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Salud

Tecnología médica

España contará el próximo año con el primer equipo de radioterapia con haces de partículas generados por un ciclotrón, recomendado en cánceres infantiles

La mano de Roentgen de 1896.

Durante muchos siglos la medicina apenas contaba con tecnología. Para diagnosticar se tenía que fiar de los síntomas del paciente y de unos pocos signos físicos, la exploración se reducía a observar la piel, la lengua, el pulso, la respiración y los fluidos corporales. Habían desarrollado una habilidad sorprendente para describir sutilezas en las manifestaciones de esos fenómenos. Cuando escribía una biografía de Casal intenté saber qué diablos podrían ser las minuciosas descripciones de la lengua que acompañaban a las enfermedades que recoge este insigne médico del XVIII. Lo comenté con expertos dentistas y cirujanos maxilofaciales. A ninguno le sugería nada, como no le sugieren a los cardiólogos los numerosos tipos de pulso que describían los médicos de esa época. El estetoscopio y el esfigmomanómetro fueron las primeras armas para conocer, desde la superficie, el estado fisiopatológico del sujeto. Era el final del XIX. Desde entonces todo se aceleró.

El descubrimiento y difusión de los rayos X es un buen ejemplo. Sabemos las fechas y nombres. En diciembre de 1895 al físico alemán Wilhelm Konrad von Roentgen, mientras estudiaba el poder de penetración de los rayos catódicos, se le ocurrió colocar en el tubo de vacío una placa de cartón cubierta de cristales de platino-cianuro de bario. Observó que emitía una fluorescencia y que desaparecía al desconectar la corriente. Algo estaba incidiendo en la placa, rayos de composición desconocida, "rayos X". Tras observar que esta energía atravesaba el cartón negro, un libro y madera, decidió colocar en su trayectoria la mano de su esposa: la atravesaba. Entonces colocó su mano y una placa fotográfica detrás: se imprimió. Es la primera radiografía que publica en febrero de 1896 en la revista "British Medical Journal".

La facilidad con la que se pueden producir rayos X hizo que pronto su aplicación médica se extendiera por todo el mundo. Nada menos que el 10 de febrero de 1896, Eduardo Lozano y Ponce dicta la primera conferencia en España sobre los rayos X, en Barcelona, en la Real Academia de las Ciencias y Artes, y expone fotografías de la mano atravesada por los rayos.

El físico francés Antoine-Henri Becquerel, inspirado en estos hallazgos, descubrió que cristales de sales de uranio emitían rayos X y eran activos sin ser expuestos a una fuente energética. Era aún 1896, pero la palabra radiactividad no había sido inventada. Fue en julio de 1898. Pierre y Marie Curie mostraron que el polonio, el radio y el torio tenían un comportamiento igual al del uranio. Lo denominaron radiactividad. El matrimonio, que sufrió sin saberlo dolencias por la exposición a la radiactividad en sus trabajos, compartió el premio Nobel de Física en 1903 con Becquerel. Roentgen lo había recibido en 1901.

Así de rápido iba todo. Porque incluso antes de que tuviera nombre, la radiactividad ya tenía aplicaciones en el tratamiento. Emil Grubbe se había quemado la piel en sus experimentos con rayos X para hacerse radiografías a sí mismo. Pensó que un agente físico que hacía tanto daño a las células y tejidos normales podría usarse como agente terapéutico contra aquello que se quiere eliminar. Rose Lee era una paciente con un cáncer de mama avanzado. No tenía tratamiento quirúrgico. El 28 de enero a las diez de la mañana se le administró rayos X durante una hora. Se repitió el tratamiento varias veces durante los 17 días siguientes.

Desde esos primitivos generadores de rayos X, pasando por las bombas de cobalto, aún en uso en muchos lugares, hasta los modernos aceleradores lineales equipados con sistemas de navegación corporal que permiten administrar tratamientos con más energía y más precisión, por tanto, de manera más efectiva y menos dañina. Con ellos se pueden preservar los tejidos sanos circundantes a tumores porque los márgenes de seguridad son inferiores a la décima de milímetro.

Estos aparatos suministran alta energía en forma de electrones. Otra modalidad de radioterapia es con rayos gamma. Provienen de la descomposición del cobalto 60 y se emplean como bisturí gamma, que se utiliza en determinados tumores cerebrales que precisan un abordaje con precisión submilimétrica y aplicación de altas dosis de energía. Aunque está disponible desde la década de 1950, por su coste y complejidad en el uso no ha tenido la difusión de la radioterapia convencional. Como tampoco la ha tenido la radioterapia con haces de partículas generadas por un ciclotrón. Los protones así producidos tienen alta energía y se pueden concentrar en puntos muy precisos además de tener la cualidad de respetar el tejido sano. Se recomienda en algunos cánceres infantiles para evitar los efectos secundarios de la radioterapia y en tumores donde la cirugía es complicada, como en el ojo. En Estados Unidos hay veintisiete centros con esta tecnología, en España el primer centro de protonterapia estará disponible en 2019 en un centro privado.

Coste, facilidad de uso y utilidad han determinado la difusión volcánica de esta tecnología.

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