José María Íñigo. Fiel desde hace medio siglo a su "florido mostacho", un símbolo "masculino, que no machista", el periodista, actor y presentador (Bilbao, 1942) es parte de la historia catódica española. Pionero en la entrevista cara a cara, la Academia de Televisión premió su trayectoria y Eurovisión contó de nuevo este sábado con él como comentarista. Le atrae la mujer inteligente e independiente y evoca sus fructíferos guateques de juventud.

Aunque ejerce como escritor y ha realizado trabajos como actor ocasional, José María Íñigo se considera un periodista que, además, disfruta mucho de ejercer su profesión. El premio a su trayectoria profesional que le concedió la Academia de la Televisión hace unos meses ha servido para que se recuerden de nuevo programas como 'Estudio Abierto' o 'Esta noche, fiesta', que forman parte de la más destacada historia catódica. Ahora, a los 69 años, este bilbaíno €gracias al que muchos jóvenes de los 70 depuraron sus gustos musicales€ guarda cada año un hueco en su agenda para ejercer de comentarista del Festival de Eurovisión, que celebró su final la pasada semana. Algo que, de algún modo, le devuelve a sus orígenes, cuando intentaba labrarse un nombre como disc-jockey, antes incluso de que se popularizara el término.

Afirma no haber reflexionado mucho sobre esa "leyenda eurovisiva" de que enviar a una solista femenina al certamen trae suerte: son muchas más las mujeres que se han alzado con el triunfo. "Si ganan más ellas, es porque estarán más preparadas, interesarán más o lo harán mejor. Así ha sido en las últimas ediciones, al margen de los resultados. Lo que sí me resulta curioso es que cuando Eurovisión parecía coto vedado para los hombres fue en los 70 y principios de los 80. Un momento en el que ellas apenas vendían discos en comparación con los solistas varones o los grupos. Eso ha cambiado radicalmente. Y es que el interés, la importancia y el alcance de lo femenino han evolucionado en la música, como en todo lo demás".

Íñigo permanece aferrado a su singular bigote. Lo considera un subrayado de su condición masculina €"porque ninguna señora ha lucido un florido mostacho como el mío", comenta bromeando, "pero no debe confundirse con un signo de afirmación machista, porque no van por ahí los tiros"€. Su origen está fechado hace cincuenta años, cuando se trasladó a Londres para empaparse de los signos de identidad de la cultura pop. Los mismos que tendría que explicar después a los jóvenes españolitos de los últimos días del franquismo. "Fue allí donde jubilé la corbata y la cambié por coloridos fulares y las ropas más modernas que encontré. Viví el nacimiento de la minifalda y la protesta de los grupos de rock. Eran tiempos de cambio, como cantaba Bob Dylan. Debo confesar que en los guateques, mientras la mayoría de chicos se lanzaban al LSD, los que no teníamos el mínimo interés en ese asunto nos entreteníamos atendiendo como correspondía y en todos los sentidos a las chicas que los drogatas dejaban abandonadas". Le han seducido, apunta, muy de cerca y mirándole de frente, y él, en contrapartida, con una mezcla de timidez y simpatía, "sonriendo mucho con los ojos, como si la vida saliera por ellos".

Las prefiere inteligentes, independientes y con sentido del humor. Pero también da importancia al físico. "Es absurdo decir que es lo de menos. Es en lo primero en que te fijas, y si hay rechazo inicial, seguramente el resto no llegas a conocerlo nunca. En todo caso, prefiero una mujer con virtudes y defectos, como yo".

Lo que menos le gusta de ellas es lo que más odiaría de sí mismo: "Un sentido de la posesión exagerado o una frialdad constante". Añade algunas "cosillas que a los hombres suelen incomodarnos. Nosotros somos incapaces de entender cómo pueden tardar dos horas en comprar una camiseta y por qué tienen que cambiar de ropa cada temporada. Ya sé que nosotros también tenemos nuestras cosas, pero esas, que las apunten ellas".

El periodista, pionero en la entrevista cara a cara, reconoce el privilegio de haber conversado con algunas de las mujeres más fascinantes e inteligentes de las últimas décadas. "Pude comprobar que la belleza, la simpatía y el bagaje intelectual de Jacqueline Bisset no son corrientes. O que Rita Hay­worth había aprendido a mirar al entrevistador como si fuera el hombre de su vida. Esta fue una entrevista polémica, pues ya estaba enferma de alzheimer y bebía de más, lo que hizo que aquel directo estuviera lleno de momentos tristes. Probablemente es mejor no conocer de cerca a quien se admira, para que el mito no se derrumbe. Pero ¿quién habría resistido la tentación de alcanzar lo inalcanzable?".