Somiedo tiene hoy una amplia oferta de actividades y alojamientos para diseñar una estancia perfecta en el concejo, eso sí, no apta para aburridos.

Los itinerarios repasan la zona de valle de Lagos, valle del Pigüeña, La Peral-Villar de Vildas (que fue «Pueblo ejemplar» de Asturias), ruta de Castro, ruta de las brañas de Saliencia, ruta del Cabril, ruta del Mumián, ruta del Puerto-valle de Lagos, el camín real de La Mesa, la ruta de la braña de Sousas y la de el Cornón. Además, para dormir, hay una amplia oferta de casas rurales (doce), ocho hoteles, quince apartamentos , un albergue y dos campings. Para hacer la compra se pueden adquirir productos en Casa Pepe El Molín, en La Centaura y el supermercado Guillermo.

Buena mesa, con cocina tradicional y elaborada, buen paisaje, y, además, la suerte de poder encontrarse con un oso. La FOP guía a los turistas por zonas oseras y a veces los bellos animales se dejan ver. Más difícil resulta ver al urogallo, en peligro de extinción. Con todo, hay rebecos, ovejas y una numerosa colección de flores silvestres que es única. Once restaurantes ofrecen una amplia carta para degustar sin prisas los mejores manjares a base de buena carne roxa y lo mejor de la huerta somedana.

Todos le llamaban «Supermán», pero el que más lo hacía era él mismo. Es una de las personas que hay que conocer cuando se va a Somiedo.

Le encanta el apodo. Dice que se lo pusieron porque trabajaba mucho y no paraba quieto y que era capaz, casi, de estar en dos sitio a la vez, vamos, como Supermán. Minero de profesión y jubilado, entre sus decenas de aficiones, decidió montar una especie de cabana de teito en su casa, en Endrigas, donde vive con su mujer, Elvira Nieto (78), con la que se casó «porque era muy guapa». Julio Alonso (75), «el Súper», no calla ni un momento, y le encanta enseñar su museo, que, según él, es una especie de «homenaje al minero», aunque en esto habría mucho que debatir. Allí guarda varios pósteres de chicas guapas, a las que él denomina su «ex novias», utensilios de la mina, flores de plástico, poesías propias..., vamos, un buen arsenal; pero lo mejor es él mismo. Un hombre campechano, sonriente y feliz que quiere quedarse en Somiedo de por vida. «El cambio fue para bien», asegura desde su particular museo. Señala que ahora todo son turistas y que está encantado de recibirlos a todos y enseñarles la mina adonde todo va a parar.