La Provenza es toda ella un placer que recorre los sentidos. Adorada por los pintores impresionistas y refugio de Durrell, Thomas Mann o Franz Werfel, le hace a uno la vida diferente, muchísimo más agradable, dulce y suave que ningún otro lugar del mundo, si exceptuamos ciertos parajes de la campiña toscana.

Los recodos más maravillosos en el camino, las fragancias y la bondad de la meteorología le asaltan a uno en Beaucaire o Tarascón, donde Tartarin. En las carreteritas que van desde Saint-Rémy a Maussane-les-Alpilles o Les Baux. En todo el triángulo entre Arlés, bordeando la Camargue, Aix-en-Provence y Marsella. Paul Cézanne murió en Aix, una ciudad que impresiona por la huella de su riqueza acumulada en los siglos XVII y XVIII, elegantísima y con una oferta cultural elevada, al igual que Aviñón.

No se puede hablar de Provenza sin referirse a uno de los monumentos gastronómicos de la cocina de Francia: la bullabesa. Se trata de uno de los mejores calderos o sopa de pescado que se han inventado. Lleva a veces más de una decena de variedades de peces de roca. También se incorporan a ella calamares y crustáceos, abundante aceite de oliva, cebolla, ajo, azafrán, piel de naranja y hierbas aromáticas, además de patatas. La bullabesa se come con la «rouille» una salsa picante, de color rojo, y una rebanada de pan tostado o los «croutons» (tropiezos de pan fritos, cuscurros).

Pero volvamos a Aix, el París de la Provenza, para recordar que allí se encuentra el mejor restaurante de la región, Le Clos de la Violette, donde el chef Jean-Marc Banzo elabora u n a de las cocinas mediterráneas más frescas e imaginativas. Se encuentra en el número 10 de la avenida de la Violeta. Pida el pastel de pequeños caracoles («petit gris» al romero y el lenguado a la brasa con marinera de mariscos. Et, voilà.