Ismael Serrano, uno de los cantautores más sólidos de su generación, cierra el próximo sábado (20:30 horas), en el teatro Jovellanos, el Festival de la Palabra. Heredero de la canción protesta o comprometida, este madrileño de 1974 repasará algunos de sus éxitos y presentará «Acuérdate de vivir», su último disco, un trabajo de reflexión, amor y combate. Bajo ese título reúne un puñado de canciones -algunas muy bellas- que son el aldabonazo sereno y lúcido de quien no se resigna a la desdicha.

-Hace un año, aproximadamente, que puso en marcha la gira para presentar «Acuérdate de vivir». ¿Cómo va?

-El disco salió, en efecto, en marzo del año pasado. No me puedo quejar y estoy muy agradecido a cómo han ido las cosas, más si tenemos en cuenta la situación económica general, que afecta especialmente a nuestro gremio.

-¿La crisis?

-Pues sí. Buena parte de la contratación musical depende de los Ayuntamientos, que, como se sabe, lo están pasando muy mal. La cultura no entra en las prioridades de gasto. Con todo y con eso, yo he dado unos cuantos conciertos.

-En las actuaciones de «Acuérdate de vivir» utiliza escenografía. ¿Por qué?

-Cada vez me gusta más darle un cierto carácter teatral a la puesta en escena. Para mí los conciertos son algo más que una sucesión de canciones. Prefiero verlos como un diálogo casi teatral con el público. Y lo que hago es tratar de recrear un especio escénico para desarrollar una trama que permita enlazar las canciones.

-¿La búsqueda de una mayor complicidad con el público?

-Sí, eso por un lado. Y es que a mí, además de cantar las canciones, me gusta contar mis historias; la escenografía que he elegido permite dar una cercanía.

-¿Cómo va a plantear el concierto del Jovellanos?

-Cantaré canciones del último disco, de «Acuérdate de vivir», pero también haré un repaso de mi discografía.

-Es su décimo título, ¿qué diferencias o novedades hay respecto a anteriores trabajos?

-No es un trabajo rupturista respecto a los discos anteriores; ninguno lo ha sido. Es un trabajo en el que trato de poner todas las vivencias acumuladas, todo el aprendizaje. Es un disco de contenido muy personal, con referencias musicales a lo que ha sido el origen de la canción moderna comprometida, cuyos paradigmas son Woody Gutrie o Pete Seeger. Iban con la guitarra, a través de su país, denunciando las injusticias y explicando la realidad. En ese sentido, es un disco que bebe de ese sonido acústico. En el escenario somos cuatro músicos.

-En «Balance», una de las canciones de «Acuérdate de vivir», hace eso, balance vital. Afirma que aún cree en la utopía y que «aún queda todo por hacer». ¿No se siente desilusionado, como parte de la izquierda, por las fracasadas utopías del siglo XX?

-No, creo que no puedo perder la fe en el ser humano, en cuya naturaleza está la ambición por cambiar las cosas, su vida y las condiciones de la de los demás. Resignarse a esta realidad, sería algo mediocre. En cada viaje, me encuentro con gente excepcional, comprometida, que se juega el tipo por los demás, que te reconcilia con el mundo; por eso sigo creyendo en el ser humano.

-Hay, en mi opinión, una canción especialmente emotiva, «Regalo para un primer cumpleaños». Parece dedicada a un hijo y en ella se impone la esperanza.

-Está escrita para un sobrino. Como he dicho, yo no pierdo la esperanza, aunque apele al sentido de conservación de la especie. Tenemos que reconsiderar el rumbo que toma el planeta, y estoy convencido de que lo haremos. Pese a que nuestros hijos vivan en un mundo desigual, y, como resultado de esta crisis, en algún punto incluso peor, creo, sin duda, que serán capaces de cambiar las cosas y de recuperar esa esperanza. Insisto, yo no me puedo resignar.

-Tampoco faltan las canciones de amor.

-Es una constante en mi obra, algo casi terapéutico que me ayuda a sobrellevar todo lo demás. Son canciones para rescatar del fracaso una cierta belleza. Se canta lo que se pierde, que decía Machado.

-En «Volveremos» subraya la obligación de ser felices…

-...Y que, a veces, olvidamos actuando como androides. De ahí el título del disco. En ocasiones se nos vende una idea de felicidad que sólo genera frustraciones, insatisfacción.

-En esa canción habla de un sujeto histórico impreciso que volverá a asaltar los cielos. ¿Nostalgia de la revolución?

-Sí, o de esa juventud efervescente en la que éramos capaces y nos proponíamos asaltar los cielos. Teníamos la certeza inamovible de que íbamos a protagonizar ese asalto. El tiempo va pasando, y aunque uno no haya perdido la capacidad de lucha, de querer cambios, las cosas no se viven ya con aquella urgencia.

-¿Hay muchas diferencias entre el Ismael Serrano que está próximo a la cuarentena y el de hace veinte años?

-Es inevitable. La mirada tiene más capacidad global. Cada vez me cuesta más encontrar referentes políticos claros; quiero decir, que cada vez creo más en la sociedad civil y menos en los partidos políticos convencionales.

-¿Comparte la respuesta que han dado los países occidentales en Libia?

-No tanto. Me parece que la celeridad con la que ha actuado la ONU revela la hipocresía de Occidente. Hay muchos conflictos, guerras civiles, en los que la comunidad internacional no ha actuado con igual urgencia. La conclusión es que esa rapidez se debe a que hay petróleo. La guerra es siempre, básicamente, un fracaso. Hay muchos matices, pero no puedo apoyar esa intervención. Las razones humanitarias, que yo comparto, bien valen para otros conflictos en los que no se interviene.

-¿La revueltas del mundo árabe no se inscriben, también, en ese anhelo revolucionario del que hablan sus canciones?

-Sí, y lo que ponen en evidencia es que la realidad puede transformarse cuando la gente asume el protagonismo que le corresponde. Y hablamos de países que parecían inamovibles, con años y años de dictaduras y tiranías.