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Curso del 67, cuando la Universidad de Oviedo adelantó a París por la izquierda

La marcha contra la guerra del Vietnam en el paseo de los Álamos fue la primera gran movilización universitaria en Asturias y la primera en Oviedo desde la Guerra Civil

Manifestación contra la guerra del Vietnam, el 28 de abril de 1967 en el paseo de los Álamos, sobre las ocho de la tarde, minutos antes de ser disuelta por los grises. JOSÉ VÉLEZ

Entonces, el jefe de la policía armada hizo sonar el silbato, los grises saltaron al paseo de los Álamos, la muchedumbre echó a correr Campo San Francisco arriba y por un segundo Prisciliano Fernández y su amigo Agustín Arbesú se vieron solos, en medio del mosaico de Antonio Suárez, rodeados por los agentes. Y como en una película de cine mudo, en el mismo blanco y negro de la fotografía con la que Vélez inmortalizó aquella manifestación, los grises se dieron la vuelta, salieron corriendo en dirección contraria, detrás de los manifestantes y los dos amigos se miraron con perplejidad y se fueron paseando tranquilamente a tomarse un café al Alvabusto.

La Universidad de Oviedo había cambiado mucho en muy poco tiempo. A mediados de los años sesenta la institución ya estaba abierta a un alumnado más numeroso y heterogéneo. Y aunque hoy pueda parecer ridículo, ya se empezaba a hablar de masificación cuando en las clases de Gustavo Bueno se desparramaban, suelo y pasillos, hasta dos centenares de alumnos. El viejo caserón de San Francisco, donde se impartía Filosofía y Letras y Derecho, era un pequeño pueblo con 1.200 almas matriculadas. Si se sumaban Ciencias, en Llamaquique, Geología, Minas, Mieres y Gijón no se llegaba a los 3.000 alumnos. En el curso 1966/67 había más oferta en las aulas (nuevas especialidades) y una fuerte politización que, sin ser mayoritaria, tenía una presencia dominante. Hacía menos de diez años, en la Universidad de Oviedo el que no era franquista declarado pasaba ampliamente de la política. Ahora, buena parte del alumnado de Humanidades repartía su tiempo no lectivo en la "conspira": Vasos de vino y charlas menos clandestinas de lo que parecía en La Quintana -un chigre en la calle la Luna regentado por un confidente-, el Lito y el Manolo en Altamirano o el bar Azul, territorio de los de la JEC (Juventud Estudiante Católica), junto al Termómetro. En ese pañuelo uno también podía encontrarse con el grupo de "los intelectuales de Oviedo", la peña izquierdosa con tertulia en Rialto, en la que figuraban Juan Benito, Paco Mori o Frank Menéndez. Más allá de ese cogollo, Oviedo ofrecía otros espacios rebosantes de inquietud cultural como la Alianza Francesa o el Ateneo. En este último, en el local de Melquiades Álvarez, Gabriel Santullano conoció una tarde gracias a su amigo Fernando Lorenzo a Miguel Ángel del Hoyo. Hablaron, Miguel vio que aquel tipo tenía ideas interesantes y afines. Varios vasos de vino más tarde le dio un "Mundo obrero", Gabriel lo cogió, lo leyó y, supo que, de esta manera tan sencilla, acababa de entrar en el Partido Comunista.

La presencia del PC en la Universidad de Oviedo venía del curso 64/65, cuando José Feito "el cubano" y José Manuel Fariñas habían puesto en marcha la organización en la Escuela de Comercio. Su doble nacionalidad (había nacido en La Habana) fue la excusa perfecta para que la policía lo expulsara al año siguiente del país, aunque él ya había contactado con Del Hoyo y con un comunista panameño que estaba circunstancialmente por Oviedo y del que nunca más se supo.

La rebelión que se empezaba a cocer en las aulas universitarias había tenido también un calentamiento previo en los institutos de la ciudad. Los que hacían el preuniversitario debatían sobre problemática social en los pasillos del Loyola o del Alfonso II, donde Del Hoyo había hecho un buen amigo: Alfredo Mourenza. Quizá sin esa amistad no se pueda explicar la manifestación contra la guerra del Vietnam del 28 de abril de 1967 en el paseo de los Álamos. Porque en el curso 66/67, Alfredo ya había regresado a Oviedo para cursar Historia, pero de su paso por Políticas en Madrid se había traído contactos, ideas más avanzadas sobre la lucha estudiantil y esa iniciativa de la convocatoria nacional del 28 de abril.

