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Crónicas gastronómicas

T. S. Eliot y el gato gourmet

De las peripecias de Cumberleylaude en los tejados de Neville Road al placer perdurable de la mesa que cultivó el autor de "Cuatro cuartetos", las cenas con los amigos y su afición al pato a la naranja

T. S. Eliot y el gato gourmet

Todos los gatos que he conocido eran, a su manera, gourmets. Exigentes gourmets. Los perros comen cualquier cosa, los gatos refinados no. Es imposible engañarlos con un jamón de York que no esté en las mejores condiciones de frescura, les gusta el salmón ahumado y se relamen con la nata. Cumberleylaude, el gato literario por excelencia, tenía inclinación, además de por el salmón, por el pato y los vinos franceses caros. En cierto modo, estaba hecho a la medida del escritor que lo glosó, T. S. Eliot, en un poema largamente olvidado que el poeta británico de San Luis envió en una carta a su amigo Anthony Laude. Laude, un joven de Cambridge, le había invitado a cenar y Eliot para darle las gracias, escribió la oda a su gato, un comensal especialmente exigente pero digno y hermoso cuyo carácter le conmovió tanto que sintió que tenía que escribir unas palabras en su honor. El gato sería incorporado posteriormente al elenco de "Cats", el famoso musical de Andrew Lloyd Weber.

Eliot escribió tres versos de seis líneas cada uno, en los que describía a Cumberleylaude como un gato perezoso que se esforzaba poco para ganarse la cena y la comida, incluso cuando se trata de las viandas de lujo que tanto le gustaba. Pero un día, advertía el poeta, encontrará las ventanas y las puertas cerradas y tendrá que dedicarse a cazar los dulces y estúpidos ratones de Neville Road. En 2006, un amigo de Laude, tres años después de su muerte, encontró la carta en un libro en su casa y la vendió en internet. Más tarde se publicaría. Eliot, a su vez, había muerto a los seis meses de aquella cena en Cambridge. "Time present and time past...".

En 1915, recién llegado a Londres, el poeta, que había aceptado un humilde puesto en la enseñanza que incluía casi todas las comidas, se asombró por los elevados precios de los alimentos en Inglaterra. Él y su esposa, Vivienne, apenas salían fuera a cenar. Preferían invitar a los amigos en casa. Pero a medida que el éxito creció, los gustos de los Eliot se volvieron cada vez más refinados "Me gusta la buena comida", escribió al editor Geoffrey Faber en 1927. "Recuerdo una cena en Burdeos, dos o tres cenas en París, un vino en Fontevrault, nunca las olvidaré", recordaba. "Los placeres de la mesa no son transitorios, permanecen para siempre". De una de esas cenas que jamás olvidó, en París, perduró el recuerdo del pato a la naranja, que acabaría siendo uno de sus platos favoritos. Su receta preferida del pato no era la clásica que lleva azúcar, vinagre, gelatina de grosella, naranjas y cointreau. Guardaba algo más de complejidad. Era el pato asado al horno con sus cavidades rellenas con tomillo, perejil, cebolla y las naranjas, y bien frotado con cilantro, comino y pimienta. Sobre un lecho de hortalizas, apio y zanahorias, regado con el vino blanco, y acompañado de una salsa elaborada con el zumo de naranjas , vinagre de jerez, mantequilla, caldo de ternera, azúcar y sal. Trabada, una especie de jarabe.

Las cenas gastronómicas con los amigos se convirtieron en un gran pasatiempo para Eliot. Frecuentó las del grupo de Bloomsbury. Como escribió Dorothy Parker, Bloomsbury vivía en círculos -mantuvo varias residencias- y amaba en triángulos. El más creativo de todos ellos involucraba a Clive y Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf) y Duncan Grant, que, además de tener un romance con ella, mantenía relaciones con John Maynard Keynes. El más complejo en cuanto a configuración, sin embargo, fue el de Lytton Strachey, Ralph Partridge y Dora Carrington. El primero amaba al segundo y la tercera estaba apasionadamente enamorada del primero. En esta especie de nudo gordiano emocional, la comida era una constante liberación. Carrington era una buena cocinera, sus cartas estaban llenas de promesas seductoras para agasajar a los amigos.

El 22 de junio de 1940, los Woolf cenaban con T. S. Eliot, William Plomer y John Lehmann cuando llegó la noticia de que Francia había caído en mano de los alemanes e Inglaterra se enfrentaba a la invasión. Se produjo un terrible silencio. El Blitz estaba a punto de comenzar, y con él el racionamiento. Los Woolf prestaron parte de sus tierras a la población local para que pudieran cultivar hortalizas. De repente, empezaba a resultar imposible escribir literatura, al igual que mantener una conversación elevada o esperanza en el futuro. Aquellos seres cultivados parecían terriblemente fuera de lugar.

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