El escritor Joe Hill (Hermon, Estados Unidos, 1972) es el autor de "Fuego", la historia de un mundo consumido por una espora que incendia a los que la padecen.

-Escribe: "La muerte es un mal trato para los adictos a la narrativa".

-Desde la primera vez que escuché esa frase me sentí atrapado por ella porque ¿qué pasaría si estás leyendo un libro maravilloso y te mueres antes de terminarlo? ¿Qué pasaría si empiezas a leer la trilogía de los Cromwell de Hillary Mantel y, de repente, ella no es capaz de acabarla? Yo estoy en mitad de la historia y me muero sin saber cómo termina. Sería terrible.

-Me intriga conocer el momento en que descubre la espora del fuego.

-Esta espora no surgió de la nada. Surgió de una idea que tenía desde la adolescencia: pensaba que me iba a morir por culpa de una combustión espontánea. Había leído y había visto cosas que tenían que ver con la combustión espontánea y aquello me había atrapado. Pensaba que iba a acabar así. Y, claro, cuando tienes 13 o 14 años tienes tantas hormonas que parece que ardes por ti mismo, que te vas a convertir, de repente, en una bola de fuego. Años más tarde esta idea resurgió.

-¿Ha recreado el "Inferno" de Dante?

-Bueno, podemos decir aquello de que el infierno son los demás. Ya lo dijo Jean-Paul Sartre. Sin embargo, no me parece que el peligro sea la epidemia, más bien es el miedo, la angustia y la violencia que genera entre nosotros. En "Fuego", los que acaban teniendo la piel con la escama de dragón empiezan a sentirse temerosos con lo que pueda pasar. La espora se ha depositado en su cuerpo y saben que no hay cura posible. Entonces es cuando la ansiedad les lleva de alguna forma a fumar y es esto, al final, lo que les corroe por dentro y lo que acaba haciendo que ardan en llamas.

-Otra lectura posible que se me ocurre de su novela es la epidemia del SIDA.

-Más que pensar en plagas reales, pensaba en lo que le pasa a la gente cuando se convierte en un grupo reducido, con armas, que acumulan las armas y se esconden del mundo. Los enfermos no tienen salvación. Los enfermos no tienen salvación. Para mí era más importante escribir la historia desde el punto de vista del enfermo que desde el de los pequeños seres que se creen vulnerables y se esconden detrás de la pared de sus casas.