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El 68 enseñó a desobedecer a jóvenes que no habían nacido

La generación que vivió las revueltas y sus herederos calibran el legado del movimiento: en mayo prendió la semilla cultural de la rebeldía y el empoderamiento juvenil, pero también la desconfianza en las instituciones

Asunción Rodríguez Lasa y David Acera. LUISMA MURIAS

Bajo los adoquines, es verdad, no había arena de playa. Pero puede que tampoco hubiera sólo más adoquines. El ejercicio consiste en calcular la herencia de Mayo del 68 a través de los ojos de los veteranos de la generación que levantó el pavimento parisino para hacer temblar el sistema y de sus hijos, los que han visto el futuro que había debajo del empedrado. La pintada que prometía la playa falló. La que decía que "La barricada cierra la calle, pero abre la vía" seguramente no imaginaba hacia dónde? De lo que se soñaba no fue todo, pero algo queda. El diálogo intergeneracional sobre la revolución de mayo puede llegar a descubrir allí, apartando la mítica difusa que el tiempo ha añadido al fenómeno, la semilla cultural de la rebeldía, de la desobediencia y el "antiautoritarismo", quizá un hueco en el cartel para la juventud como nuevo actor social y político y el embrión ideológico de un sistema de valores idealista, "posmaterialista". Según algunos otros, en la balanza está también el contrapeso de la onda expansiva de una acometida contra los cimientos del sistema cuya inusitada violencia tuvo consecuencias: del nihilismo del 68, o de su ataque indiscriminado contra todo, vendría también la desconfianza de las instituciones que sigue percibiendo el mayo de 2018.

La simiente del "antiautoritarismo"

Durante el interrogatorio, Claudio Ramos, el temido jefe de la Brigada Político-Social, había puesto la pistola encima de la mesa. A él no le pegó, tal vez porque no sabía que el líder estudiantil era también militante comunista. Faltaban tres años para el 68 y a José Feito le metieron en un coche en Oviedo. Antes de decirle adónde iban le dejaron al otro lado de la frontera francesa. Llegó a París en 1965, cumplió allí 22 años y se marchó a Alemania en el otoño de 1966. Escuchó los ecos de la gran revuelta parisina de mayo desde Leipzig mientras completaba el Abitur, el bachillerato alemán, de camino hacia la Escuela Superior de Economía del Berlín oriental. "Sufrí bastante, me habría gustado estar en París, en las barricadas". Dirigente del movimiento estudiantil español en el extranjero, reconoció el París convulsionado por la rebelión a su regreso a Francia, en el verano de 1969. Llegó a tiempo de ver en directo qué hubo después de mayo.

A cincuenta años de distancia, con la utopía muy matizada por el paso del tiempo, todavía firmes los cimientos del sistema al que apuntaban los adoquines del barrio Latino, la memoria del economista asturiano retrata la herencia hablando de un cambio atenuado "de tipo cultural, fenoménico, de modos, estéticas y formas", "ninguno en el sistema económico", ninguna reforma "en profundidad", unas cosquillas al sistema. Aunque desbordó la Universidad, aunque se le apuntaron masivas huelgas generales, el movimiento y su estela son a su juicio más de estudiantes que de obreros. Y no, evidentemente no consiguió lo imposible, pero puestos a escudriñar a la búsqueda de un legado tal vez sí proyectó hacia las generaciones posteriores la semilla de un "antiautoritarismo", de alguna idea de justicia, de libertad de enseñanza y empoderamiento juvenil. Dentro de un orden. Porque a su vista, no obstante, acaso haya también una juventud que se ha excedido en la interpretación de la herencia y en la primavera de París de ahora, esta semana la manifestación del Primero de Mayo acaba de desembocar en graves disturbios y en dos centenares de detenidos. "Eso también es antiautoritarismo, afirma Feito, "pero no era esto".

-¿Qué querían, cuál era el objetivo?

-Eso sólo lo sabe Dios nuestro señor.