A la causa, también se iban sumando estudiantes más jóvenes. José Manuel Álvarez "Pravia" tenía sólo 18 años y estaba en selectivo técnico, primero de Ciencias. En Llamaquique había muy poco compromiso, con raras excepciones como el catedrático de Geología Manuel Julivert. Pravia ya había entrado en contacto con esa escena cultural progresista local y a entrar en el habitual intercambio de libros. El grupo de los que venían de la JEC y que entonces empezaba a montar el Frente de Liberación Popular, el "FELIPE" (FLP), le dejaron "La demagogia de los hechos", de Ignacio Fernández de Castro. Los otros, Del Hoyo y Santullano, le hacían llegar clandestinamente textos comunistas. Y aunque a Pravia no le gustaban los escritos de Carrillo, acabó decidiéndose por el PC sin mucha convicción. Otro recién llegado, con mayor convicción, era Prisciliano Fernández Fernández. Jose Manuel "Pin" Torre Arca le había dado clase de francés en Mieres y había sido decisivo en su entrada en el PC. Pin Torre, cuñado de un Tini Areces que acaba de irse a Santiago a estudiar Matemáticas, daba también clase en la Universidad. El Decano de Filosofía, Emilio Alarcos, le había llamado para que se hiciera cargo de Historia del Francés. Torre tenía más implicación. Era miembro del comité provincial del PC y había asumido la responsabilidad del grupo universitario: Santullano, Del Hoyo, Mourenza? Aunque la relación era bastante discrepante. El grupo de estudiantes, que completaba gente como Fernando Comas, Carlos Iglesias o Carmen Mourenza, hermana de Alfredo, operaba con cierta libertad, y aunque se coordinaban con Pin Torre, que orientaba y proporcionaba recursos del partido, no siempre estaban de acuerdo. Pin era terco aunque, a la postre, flexible.

Había muchos comunistas en la Universidad de Oviedo pero no todo era PC. Hacía más o menos un año que Nacho Quintana, con contactos en Madrid, y Juan Menéndez Arango, que había coincidido con Leguina en Bilbao, estaban dando forma al FLP. Cheni Uría, su hermana Paloma, Miguel Rodríguez Muñoz y algunos más estaban dándole forma en la Universidad. En el curso 66/67, con el Sindicato Español Universitario (SEU) desaparecido un año antes, se vivía una tímida conquista de ciertas libertades estudiantiles. Pequeñas asociaciones profesionales, reconocidas por la institución académica, habían permitido ocupar ciertas estructuras a los estudiantes más comprometidos. En 1966/67 Carmen Mourenza era la presidenta de la asociación de estudiantes de Filosofía tras derrotar en las elecciones a Jose Antonio Martínez, de la JEC. Dentro de la Facultad, los estudiantes también contaban con un departamento de actividades culturales y otro de información. De alguna forma, el FLP y el PC se los habían repartido. Cheni Uría estaba al frente del primero y Prisciliano Fernández, del segundo. Tenían oficinas en el edificio del callejón trasero del edificio de San Francisco, lo que entonces se llamaba "la antigua Facultad de Químicas" y que hoy acoge oficinas de diversos vicerrectorados. Allí manejaban hasta una multicopista con la que imprimían boletines y panfletos. El encargado de operar con ella era Florentino, un supuesto comunista que acabó delatándolos a todos. Eso fue algo más tarde. Antes, entre diciembre de 1966 y enero de 1967, Cheni Uría tuvo varias reuniones con Alfredo Mourenza y con Gabriel Santullano, y ahí fue donde el PC y el FLP decidieron organizar juntos una manifestación contra la guerra del Vietnam.

La causa vietnamita estaba muy presente en la sociedad. Eran más de diez años de guerra, las grandes movilizaciones en Estados Unidos habían comenzado hacía dos años, había cierta envidia en el movimiento estudiantil y un profundo sentimiento antiamericano por lo que sucedía en el sudeste asiático. La relación desproporcionada de fuerzas de un pueblo pequeño y débil luchando por su independencia hacían de Vietnam un símbolo internacional de la lucha de David contra Goliat. A esa causa eran todos sensibles. Comunistas, intelectuales de izquierdas y católicos. La convocatoria era perfecta por el poder aglutinador que ejercía Vietnam y por el desafío al régimen de Franco que planteaba una manifestación en el paseo de los Álamos en el caso de Oviedo. Todo era tan nuevo e imprevisible que quizá nadie lo pensó entonces, pero aquella convocatoria iba a ser la primera manifestación en la capital de Asturias desde la guerra. Los organizadores sí trataron de captar el mayor número de adeptos a la causa. Así, se organizó un comité universitario donde se decidió no mostrar un apoyo al Viet Cong, sino al fin de la guerra. Se llamó "Comité asturiano pro-paz en Viet-nam". Con ese nombre tan poco marcado, algunos se vieron animados, incluso, a ofrecer a los profesores sumarse a la causa. Un día que Prisciliano Fernández atravesaba el patio de la Universidad con su amigo Ignacio Gracia Noriega se cruzaron con Alarcos junto a la estatua de Valdés Salas y se lo propusieron. El decano mostró su simpatía pero declinó amablemente la invitación. Había una complicidad evidente con ciertos profesores. Y si no directamente, del entorno de los nuevos profesores y catedráticos fueron surgiendo apoyos a las actividades previstas.

