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FRANCISCO FRESNO | Pintor y escultor

"Desde el colegio rechazo lo impuesto; me disgusta igual mandar que obedecer"

"Entré de pinche en un taller mecánico a los 15 años; luego pasé a los de rotulación y pintura, y me gustaban la independencia y lo artesanal"

El artista Francisco Fresno, en el hotel de la Reconquista, en Oviedo. IRMA COLLÍN

-Nací en Carda (Villaviciosa) en 1954, en una zona alta desde la que se ve la fábrica de El Gaitero. Al año y medio nos trasladamos a Gijón, entonces un desplazamiento largo que implicaba muchos cambios. Volvíamos algunos veranos. Ahora la autovía seccionó el paisaje y mis recuerdos.

- ¿A qué se dedicaban en su casa?

-Mi padre pasó del campo a los astilleros y a Uralita. Era muy emprendedor y, con el tiempo, hizo una casa en Castillo de Bernueces para venderla. No la vendió. Hizo una nave para una granja avícola de cuatro mil gallinas y estuvo endeudado hasta la jubilación. Era muy cumplidor y cuando pedía préstamos a particulares y a bancos se los daban. Mi madre y nosotros colaborábamos.

- ¿Cómo vivieron?

-Nunca nos faltó nada, pero llevaron una vida austera, sin vacaciones, y eso te queda como ejemplo de que las cosas se consiguen con esfuerzo y a largo plazo si hay constancia y se hace bien. También está el azar.

- ¿Cómo era su padre, Pepe Fresno?

-Más de hablar de cosas que de sentimientos, influido por sus circunstancias.

- ¿Cuáles?

-A los 3 años perdió a su padre y cuando tenía 15 a su madre; entraron en su casa dos milicianos republicanos que venían del frente de Cantabria y uno la asesinó con la bayoneta. Por locura. Su hermana se tiró por la ventana y el otro miliciano la ayudó a huir. Era el pequeño de cuatro hermanos, pero los dos mayores tenían problemas de salud, uno físicos y el otro mentales. Mi padre llevó el peso de la casa con 15 años, se puso a trabajar y se le notaba esa falta de guía.

- ¿Cómo eran las relaciones en casa?

-Según el estereotipo: él era autoritario, y mi madre, más sumisa.

- Hable de ella, Balbina Fernández.

-Vivían en Argüeru. Mi abuela encontró a un antiguo vecino huido y le dijo "¡Ay, fíu, no vengas por aquí!". Él tenía una pistola y le contestó: "Teresa, esto que traigo echa muchu fueu". El vecino y otros más quedaron en casa. Tiempo después llegó la Guardia Civil a casa y sólo encontró a mi madre y a mi abuela. Como mi abuela era mayor, se llevaron a mi madre a la cárcel de Oviedo. Eso la hizo contenida para la política, de "no te metas".

- ¿Cómo es?

-Tímida, afectuosa y preocupada por los hijos. Es buena en demasía, más de los demás que de ella misma. Aunque viene de un marco tradicional, tiene mentalidad abierta. Es creyente, dice que habla con el Señor y que le pide cosas, pero no materiales, a las que da la importancia justa.

- ¿Cómo era donde vivían?

-Viñao ahora está en el límite urbano, pero entonces daba miedo ir de noche porque sólo había una bombillina cada mucho. No existían el Chas ni el campus, el autobús pasaba cada mucho y los coches tocaban el claxon al tomar las curvas. Íbamos al colegio en bicicleta. Mi abuela Teresa vivía en casa. Era una paisanina de pueblo, con moño de castaña, una segunda madre que nos sacaba de paseo. Murió cuando yo tenía 15 años y le dijo a mi madre que sentía morir porque siempre estaba aprendiendo.

- ¿Cómo se relacionó con sus hermanos?

-Bien. Tengo uno siete años menor, que nació en Gijón. El mayor me saca año y medio. Íbamos a los mismos colegios, pero somos muy diferentes. Cuando llegaba a casa le preguntaban por mí y contestaba que estaba "amomiáu por ahí". Yo aparecía más tarde, caminando de espalda, con la cartera en la cabeza y mirando p'arriba. Él era buen estudiante y cumplidor.

- Interpreto que usted no.