Del 68 francés al 78 español

En 1968, Asunción Rodríguez Lasa estudiaba Magisterio en Oviedo, y más o menos fue entonces cuando un conato de revuelta y un encierro en el despacho del director terminó en un traslado forzoso a terminar la carrera en Pamplona. Le costó convencer a su padre para que autorizara un viaje al París de los años posteriores al 68 -antes de los 21 años de la mayoría de edad hacía falta el asentimiento paterno para salir del país-, pero mereció la pena. No ha olvidado "el choque brutal, la explosión cultural, la vida tremenda". Para una española de aquella España encerrada en sí misma era "simplemente maravilloso poder vivir en una ciudad con tantísimos estímulos". Ya era el Dorado de los que querían ser rebeldes. Y ella, que paladeó aquello a los veinte, que fue luego sindicalista en la administración y ejerció once años como concejala de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Oviedo (1991-2002), se mira medio siglo después y se ve "en la misma tesitura". Casi igual de obligada a "pelear", en su versión actual a combatir por los derechos de los mayores, que sienten que son "un problema para el sistema", pero poseída por un espíritu de lucha que en su espejo sigue siendo más o menos el de entonces. "No es casualidad", afirma, "que las movilizaciones que vemos ahora sean las de los mayores y las mujeres que somos en buena medida los hijos del 68". "Quiero pensar que esta rebeldía siempre existió", que "de allí vienen también el movimiento hippy, el ecologismo", el feminismo y las batallas por la libertad de expresión o el apego a los ideales identificados con el "posmaterialismo"? El asentamiento de una conciencia colectiva de que aunque el éxito no esté nunca asegurado "no habrá avance sin lucha".

Rodríguez Lasa se ha sentado a pensar lo que queda del 68 junto a su hijo, David Acera, 27 años menor, coordinador político de Somos Oviedo, actor y cuentacuentos, que desde una perspectiva escéptica sobre el modo en el que España metabolizó aquella herencia en la Transición se considera "heredero de muchas luchas". De aquella, también, pero acaso más deudor de unos descendientes que de otros. Piensa que a este lado de los Pirineos el 68 es el 78, y aunque "ni las derrotas ni las victorias son absolutas", cree exclusivamente en el legado de los que no se acomodaron después del advenimiento de la democracia. En su análisis, la herencia que recibió la España de los setenta "no es unívoco" y cabe distinguir "el núcleo de poder del régimen del 78", formado por "la gente que afilió a mi madre al PCE y acabó condenada por el 'caso Marea'", y aquellos otros que "sin renunciar a hacer mejoras no han comulgado con ruedas de molino, los que no se han integrado". "Esa es la herencia recibida, para bien y para mal", pero él, dice, quiere ser de éstos últimos.

A su madre se le "esponjó el corazón" el 15M. "Me devolvió la fe en el ser humano". Para el hijo que tuvo su propio mayo, el del 15M, éste puede haber sido, sin comparar, otro paso en un camino histórico que encierra una cierta lógica. Dentro de su familia, Asunción y David también son las dos generaciones que tomaron el testigo ideológico de unos abuelos que pensaban distinto, los siguientes de una familia obrera donde los padres decían que habían aprendido de los hijos y se votó si entraba antes en casa el piano o la nevera. Ganó el piano.

"¿Para qué sirve la utopía?"

"¿Para qué sirve la utopía? Para avanzar". Juan José Vázquez Zamora (Oviedo, 1981) ha tomado en préstamo la sentencia del escritor uruguayo Eduardo Galeano como introducción para las suyas. Vázquez, economista para América Latina en el Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), vive y trabaja en el París de mayo de 2018, un lugar que mantiene la especialidad en revoluciones y en el que la Bastilla, dice desde allí, "se toma de nuevo casi todas las semanas con manifestaciones de lo más variado".

Su argumentario discute poco en este punto con el de su padre, el también economista y exrector de la Universidad de Oviedo Juan Vázquez. La versión del hijo sobre el legado del 68 concede que de "las conquistas de muchos jóvenes que desafiaron el orden establecido" viene en parte "el bienestar de las sociedades más avanzadas". No sólo en mayo, no sólo en el 68 ni únicamente en París, "juventud e inconformismo hacen buena amistad desde siempre". Pero "bienvenida sea" la herencia de las revueltas parisinas si de verdad consistió en acelerar la floración del espíritu crítico. "No hay buena democracia sin contrapesos", abunda el economista, "y una sociedad crítica es fundamental ante instituciones a las que", ahora también, "se les están viendo las costuras". Retrata un clima de "descontento social" que según algunas versiones puede ser a su vez heredero del nihilismo y del ataque indiscriminado por elevación, contra todo, que muchos afean al 68. Por eso hace falta "ánimo constructivo" y una conciencia en alerta contra la "manipulación" de los "populismos". "Es difícil saber", mirando con sus ojos, si el 68 cocinó una sociedad más idealista, pero "a la sociedad de hoy se la acusa de ser muy materialista en laque sin embargo las calles se llenan de gente que reclama y lucha por causas justas".

