Gijón, Ángel CABRANES

Para llegar al Sella primero hay que dar muchas paladas. Las primeras las están dando cada semana una veintena de niños que se echan a la mar del puerto deportivo gijonés gracias a los cursos del Patronato Deportivo Municipal. Pequeñas excursiones en kayak donde el objetivo no es competir con las rutilantes esloras de los veleros, sino ser los primeros en contemplar la bahía de la ciudad desde una perspectiva diferente. Y todo por aprender a remar.

«Tengo miedo a que aparezca un tiburón. No es como en los ríos donde solía practicar con mi padre», comenta temerosa Nadounia Maes mientras se aprieta con fuerza su salvavidas. Subida a su pequeña canoa, esta niña belga de nueve años que pasa sus vacaciones en Gijón, se adentra dubitativa en el Cantábrico. «Pronto se pierde el miedo. Tras el primer día en el que damos una charla técnica, hacemos excursiones a las playas de El Arbeyal y San Lorenzo. Lo único difícil es a la hora de volver a puerto. En la ida se palea con ganas, pero la vuelta... No les prestan tanto», explica en tono jocoso Mateo Vega, monitor de la actividad.

Los cursos están encuadrados dentro de la oferta «Vacaciones deportivas municipales», que se celebran durante los meses de julio y agosto. Semanalmente, en turnos de veinte personas cada uno, se intentan trasladar las nociones básicas del remo a personas de más de ocho años. «El año pasado remé en el canal del río Piles. No tiene nada que ver con la mar. Aunque al principio parece que en cualquier momento te puedes hundir, luego la sensación de libertad es tremenda», argumenta con voz de experto el madrileño David Díaz.

El viento es el único adversario de estos jóvenes en busca de divertimento marítimo. Los días en los que el aire sopla con fuerza programan juegos en el agua. Dos flotadores hacen las veces de canasta. «Me voy rápido porque si no me pierdo el partido», añade apurado Díaz. Prisas que nada tienen que ver con el veloz descenso del Sella. En este caso, la mar, serena.