-Para mí cambiar al colegio Corazón de María con 9 años fue llegar a un lugar hostil. Repetí curso por falta de edad y me tocó dos años el padre Ruiz, muy violento, que por una gota de tinta en la libreta te daba un tortazo que te dejaba pitando los oídos o te doblaba la oreja. En clase me sudaban las manos, me mordía las uñas... el colegio se me hizo negativo. Me interesaban el recreo, dibujo, gimnasia y los juegos. De ahí me vino el rechazo a todo lo impuesto. Sé acomodarme, pero rechazo imposiciones y me disgusta por igual mandar y obedecer. Estudiaba poco, no hacía caso y me daba igual la nota. La curiosidad por el saber me viene por otras vías.

- ¿De dónde viene la relación con la naturaleza, a la que dedica su arte?

-De nacimiento. Soy de febrero, hacía frío y no salí hasta la primavera. Me gusta especular que primero descubrí el mundo en casa y luego el paisaje. Recuerdo la naturaleza como algo muy pleno para los sentidos: el calor de un animal, el olor de la hierba cuando se siega, oír un perro que ladra a lo lejos, acariciar a un xatín nervioso. Mi padre tenía una plantación de eucaliptos, un entorno envolvente y muy potente en lo olfativo y en lo sonoro cuando el viento mece las hojas. Al fondo había un manantial y metía la cabeza para beber. Tengo un sentimiento muy panteísta, de formar parte de ese todo. Por los veranos iba a casa de mis tíos en Argüero porque comía poco. Allí tenía más apetito, reposaba y participaba en las tareas como juego. En Gijón tenía mucho contacto con el suelo -jugaba a la peonza y a los banzones- y siempre había postillas en mis rodillas. Si piraba clase iba a Viesques o a la pradería del Coto, me tiraba boca abajo, miraba la hierba muy de cerca y veía los insectos muy grandes.

- ¿Y la playa?

-Era la zona de libertad, espacio abierto y juego. Aunque no la tengo a la vista, me costaría vivir en una ciudad sin mar. La primera vez que salí de Asturias, vi la llanura de León como un mar desecado.

- ¿Cuándo supo que era dibujante?

-Todos los niños dibujan, pero a mí me atraía más, el gusto se mantuvo, se cargó de contenidos y luego vino la conciencia expresiva. En el colegio me encontraron dibujando y me dijeron que era perder el tiempo. Ahora tienen planes para que no se pierdan los talentos. En Dibujo sacaba sobresaliente salvo cuando hacía láminas para otros a cambio de dinero.

- ¿Cuándo dejó de estudiar?

-Inicié Delineación Industrial en la Escuela de Maestría. Allí apareció la geometría en la búsqueda del orden. Empecé a trabajar a los 15 años, de pinche, en un taller mecánico que fabricaba basculantes. Había tornos, fresa y hacía de todo. La guía inconsciente que lleva a la estética me hizo encontrar la geometría en recoger las virutas de los tornos y sacarla al exterior. Levanté un prisma rectangular y, sin darme, estaba haciendo "arte povera" con esa viruta que sale con irisaciones violáceas y se va oxidando en el exterior. Era arte efímero: cuando tenía cierto volumen me la llevaban. Fue un asidero en un trabajo que no me gustaba. Lo dejé a los ocho meses.

- ¿Para hacer qué?

-Trabajar en un taller de pintura publicitaria y rotulación de Adolfo Meana, en la calle Cabrales. Su padre había sido pintor y detrás había una marina que recordaba a Álvarez Sala. Al año fui a otro taller donde conocí a Luis Acosta y estuve en el taller de enmarcado. Luego pasé al de Roy, en El Llano, que hacía rotulación, publicidad en vehículos y vallas. Luego empece a trabajar por mi cuenta.

- ¿Qué les parecía a sus padres?

-Natural. Entonces no era raro empezar a trabajar joven, y artes y oficios tenía más consideración porque era un salida pragmática. Fue una liberación: dejé algo que no me gustaba, siempre valoré mi independencia y me gustaba el trabajo muy artesano, de dibujo. Las vallas publicitarias eran grandes murales.

-¿Qué más aprendía?

-De la relación con los adultos y las jerarquías. Me gustaba andar en bicicleta, por la actividad física y la excursión. Aprender a andar en bici fue uno de los placeres más grandes de mi vida. En la ingenuidad de los 17 años creí que tenía que elegir entre el ciclismo y el arte, y decidí ser artista. Hasta los 49 no me pude dedicar al arte en exclusiva.

Segunda entrega, mañana, lunes:

"El amor no es ciego, te hace ver más; son ciegos los sentimientos negativos"

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