Que nadie espere encontrar en Inversion una película sobre finanzas iraníes. Tampoco grandes denuncias políticas ni críticas soterradas a las autoridades (por si las moscas) ni radiografías minuciosas de la sociedad. Lo que nos cuenta Behzadi con buena voluntad y correctas hechuras pero sin demasiada trascendencia en ningún plano es un melodrama pausado y un tanto monótono al que la interpretación de Sahar Downlatshahi da un extraordinario plus de sinceridad y convicción. El resto del reparto no está mal pero es la actriz principal la que enriquece cada escena, desde las que se aproximan al romance hasta las más dramáticas con su madre enferma o el desenlace en el que su expresión muestra el torbellino de emociones que la revuelve por dentro. Hastío, decepción, dolor, coraje, rabia, rebeldía, estupor. El final de la película (mejor dicho, el clímax, porque la última secuencia es un tanto desconcertante en sus intenciones) es potente y lo que perdura en la memoria de un título interesante pero demasiado convencional en muchas de sus posiciones.

Las primeras imágenes muestran un Teherán devorado por la contaminación. Parece Los Ángeles. El título hace referencia a la inversión térmica, que no es otra cosa que una capa de aire en la que temperatura aumenta con la altura. Es inevitable pensar que es una metáfora de lo que se respira en la sociedad iraní, donde hay teléfonos móviles por doquier (la protagonista vive pegada a uno y el sonido de los mensajes y llamadas va pespunteando su día a día) y las mujeres viven un apaño de tolerancia que las puede llamar a engaño y creerse más libres de lo que son realmente. Niloofar tiene su propio negocio y está soltera. Pero es un espejismo. Cuando la polución pone a su madre en crisis de salud, un dilema trascendental pone en jaque esa presunta independencia femenina. ¿Quién acompañará a la anciana en su búsqueda de nuevos y buenos aires? Sus hermanos no, que para eso está ella libre de cargas familiares. Es decir, que si es autónoma significa que tiene más disponibilidad para echarse a la espalda la carga materna. Para colmo de males (a la protagonista le caen encima de golpes todo tipo de golpes, incluido el amoroso) al egoísmo de sus hermanos se suma la codicia. Es hora de reinventarse tomando decisiones consecuentes y que la mirada inocente de una niña que lo contempla todo desde el estupor no se sienta decepcionada.