Nunca había sido tan fácil encontrar pokemons como ayer viernes en Lugones. Y no por una de las habituales quedadas del famoso videojuego sino por la famosa macrofiesta con que se inician las últimas fiestas del verano: la ruta de Santa Isabel. Como se sabe, cada año la ruta dedica su camiseta oficial a un tema de actualidad, y este año, como no podía ser menos, le tocó a la fiebre Pokemon, con dos salvedades: que en vez de Pokemon era un más gráfico "Kolokemon", y que allí se podía tener de todo menos fiebre, porque un riego constante de agua, cerveza o calimocho (según la osadía o las ganas de fastidiar de cada cual) evitó desde el minuto uno la subida de temperatura de la gente.

Como es costumbre, en la ruta hubo de todo. Entre los miles de personas que acudieron había desde niños que apenas levantaban un metro del suelo hasta gente que, pasados los cuarenta, se aventuraba a lidiar con los excesos de los que todavía están en la primera juventud.

Una vez lanzado el estruendoso chupinazo, fueron miles de personas las que se lanzaron a la calle a divertirse. Algunas de ellas, además de la camiseta oficial, quisieron dar un paso más y significarse. Fue el caso de Tania Casas Carrera y Rubén Arnaldo, de Mieres, que llevaban muchos años acudiendo a la ruta pero no en el mismo estado que ayer. El mismo estado civil: casados hace apenas unas semanas, llevaban un cartel que atestiguaba su unión.

Acudió gente de todas partes. La cuota lugonense, por supuesto, fue alta, pero no faltó personal del resto de Asturias, como el trío formado por Daniel García, Daniel Martínez y Santiago Rivero. Dos gijoneses y un argentino, que habían venido el año pasado por primera vez y que decidieron repetir.

Joaquín García y Laura Blanco, de Oviedo, eran nuevos en la fiesta, y se quedaron un poco impresionados con su desarrollo. "Pensamos que iba a ser intensa pero no tanto; a primera hora ya había gente empapada, tirándose de todo, es un poco desmadrado pero muy divertido", dijeron.

A los lugonenses Tino Tomás, Luis Medina, Benjamín Pérez e Iván Pérez, por su parte, se les notaban los años de experiencia en la ruta. Dicen que han estado cerca de doce al pie del cañón, pero ya no están a pie de barra, porque allí hay demasiado lío. "Nosotros nos apartamos un poco, para la otra parte hay demasiado desmadre; mejor no nos mojamos", dijeron.

Porque otra cosa no, pero mojarse era lo más fácil en la jornada de ayer. A las pistolas de agua traidas de casa y los cubos improvisados se sumó el alcohol sobrante del riego interior destinado al riego exterior.

Curiosamente, el grupo de lugonenses tuvo la intuición de acertar con el tema. Como la veteranía es un grado, pensaron que Pokemon sería el tema a tratar en la ruta. Y acertaron. Llevaban el muñeco y una mochila con el motivo del videojuego.

Otros estaban más perdidos pero les daba igual. "Yo creía que era una fiesta de prau, me encontré con esto y flipé", dijo Andrés Antuña, de Gijón, que acudió solo y sin referencias a una fiesta a la que, con solo una edición, ya se ha hecho fiel. "Pienso venir todos los años; esto es brutal". La ruta recorrió hasta entrada la noche los bares exteriores de Lugones, y en cada parada la fiesta se hizo más intensa. Al final, casi no quedaba nadie seco, ni por dentro ni por fuera. Es la idiosincrasia de una fiesta que surgió de la nada y que, con el paso de los años, ha cobrado una fuerza que no tiene vuelta atrás.