El Nalón, en efecto, ya está limpio cuando atraviesa Sotrondio bajo el hierro pintado de amarillo del «puente de los Gallegos», el viejo paso del carbón en tren desde la margen izquierda del río, que tampoco tiene mineral ni raíles y ahora es peatonal. El tren siempre ha sido importante en esta villa, hoy por exceso en la desmesura de su paso a través de todo el centro del casco urbano y por defecto de servicio de comunicación con el resto del valle y el centro de Asturias. La alternativa era aquel tren-tranvía que empieza a formar parte de la leyenda del pasado en estas alturas del Nalón donde hay quien no lo habría descartado tan rápido. Es cierto que el proyecto de reforma del trazado no rebajaba la hora larga de viaje que plantea hoy el desplazamiento en tren de Sotrondio a Gijón y Oviedo, verdad que «era muy modificable», pero también, al decir de Roberto García, que dejar que aquel tren se fuese sin más, «sin plantear si era modificable o no», es un error y una oportunidad perdida que pagará necesariamente la calidad urbana en la capital. «No sé si el formato era el tren-tran, pero había un proyecto concreto y no perdono que los políticos no se hayan puesto de acuerdo. Es una obra fundamental para todo el Valle, pero, sobre todo, para Sotrondio, y abandonarlo sin más es un error, porque creo que ya no voy a ver cómo se eliminan las barreras ciudadanas». Ya no va a ser el tren-tran, que «seguramente sería muy guapo», apunta Justo Martínez, pero «lo primero es exigir a Feve que mejore el servicio y tenga las instalaciones en condiciones».

En el mismo centro de Sotrondio, El Casino es un local amplio de dos alturas que fue una gran tienda de moda. Está a un lado de la carretera AS-17, transformada en avenida de la Constitución al ensartar el casco urbano de Sotrondio acompañando al Nalón camino de Blimea y Laviana. El Casino es «sociedad cultural y recreativa», y su presidente, Ramón Galán, asiente cuando se citan ejemplos del vigor social que conserva esta villa como pequeño cimiento para empezar a hablar de futuro. Los antiguos alumnos de la «clase Calvo», la sociedad de festejos, el Club Deportivo San Martín... «Hay un montón de asociaciones que indican que el pueblo está vivo», había dicho Ángeles Montero, llegados al punto en el que a la pregunta de lo que la villa puede hacer por ellos sucede una respuesta con todo lo que ellos pueden hacer por la villa. «Estamos creando pueblo con esto», interviene Roberto García, «hay un movimiento ciudadano importante en el que tendríamos que profundizar, al que en las instituciones deberían escuchar más y dar cauces de participación». En la plaza de Ramón y Cajal, un espacio cuadrado que se abre bajo el nivel de la travesía, además del quiosco de la música, sigue el Ayuntamiento de San Martín del Rey Aurelio. En este concejo plurinuclear, donde Sotrondio es histórica capital y segundo núcleo más poblado, tras El Entrego, con tres cabezas urbanas si a aquéllas se suma Blimea, tiene sentido que García proponga «salir del debate engañoso del ultralocalismo». La ciudad de San Martín, que eso son, administrativamente unidos, Blimea, Sotrondio y El Entrego desde 2007, no ha bajado sus efectos al nivel de la calle, según la opinión de algún vecino -«nada más que quitar a Sotrondio la capital», apunta Julio Cuello-, pero puede servir para ayudar a hacer fuerza dando fe, persevera Ramón Galán, de que «el localismo no va a ninguna parte».

Dijeron que serviría para vender mejor esto como algo semejante a un destino turístico, pero también en esa dirección queda camino. Héctor y Gonzalo Granda, propietarios, entre otros establecimientos hosteleros, del único hotel de Sotrondio y del concejo, observan en su soledad un indicio del camino que le queda por delante a su sector y buscan otra prueba en un edificio de fachada ocre y ventanas con ribetes verdes, vecino del Instituto de San Martín, del campo de fútbol y del parque ancho bordeado de plátanos desnudos. Es el albergue, está terminado y cerrado donde termina Sotrondio y casi sin separación comienza Blimea. El turismo aguanta como puede, pero sería muy importante, como dice Héctor Granda, «potenciar lo que tenemos casi a un coste cero. Es sólo arreglar y mantener, pero hay que enfocarlo de una manera acertada. Deberían incentivar a empresas que quisieran, por ejemplo, ocupar el tiempo libre de los visitantes, porque no hay ninguna. Más que el Museo de la Minería y el parque de Redes no sé qué decir a los turistas que me preguntan».

Vuelve a ser defender lo propio, el resquemor y el rumor agudo del mantra que no se deja de escuchar en Sotrondio. En la voz de Roberto García, «somos el municipio más afectado por la reconversión y con los fondos mineros se hizo la autovía Oviedo-Grado, se reparó el barrio de Ventanielles... No quiero quitar nada a nadie, pero sí pedir lo que nos corresponde como concejo más perjudicado».

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En el polígono industrial de La Florida, que acaba donde empieza Sotrondio, y viceversa, el combustible limpio sale del aceite sucio. Bionorte, la única planta de biodiésel que funciona en Asturias y una de la decena escasa que está en servicio en España, recicla el aceite usado, transformando en materia útil lo que ya no sirve y haciendo a pequeña escala justo lo que Sotrondio pretende a la suya. Limpiar, reutilizar, aprovechar hasta el último de los recursos con ideas novedosas. La fábrica llegó en junio de 2005 a la margen derecha del Nalón, a un paso del barrio de El Serrallo, en el acceso a la villa por el noroeste, y hoy aguanta con 14 trabajadores y 5.000 toneladas de producto en 2011, buena parte de él, para la exportación. Está aquí por las posibilidades que dieron las ayudas a la inversión en las comarcas mineras y «en condiciones de abastecer» desde La Florida «toda la demanda de la región».

El suelo resbaladizo en el laboratorio de Bionorte puede servir como metáfora aceptable del terreno en el que se mueven ellos y todo el sector de los biocombustibles en España. Es el escenario inestable de las energías renovables, sometido a los vaivenes de la regulación, a las presiones de las grandes petroleras y a las peculiaridades de un sector «muy condicionado por los gobiernos de turno» y no tan protegido en España como en el resto de Europa. Así lamenta Alfonso Mielgo, gerente e impulsor de la empresa, la escasa presteza en la trasposición de la normativa europea para la promoción fiscal del biocarburante.

Bionorte, sin embargo, sigue, a pesar de todo, aquí, en Sotrondio, reinventando ahora el proyecto a través de una planta piloto que reutiliza los residuos del aceite usado y restos de comida para producir biogás, perfeccionándose con otro plan que aprovecha un aceite que producen las algas como materia prima del biocombustible «del futuro». Continúan en La Florida, superando poco a poco aquella etapa en la que se vieron obligados a «difundir un producto que no conocía nadie» y que les hace competir con la gran industria petrolera. «Somos unos héroes por seguir vivos», concluye Mielgo.