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Hembras sin complejos

Los desequilibrios en el reparto de roles entre los sexos se dan también en la fauna, aunque en algunos grupos es frecuente la paridad y en otros ellas le han dado la vuelta a la tortilla

Hembras sin complejos

El sexismo, la desigualdad en razón del sexo, no es sólo cosa de hombres, como rezaba aquel célebre eslogan del brandy Soberano (1960), hijo del machismo imperante en la época. La atribución de roles en función del sexo tampoco es sólo cosa de humanos. El reparto de funciones en las parejas de animales es un asunto igualmente complejo y que, en todo caso, debe observarse y evaluarse bajo la lupa de la evolución, la biología y, sobre todo, del objetivo esencial de toda especie: su perpetuación, el éxito reproductor. Porque, a la postre, todo se reduce a eso: aparearse para criar, y criar la prole más numerosa y más capacitada para sobrevivir que sea posible. No obstante, la tentación de poner las cosas bajo el filtro antropocentrista es muy fuerte y a menudo lleva a humanizar (y malinterpretar) el modo en que los animales plantean y resuelven sus "contratos de convivencia".

Puestos a establecer paralelismos, y tomando como referencia la pareja formada por un macho y una hembra (entre los animales hay sistemas reproductores poligínicos -un macho se aparea con varias hembras-, poliándricos -una hembra copula con varios machos- y cooperativos -en los que intervienen varios individuos de ambos sexos, aunque las relaciones sexuales suelen limitarse a una pareja nuclear-), entre las aves se encuentran abundantes ejemplos de paridad, o cercanos a ella, en los que macho y hembra colaboran en la defensa del territorio, en la construcción del nido, en la incubación de los huevos y en la crianza de los pollos. Siempre hay uno que hace un poco más, pero el sistema es bastante igualitario y las diferencias no obedecen a un abuso por parte del que menos trabaja sino a una estrategia biológica que persigue cumplir del modo más eficaz posible el objetivo esencial de la reproducción exitosa.

Claro que para llegar a esa meta hay otros caminos: entre los mamíferos abundan los casos de machismo descarnado, en los que el macho se limita a inseminar a la hembra y luego se desentiende de ella y de sus vástagos. Algunas hembras, sin llegar a tanto, le han dado la vuelta a la tortilla y han asumido un papel dominante en las relaciones de pareja, como "sexo fuerte", ya sea sin perder su cualidad maternal o cediéndosela a su consorte. Las que han llegado más lejos son las hembras de los falaropos, unas aves de la tundra ártica (tres especies, una de las cuales, el falaropo picogrueso, es habitual en la migración de otoño en Asturias) que lucen plumajes de cría más coloridos y vistosos que los machos, son de mayor tamaño que ellos y dejan en sus manos todo el proceso de incubación y crianza una vez han puesto los huevos en el nido. La descarga en el macho del cuidado de la prole la han adoptado también los sapos parteros (el común es el presente en Asturias), que enrollan en sus patas traseras las ristras de huevos fecundados y los transportan y se encargan de humedecerlos hasta el momento de depositarlos en el agua para liberar las larvas, y los caballitos de mar y peces afines (la culebra y las agujas del género "Syngnathus"), cuyos machos disponen de una bolsa incubatriz en la que portan los huevos.

Las hembras dominantes más "conservadoras" no han renunciado al rol femenino "convencional", pero han tomado las riendas en su relación con el macho y en la interacción con otras especies. El ejemplo clásico son las aves rapaces, cuyas hembras son, por lo general, más grandes y corpulentas que los machos (hasta un 20 por ciento en el halcón peregrino), lo que podría explicarse como forma de mitigar la agresividad del macho en las relaciones sexuales o por su papel más activo en la defensa territorial y en la crianza. Sí existe una clara relación entre esa diferencia de tamaño y la selección de presas de cada sexo, útil para mitigar la competencia entre ellos y para aprovechar mejor los recursos a su alcance.

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