Porque lo que Cheni Uría, Santullano, Mourenza y Del Hoyo habían decidido era ir calentando el ambiente con una serie de actividades. Había charlas, una "revista hablada" y teatro. Miguel Signes, dramaturgo y pareja de Carmen Codoñer, catedrática de Latín, ayudaba en aquellos preparativos. Habían llegado a la Universidad de Oviedo desde Salamanca, en un grupo muy comprometido que incluía también a las profesoras Inés Illán y Lola Mateos. Pero el creciente entusiasmo estudiantil con Vietnam y la manifestación del 28 de abril no acababan de convencer al Partido Comunista. Pin Torre recomendaba a Santullano y compañía que se manifestaran en apoyo a los mineros, a los que tenían a veinte kilómetros de Oviedo, antes que por la paz en Vietnam. Pero no le hacían caso. El partido en Asturias tenía una visión muy obrerista que no casaba con la de Alfredo Mourenza. Así que la superioridad les llamó a capítulo. La reunión era con José Ramón Herrero Merediz, que pertenecía al pequeñísimo comité regional, en casa de su madre, en Gijón. Estaban Miguel del Hoyo, Alfredo y Carmen Mourenza y Gabriel Santullano. "Los dirigentes provinciales no lo vemos", les explicó. "Vosotros, aparte de resolver vuestros problemas en la Universidad, tenéis que ser un apoyo al movimiento obrero y es más importante que defendáis a Comisiones, la solidaridad con los mineros, la represión". Los de Oviedo replicaron que había que introducir el antiimperialismo y el internacionalismo en la visión política del PC, y Merediz, que había acudido a la reunión pertrechado con toda la colección de "Mundo Obrero", les trató de enseñar todo lo que el partido había hecho por Vietnam, con la idea de que no había que hacer más. Nadie salió convencido de aquella reunión, pero los dirigentes comunistas fueron flexibles. "O les dejamos hacerlo o éstos se largan", debieron pensar.

Todavía tuvieron ocasión de demostrarles que podían conjugar las dos facetas cuando el 11 de abril marcharon desde el caserón de San Francisco hasta el Gobierno Civil para presentar un escrito contra la represión. La agitación por la inminencia de la manifestación contra la guerra de Vietnam precipitaba también los hechos y las acciones previas. Una semana antes se celebró una asamblea en el aula Clarín para convocar la manifestación. La presidió Carmen Mourenza como delegada de Facultad. No cabía un alma y se aprobó la convocatoria por aclamación. Preguntaron si algún profesor se quería sumar y Pin Torre dijo que él iría. Intuyó en ese momento, también, que iba a ser un éxito.

A la semana siguiente, Florentino sacó los panfletos en la multicopista. Unas hojas encabezadas con un "Asturiano: la guerra de agresión que EE UU lleva a cabo en Viet-Nam alcanza cada día mayor gravedad poniendo al mundo al borde de una guerra mundial" y que cerraba con el "¡Únete a esta jornada!". Muestra tu repulsa manifestándote, ordenada y pacíficamente, el viernes 29 a las 7,30 de la tarde en el paseo de los Álamos". Se hicieron también algunas pegatinas de las de engomar con saliva que guardó en su caso Agustín Arbesú. El resto fue buzoneando aquellas hojas por todo Oviedo. Algunos eran tan intrépidos como Joaquín García Gutiérrez, que se había ganado el sobrenombre de "el orgullo de Dublín" por su arte de repartir propaganda en la calle Uría a plena luz del día.

Dos días antes, se volvió a anunciar la manifestación con una conferencia sobre la situación en Vietnam a cargo de Domingo Caballero. Domingo era compañero de Miguel Rodríguez Muñoz en el colegio mayor Valdés Salas y al año siguiente cogerían juntos un piso en La Lila. Domingo era entonces (lo sigue siendo) un tipo muy brillante, con una cultura enciclopédica, muy agudo, algo mayor que el resto y mal estudiante, matriculado de asignaturas sueltas.

