Patrycia Centeno, periodista y pionera en el estudio de la estética como instrumento de comunicación política, estudia con lucidez y rigor en el libro Política y moda los factores que pueden marcar el éxito o el fracaso de una imagen política. A petición de LA NUEVA ESPAÑA, Centeno ha desarrollado en exclusiva su opinión sobre el estilo de dos asturianos que no son políticos pero que representan a altas instituciones y cuya imagen siempre da mucho que hablar: la Princesa de Asturias y Rodrigo Rato, presidente de Bankia.

La autora «podría escribir un libro» sobre Letizia Ortiz. «Creo que aún está intentando encontrar su estilo», afirma, «ha pasado por numerosas etapas. Cuando se casó y abandonó su estilo informal, la ropa clásica y sobria (algo aburrida, que la hacía parecer mayor e incluso la afeaba) también cumplía su función: recordarle su nueva posición social. El día que se enfundó el vestido rojo de Caprile, todos la vimos, por primera vez, como reina. Cuando se bajó de sus tacones y se calzó unas bailarinas recobró la seguridad, ya no hacía falta subirse a un taconazo de 12 centímetros para estar a la altura del Príncipe y de la realeza. Se le critica que vista de firmas low cost, pero tampoco gusta que invierta grandes cantidades de dinero en ropa. Forma parte de la nueva generación de princesas del siglo XXI y el pronto moda de Mango y Zara (empresas españolas) es la realidad de la sociedad actual. También causa polémica por el largo (o más bien el corto) de sus faldas. Mientras no enseñe rodilla en sus encuentros con la Iglesia, nada preocupante. ¡La realeza también tiene piernas!».

Respecto a Rodrigo Rato Centeno se deshace en elogios: «Impecable. Le gusta cubrirse de tejidos de gran calidad y se nota. Es coherente con sus tendencias políticas. Aseguran que desea rejuvenecer su imagen (injertos de pelo como José Bono). En su caso, no es una estrategia. Es lo que tiene tener una pareja mucho más joven».

Y ahora pasemos al libro. ¿Qué pasa con los políticos del ruedo nacional? Centeno lo tiene claro: visten de pena. Como mucho, se puede rescatar a Alberto Ruiz-Gallardón y Josep Antoni Duran i Lleida. El presidente español, Mariano Rajoy, muestra un desinterés total, y su barba y su pelo tampoco ayudan a mejorar su aspecto. A Alfredo Pérez Rubalcaba las americanas le sobran por todas partes. José Luis Rodríguez Zapatero llevaba trajes a medida al principio, pero acabó cayendo en el mismo error que el resto. Además, en plena crisis lució un cinturón de lujo de Hermès, qué feo. Casi tanto como el Rolex en la muñeca de Cándido Méndez, sindicalista. También el líder de CC OO, Ignacio Fernández Toxo, lució «en varias manifestaciones una bufanda de Burberry». Y la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, se adornó en un mitin «con una versión en tonos lilas del pañuelo palestino».

Desconcertantes. Esperanza Aguirre fue una de las primeras políticas «en asegurar que solía vestir de Zara. Pronto la imitaron (la socialista) Tinidad Jiménez y su colega de partido Alicia Sánchez Camacho». José Blanco («apariencia apolillada») dejó de usar gafas, «adelgazó, se cortó el pelo, hidrató y rasuró a la perfección su rostro, y decidió prescindir con más frecuencia de la corbata y utilizar tejidos más de izquierdas, prendas más informales y colores cálidos y amables». Artur Mas y su cabellera: «Pese a que le ayudaría a suavizar su apariencia un tanto arisca, se empeña en domarla a golpe de laca».