El padre no discute la base del asunto. La sociedad que alumbró el mayo del 68 lo hizo hincando las raíces de su rebeldía en "el nuevo mundo consumista" de la posguerra mundial, explica. Es la primera juventud que ha olvidado la guerra y ha crecido abrigada por el nuevo estado de bienestar europeo. "Accede a la prosperidad y se rebela contra los códigos de esa prosperidad", sustituyéndolos por un tejido ideológico de valores intangibles del que ha quedado, sí, el poso de eso que ahora sería una suerte de empoderamiento juvenil.

Testigo directo por ligazón generacional de las repercusiones inmediatas de mayo del 68, que le pilló en el tránsito hacia la Secundaria, Juan Vázquez concede al movimiento la virtualidad de "convertir a la juventud en actor social y político" y de demostrar que la insatisfacción colectiva podía conseguir al menos un cierto rejuvenecimiento del liderazgo, "un cambio de generación" en el ejercicio del poder. Aun sin haber podido proclamar su éxito, a pesar del desencanto que sucedió a la utopía, el mayo de París descabalgó a Charles De Gaulle y eso equivale, habla Vázquez, "al fin de una era, la que habían liderado los prohombres de la Segunda Guerra Mundial". El cambio de ritmo no estaría completo sin la mención de la efervescencia cultural, sin la creatividad en el eslogan y la profundidad intelectual de la reivindicación. "Estamos hablando de una época muy rica en expresiones culturales, en la literatura, el cine o el arte, con nuevos códigos culturales que determinan a su vez la necesidad de un rejuvenecimiento en el liderazgo, en la política".

De regreso al presente, Juan Vázquez hijo deja la "sensación general de que la reivindicación sigue siendo importante, pero la acción del día a día lo puede ser aún más". Por eso él reformularía el eslogan de mayo, el "seamos realistas, pidamos lo imposible", por un más práctico "seamos realistas, hagamos lo imposible".

Aquella nueva política

"¡Roben!", se leía en el París del 68 en las paredes de algunos bancos. Habría a quien no le habría extrañado encontrar la misma pintada, cuarenta y tantos años después, en los muros de las sucursales de España. Nino Torre (Sotrondio, 1984) es diputado hijo de consejero, socialista comprometido desde las Juventudes, y menciona ese desencanto contra los bancos como evidencia de un hilo de conexión entre revueltas que por lo demás no ve demasiado sólido. El parlamentario socialista cita en la vertiente política el fracaso del que fue "el último intento de extender por Europa occidental las ideas marxistas", pero acepta, esto sí, el rejuvenecimiento de la clase política y los "grandes líderes que vienen de ahí". Desde ahí, Joschka Fischer llegó a vicecanciller alemán y Daniel Cohn-Bendit, para el 68 "Daniel el Rojo", a destacado líder del movimiento ecologista, pero en general muchos de los que cambiaron la calle por el despacho también "generaron luego mucha pérdida de confianza". Hablando de las repercusiones, Torre deja un dato que según quién lo mire puede resultar inquietante: en Francia, después de mayo cayó De Gaulle; aquí, tras el 15M llegó Rajoy.

El "despertar" conservador

La influencia del movimiento "muchas veces se exagera". Alejandro Vega, 22 años, estudiante de Derecho y secretario general de las Nuevas Generaciones del PP en Gijón, analiza las repercusiones con la conciencia de que lo que ha llegado hasta aquí tiene que ver más con "aspectos culturales que políticos". Fue, desde su perspectiva, "un ataque a las instituciones claramente marcado por un componente de irracionalidad y búsqueda de una utopía, o quizá distopía, y por un desencanto tan generalizado que lo único que querían era destruir sin reflexionar sobre las consecuencias". Agitó a la progresía, sí, pero también "despertó" a pensadores conservadores -él menciona al filósofo inglés Roger Scruton- que en una suerte de efecto rebote se rebelaron contra la rebeldía de quienes "querían conservar el mundo y no tirarlo abajo". La visión retrospectiva de Vega tropieza andando el tiempo con el mayo de 2011 y reconoce "cierto paralelismo con el 15M", aunque a su juicio "el 68 tenía más consistencia intelectual. El 15M ha sido más ruido que otra cosa".

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