El viernes 28 por la tarde todavía hacía frío en Oviedo. Los estudiantes iban abrigados y formales, porque entonces, en Oviedo, lo más revolucionario que se podía hacer era no llevar corbata, como sí se les exigía a los de Derecho. Fernando Comas se dejó caer por los Álamos pronto. Empezó el goteo de gente. Pin Torre llegó solo desde Mieres. Miguel Muñoz bajó desde Valdés Salas por el Campo y se encontró con Alfredo Mourenza y Agustín Arbesú, que caminaban con dificultad, ocultando bajo la ropa las pancartas, sendos baberos que ponían "¡Paz para Vietnam!". Esa misma dirección llevaba Pravia, que desde Llamaquique bajaba acompañado de un grupo de Ciencias, en el que estaban Quintero y Elda, una chica de Geológicas. Estaban acostumbrados a los cuatro gatos del Primero de Mayo y encontrarse aquella multitud creciente les asombró.

A Cheni Uría también le llamó la atención la gente que estaba presente pero que no iba a manifestarse. Rostros en las ventanas de la calle Uría, todos los fachas de Oviedo observando desde la acera de enfrente, entre El Pasaje y la joyería de Pedro Álvarez, incrédulos ante el tamaño de la concentración. Pero su sorpresa se empezó a volver inquietud cuando se dio cuenta de que los estudiantes, arremolinados por el paseo, no acababan de arrancar. Gustavo Bueno, muy excitado, se le acercó y le dijo: "¡Hay que hacer algo, hay que hacer algo! ¡Tiene que arrancar!"._Y en ese momento, como si les hubiera escuchado, Alfredo Mourenza dio dos palmadas y desplegó la pancarta. Arbesú hizo lo mismo y la multitud dispersa se concentró en torno a ellos.

Avanzaron hacia el Escorialín mientras bajo la atenta mirada, al otro lado, de los grises. Se marchaba entre alguna proclama. "Paz para Vietnam", algún "Viva el Vietcong". Gabriel Santullano se separó un momento de la marcha y se subió al monumento a Tartiere para coger perspectiva. Tenía que llamar por la noche_a Radio París para informar. Calculó que habría doscientas personas._Algún periódico contó al día siguiente un centenar más._También había muchos fotógrafos, y no sólo de prensa. No había pasado media hora ni habían logrado recorrer el paseo más que un par de veces cuando sonó el silbato y los grises cayeron._Salvo Prisciliano y Arbesú, el restó echó a correr. Pravia iba con Lola Menéndez Llano, que perdió un zapato por el camino. Miguel Muñoz logró poner distancia pero regresó luego a Uría para acompañar a una amiga y uno de la social le reconoció de un reparto de pegatinas de hacía dos noches._En la Comisaría le enseñaron las fotos. Había más detenidos, pero ese día les dejaron marchar a todos._También hubo palos._Charo Suárez Piñera recibió unos cuantos toletazos. Otros, como Comas, lograron llegar a casa, una pensión en la calle Magdalena, aunque casi llegando al portal se cruzó con el inspector Núñez Ispa y pensó que le iban a trincar.

Tres días después, cuando caminaban donde el parque Jovellanos después de la manifestación del Primero de Mayo en Mieres, detuvieron a Pin Torre, a Prisciliano, a Charo Piñera y a López Brugos. Pasaron dos días en Comisaría y el Tribunal de Orden Público los juzgó por la manifestación ilegal del Vietnam y les condenó el 2 de febrero de 1968 a dos meses de prisión. Antes, el 8 de octubre de 1967, el mismo día que el Che caía en Bolivia, un domingo a las tres de la tarde en Oviedo, detuvieron a Prisciliano, a Del Hoyo y a Alfonso Selgas cuando repartían propaganda ilegal del PC contra las elecciones a procuradores por el tercio familiar. Tres días en Comisaría y una semana en la cárcel. A Prisciliano le drogaron y le pegaron una buena paliza entre Ispa, Pascualón, Valverde y Palacio. Por estos hechos y por la represión que sufrió el intento de organizar una nueva manifestación el 28 de abril de 1968, reprimida por la Policía, Prisciliano y otros siete estudiantes pusieron una denuncia por malos tratos donde se identificaba a los policías.

El claustro de Filosofía apoyó la condena con una declaración unánime firmada por todos los profesores. En 1969 llegó el estado de excepción y con él el último coletazo represivo.

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