Durante dos horas y media del pasado miércoles, Gijón volvió a situarse en aquel mapa galáctico de hace unos años; cantaba Joaquín Sabina -«de sobra sabes que eres el primero...»- y el Pabellón de Deportes de La Guía se quedó pequeño. Pequeño y asfixiante. A las nueve de la noche -el concierto comenzaba a las diez- ya había dificultades para encontrar una localidad decente; las indecentes corresponden a las alas en la que al artista se le ve de perfil. Así y todo se llenaron, 8.000 personas a 45 euros la entrada, «que por ti daríamos la vida entera...», crisis es uno de los títulos de Joaquín Sabina, así que el asunto de la crisis debe ser eso, una copla.

En la entretenida, una orquesta interpretaba, con ritmo de vals, un combinado de sus melodías más célebres, pero cuando dieron las diez y las once, los doce y la una, la multitud se puso a cantar entusiasmada. Esa canción siempre será su número estrella, un clásico para la posteridad, como aquella de «tócala otra vez, Sam». Dicen, ayer lo repitió Joaquín, que su idea nació en Gijón. Diez menos cuarto, menos cinco, el ambiente se calentaba más y más, aupándose sobre la temperatura ambiental, cielos, ¿cómo un recinto de esas dimensiones puede tener un aire acondicionado tan insuficiente? Para colmo, el personal fumó lo que quiso, empezando por los chicos de la propia orquesta. Ésta, la orquesta, en ciertos momentos ahogó al intérprete, era imposible saber qué cantaba si no conociéramos todas y cada una de las piezas de su repertorio.

Bien, se acabó lo negativo, vamos con el artista y sus magníficos boys. Joaquín Sabina apareció en escena vestido con chaqueta de frac, camiseta negra, pantalón vaquero gris y su clásico bombín, que no se quitó en toda la noche pese a tener buena y abundante cabellera. Las pantallas laterales nos ofrecieron su rostro, e inmediatamente el detector de tuning se puso en marcha. Algo había hecho... El sabueso que estaba a mi lado lo vio en el acto; los dientes, se ha cambiado aquellos dientes de fumador empedernido, dijo, por otros blancos, perfectos. Estaba más guapo, claro. Como siempre, a medio afeitar, simpático, generoso, entregado a un público «que ha sabido perdonármelo todo, incluso aquel gatillazo del Jovellanos». «Tiramisú de limón», «Allons, enfants de la patrie...» El delirio. Y tomó la palabra: «¡Buenas noches, Gijón! ¡Nos felicitamos porque somos campeones!» Delirium tremens. Como un solo hombre surgió el grito: «¡Illa, illa, illa, Villa, maravilla!» Todos sabemos su pasión por el fútbol, es colchonero. Y lo dijo: «La camiseta del Atlético de Madrid y la del Sporting son iguales; que el Sporting mejore y que el Atlético se mantenga».

El escenario era rutilante, negro y plaza, luces ardientes. «Peor para el sol, que se mete a las siete en la cama del mar a roncar, mientras un servidor, le levanta la falda a la Luna...» «El bulevar de los sueños rotos», en homenaje a Chavela Vargas que ha cumplido 91 años. Un inciso. Joaquín Sabina preguntó: «¿Vosotros vais a prohibir los toros?» La respuesta fue atronadora: «¡No!» Uno a uno presentó a sus músicos, cinco, más la cantante, Olga Román, «tan bella, y ni un gramo de silicona». Al hablar de sus poetas, se descubrió ante Ángel González, puso la mano en el pecho, «Angel González que estás en el cielo...», y casi un minuto de silencio.

Se despedía pero no lo dejaron, «¡Oé, oé oé oé!» Y volvía, «Lo nuestro duró...» Un frenesí. «Que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel». Y, cómo no, nos dieron las diez y las once, las doce y la una... Inolvidable. Gracias, Joaquín, por una noche tan feliz.

«¿Vosotros vais a prohibir los toros?», preguntó el cantante; la respuesta fue atronadora: «¡No!»