Oviedo, Javier NEIRA

El maestro Neeme Järvi, al frente de la Orquesta Filarmónica de Montecarlo, ofreció ayer en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo un programa multicultural.

Como aperitivo «El carnaval romano», de Berlioz, a gran orquesta -10 chelos, 8 contrabajos, cinco percusionistas...-, una pieza en realidad limitadamente carnavalesca y como tal se ofreció.

Después, el doble concierto de Brahms para violín y violonchelo, con la violinista alemana Julia Fischer, de 27 años y Daniel Müller-Schott, uno de los violonchelistas más destacados de la actualidad, que ya estuvo en dos ocasiones en Oviedo. Una obra impresionante y en su momento controvertida -«no espero que este trabajo tan poco inspirado pueda tener el menor futuro», llegó a decir la pianista y amor platónico de Brahms, Clara Wieck-, pero ayer unos y otros la bordaron. Los aplausos fueron tan ruidosos como incesantes, así que los solistas ofrecieron como propina el segundo movimiento de la sonata para violín y violonchelo de Ravel.

En la segunda parte del concierto, Gershwin -que pretendió ser alumno de Ravel y fue rechazado- y su archifamosa pieza «Un americano en París», de nuevo con una gran formación orquestal, que incluía tres saxos y seis percusionistas. Neeme Järvi ofreció una versión desinhibida y transatlántica.

Como final, la suite orquestal «Daphnis et Chloé», de Ravel -el maestro que rechazó al discípulo americano-, ya en los límites de la gran orquesta, con ocho percusionistas para una música que parte líquida y acaba oceánica.

La propina, «La Arlesiana», de Bizet, para una velada en buena medida francesa. Järvi se retiró en mitad de la interpretación para subrayar la autonomía del conjunto y quizá como homenaje al maestro Yakov Kreizberg, que estaba previsto se hiciese cargo de este concierto pero no pudo al estar aquejado de una grave enfermedad.

La excelente formación monegasca cerró ayer en Oviedo su gira española, que la ha llevado a actuar en el Auditorio Nacional de Madrid y, asimismo, en los de Valladolid y Murcia.