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El péndulo de América Latina

La victoria del conservador Piñera en Chile se suma a la de Macri en Argentina y a la destitución de Rousseff en Brasil para alertar sobre el agotamiento del ciclo izquierdista en el subcontinente

El péndulo de América Latina

La victoria del conservador chileno Sebastián Piñera en las presidenciales del pasado domingo ha reactivado la alerta, para contento de unos y disgusto de otros: el ciclo dorado de la izquierda transformadora en América Latina, iniciado con el siglo, está llegando a su fin. Los augures fundan su profecía en la suma de la derrota del centroizquierda chileno, la polémica y sangrienta victoria del heredero del golpismo Hernández en Honduras, el triunfo del derechista Kuczynski en Perú, la destitución de la izquierdista Rousseff en Brasil y el relevo de la peronista Cristina Fernández por el liberal Mauricio Macri en Argentina. Y para certificar el resultado de la adición, que se magnifica con la profunda crisis que atraviesa el faro bolivariano de Venezuela, repiten la advertencia lanzada a finales de 2016 por el entonces todavía presidente de Ecuador, Rafael Correa: "Son momentos duros".

Es difícil saber con exactitud cuánto hay de deseo y cuánto de análisis en este anuncio de cambio de ciclo. Lo que resulta innegable es que la sombra del hundimiento del chavismo y su agónica deriva dictatorial planean sobre unos dictámenes que, en ocasiones, no pueden ocultar bajo sus ropajes de análisis una inequívoca voluntad de consolidar un estado de opinión global que acelere el final de la crisis venezolana. De modo que, para arrojar algo de luz sobre esta ceremonia de la confusión, conviene añadir a la relación de cambios ya citada la relación actual de fuerzas en el seno del debilitado eje bolivariano, antes de anunciar qué otros relevos pueden esperarse en los próximos dos años.

De Norte a Sur, el eje bolivariano comienza con su referente histórico absoluto: Cuba. El castrismo está en compás de espera, después de que la apertura de Obama haya sido frenada en seco por Trump. El pasado jueves se anunció que la retirada de Raúl Castro, prevista para febrero, se retrasa dos meses. Cuba cuenta con creciente ayuda de China, que la tiene bien anclada en sus planes estratégicos. De la capacidad castrista para extraer del modelo chino lecciones aplicables a la isla dependerán sus posibilidades de sacar a la sociedad cubana de su cápsula del tiempo. En Cuba, cada jornada es para gran parte de la población, joven y mucho mejor formada que la de otros países del área, una dura lucha por ganar el pan de ese simple día. No se espera, sin embargo, que ese horizonte desemboque a corto plazo en una rendición a las presiones de Estados Unidos.

Más al Sur, Nicaragua es, hoy por hoy, un feudo del sandinista Daniel Ortega, que tras ganar las elecciones de 2016 no comparecerá en las urnas hasta 2021. Y ya en Sudamérica, llegamos a Ecuador, donde el sucesor de Rafael Correa, Lenín Moreno, que fue vicepresidente entre 2007 y 2013, se impuso en las elecciones del pasado abril pero ha emprendido un giro neoliberal plasmado en un severo plan de ajuste que juzga insostenible un déficit del 4,7% del PIB y pretende reducirlo al 1%. El enfrentamiento, claro, con Correa, que sopesa volver a la carga, es creciente. Ya a las puertas mismas del Cono Sur, en la plurinacional e indigenista Bolivia, el aymara Evo Morales, que rige desde 2005, es acusado de dictador por querer eliminar el tope de mandatos presidenciales y concurrir a los comicios de 2019. En conjunto, el eje bolivariano se mantiene, pues, en pie, aunque con el principio de deserción ecuatoriana. Pero, y ésta es la clave, el maná insuflado por Chávez desde principios de siglo gracias a los ingresos petroleros ha desaparecido y, con él, se desvanece el modelo de transformación hegemónica de la sociedad dentro de marcos democráticos. Ese que ha sido estudiado tan de cerca por la izquierda alternativa mundial, empezando por la española.

Además, los bolivarianos ya no cuentan con la figura complaciente de Cristina Fernández, envuelta en todas las contradicciones de la maraña peronista pero fiel aliada táctica del chavismo, a diferencia del hostil Macri. Y lo peor es que Brasil, el gigante del subcontinente, ha visto cómo Rousseff era desalojada de la Presidencia por un Parlamento plagado de imputados por corrupción, bajo una endeble acusación de maquillaje de cuentas públicas a la que no sobreviviría gobernante alguno. Rousseff, la heredera del carismático Lula, no habría sido liquidada si bajo su segundo mandato Brasil no se hubiera hundido en la mayor recesión en ochenta años, que ha dinamitado su milagro económico.

Decidir cuánto hay de realidad en el giro a la derecha latinoamericano exige también observar el calendario electoral de los próximos meses. La primera cita importante será México, en julio, donde ahora mismo reina en las encuestas el izquierdista López Obrador, pero donde el gobernante PRI, que recuperó el poder en 2012, aspira a cerrarle el paso mediante el tecnócrata Meade, al que el aparato de propaganda priísta bautiza como "el Macron mexicano". Después, en octubre, vendrá Brasil, y ahí, pese a estar inmerso en varios procesos por corrupción, el rey de las encuestas sigue siendo Lula, talonado por la ultraderecha del militar retirado Jair Bolsonaro.

Súmense la comparecencia por primera vez ante las urnas colombianas de las FARC, en mayo, y la eventualidad de que en algún momento del año se convoquen elecciones presidenciales en Venezuela y se verá que el péndulo no ha señalado aún cuál es su extremo favorito del arco. Mucho menos si se tiene en cuenta que en 2019 también se instalarán urnas en Bolivia, Argentina, Uruguay, El Salvador, Panamá y Guatemala. En total, en los dos próximos años un 75% de la población latinoamericana se pronunciará sobre el color de sus presidentes.

En todo caso, y más allá de los procesos electorales, los estudios demoscópicos sostienen que la población latinoamericana se ha derechizado en el último quinquenio. Lo ha hecho a la vez que se desmoronaba el atractivo de los dos grandes modelos transformadores, el venezolano y el brasileño, condenando a la izquierda latinoamericana, como a la del resto del mundo, a seguir buscando sus señas de identidad. El informe 2016 del Latinobarómetro, basado en muestras de 20.000 encuestados en 18 países, apunta, por cuarto año consecutivo, un alza de quienes se ubican en la derecha, hasta alcanzar el 28%, un 9% más que en 2011. Otro 20% se ubica en la izquierda y un 36% se sienta en el centro.

¿Se conocen las razones? Desde luego, se apuntan algunas como el empobrecimiento causado por el fin del boom de los precios de las materias primas, la exigencia de mano dura contra la delincuencia, el descrédito de la izquierda incursa en procesos por corrupción (Kirchner, Lula) e incluso el imparable avance de las iglesias evangélicas, con posturas muy conservadoras sobre el aborto o la homosexualidad. Claro que tampoco faltan analistas para asegurar que el retorno derechista ya no podrá tener los perfiles de neoliberalismo duro que caracterizaron la década de 1990. En todo caso, hasta dentro de unos meses no se podrá precisar si la izquierda latinoamericana entra en fase opositora. Pero tengan por seguro que antes oirán cómo se la da por liquidada en unas cuantas ocasiones.

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