de su imagen en numerosos mosaicos y su empleo como fieras en los combates circenses. Se habla de 400 osos sacrificados en una sola jornada en el Coliseo, por mandato del emperador Nerón; cabe suponer que algún oso ibérico sería trasladado a Roma para divertimento de sus moradores.

Los primeros reinos cristianos peninsulares, entre ellos lógicamente el de los ástures, también llevan la imagen de este animal a sus manifestaciones artísticas, representándolo en gran cantidad de capiteles y canecillos. La leyenda de la muerte del segundo de nuestros soberanos, el rey Favila, en el 739, en combate cuerpo a cuerpo con un oso, magníficamente representada en los capiteles de la iglesia de San Pedro de Villanueva, denota que este animal y su caza deberían ser privativos de la nobleza, cuestión que persiste durante toda la Edad Media y que queda evidenciada en "El libro de la Montería" del rey Alfonso XI de Castilla, que ve la luz mediado el siglo XIV.

El oso, enemigo a abatir por heroicos cazadores

En el siglo XVI comienza a considerarse al oso como una fiera a abatir por cualquier medio y se inicia el proceso de su desaparición en muchos de los tradicionales cazaderos peninsulares; la lucha contra las alimañas se generaliza y las diferentes autoridades ofrecen premios por su captura, cuestión que facilita la utilización de las armas de fuego. Este objetivo persiste hasta bien entrado el siglo XX, cuando la regresión de la especie la fue arrinconando hasta los lugares más recónditos de la cordillera Cantábrica y los Pirineos. En los siglos XVIII y XIX surgen los heroicos cazadores de osos cuyos nombres han sido elevados a los altares de la cinegética por D. Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, marqués de Villaviciosa, en su conocido texto publicado en la monumental obra "Asturias", editada por Octavio Bellmunt y Fermín Canella; en ella se popularizan nombres como, Toribión de Llanos, Francisco Garrido Flórez, Manulón de Rita y, sobre todo, Xuanón de Cabañaquinta, que, entre otros muchos, ascendieron al Olimpo de los grandes héroes de nuestra tierra en aquel entonces. Tal vez hoy en día serían denostados por sus belicosas hazañas contra un animal que poco a poco ha ido adquiriendo carta de identidad como emblema ambiental de la naturalidad de nuestra tierra.

No obstante, la burguesía naciente del proceso de industralización, sigue considerando al oso pardo como pieza cinegética privativa, de ahí que muchos de los más afamados empresarios consiguen incluir a la especie en sus colecciones particulares. A su vez trampas, venenos y balas furtivas siguen manteniendo el incesante goteo que parece conducir al animal a su extinción. La percepción de la especie ursina por los campesinos la recoge Aurelio de Llano en su obra "Bellezas de Asturias, de Oriente a Occidente", publicada en 1928, cuando narra el ataque de un oso a una vaca en la vega de Ariu, en los Picos de Europa, y los pastores se lamentan de no poder cazarlo porque el macizo occidental es parque nacional.

En la primera mitad del siglo XX, la regresión padecida por la especie comienza a conformar un movimiento proteccionista entre los cazadores más ilustrados, a la par que un intento de erradicación absoluta por las clases más populares, que culmina en 1952 con la prohibición de la caza del oso en todo el territorio español por cinco años. De poco sirvió esta veda, el goteo de muertes continuaba imparable, muchas veces incluso por la utilización de venenos por parte de los responsables de su conservación para eliminar otra especies de depredadores, como el lobo o los mustélidos.

El oso, protegido por la ley

En la ley de Caza de 1902, el oso pardo había sido excluido de la lista de alimañas, adquiriendo la condición de especie objeto de caza, y en 1973 consigue una protección definitiva, categoría que mantiene en la actualidad. Con la llegada de la Autonomía, el oso pardo comienza a obtener cierto prestigio social tras la declaración del Parque Natural de Somiedo, su inclusión en el catálogo de especies protegidas de 1990, en la categoría de "En Peligro de Extinción", y la creación de organizaciones conservacionistas como el Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (FAPAS), la Fundación Oso Pardo, con sede central en Santander, y la Fundación Oso de Asturias. Un definitivo empujón hacia la conservación de la especie lo constituyó la aprobación del Plan de recuperación del oso pardo en el Principado de Asturias, apuesta personal del entonces presidente regional, Pedro de Silva, cuya sensibilidad ambiental y proyecto de desarrollo regional caminaban emparejados.

Desde entonces el prestigio y la imagen de la especie no han parado de crecer, hasta el punto de que con el innegable aumento de la población ursina, el mayor conocimiento de sus costumbres y lugares preferidos de alimentación, hibernación y encame, la mejora de los instrumentos ópticos y fotográficos, y la imparable sensibilidad social hacia la especie, el turismo de naturaleza y, especialmente el de observación de osos, se está revelando como un nuevo motor económico en los lugares donde la especie pervive y de la que muchos de sus habitantes se sienten orgullosos.

El oso, ¿nuevamente en el punto de mira?

Pero, ¿estamos en el buen camino?, en los últimos tiempos, desde diferentes lugares, medios de comunicación incluidos, se perciben ciertas manifestaciones de rechazo o casi a la especie. Como quiera que a río revuelto pasa lo que pasa, desde algunas organizaciones agrarias se empieza a cuestionar a los osos atribuyéndoles proximidad a los pueblos, daños -que, por cierto, siempre se han indemnizado-, abundancia de población, y un largo etcétera. A la vez los corifeos del ruralismo achacan al abandono del campo cantidad de extraños males sin distinguir si son churras o merinas; exceso de matorral, suciedad forestal, proliferación de alimañas, fuegos, etc., parecen ser culpa de unos urbanitas que vivimos de explotar a pobres campesinos y ganaderos sin recursos que viven de las migajas que les llega de un ente extraño llamado PAC.

En este caldo de cultivo que hierve desde hace tiempo, en el saco del todo vale con tal de denostar a quien tenga otra opinión por reposada y meditada que sea, se acaba de cruzar un joven oso pardo en plenitud de su vida. Sano, musculado, bien alimentado, con todo un futuro por delante en uno de los entornos más privilegiados del mundo, un desalmado lo puso en el punto de mira de sus odios y de su intransigencia social; desgraciadamente apretó el gatillo.

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