Del año 2002 al 2010 la Universidad de Oviedo ha «cocinado» un total de 83 patentes, una cifra que sitúa la institución en el octavo lugar en el ranking de las universidades españolas. Es un área universitaria poco visible, pero muy importante. Da prestigio, es un buen termómetro para comprobar la salud investigadora y, en último extremo, puede generar retorno de ingresos que compensen los gastos científicos y burocráticos.

Un octavo lugar entre 73 universidades evaluadas (48 públicas y 25 privadas). La vicerrectora de Investigación, Mari Paz Suárez Rendueles, lo valora, y matiza que «hay universidades que juegan con ventaja, como son las politécnicas, centradas sobre todo en estudios de ingeniería. La de Oviedo es generalista y de tamaño medio, sus resultados son muy buenos».

Este reportaje cuenta la historia de tres grupos de investigación. Cada uno de ellos ha conseguido sacar adelante una patente en diferentes campos de trabajo a partir de tres ideas que han nacido en Asturias.

El primero ha logrado patentar un método para la esterilización de la leche evitando la pasteurización convencional. Más barato y de mayor duración. El segundo trabaja en un casco abierto pero preparado para que ponga en marcha un dispositivo de protección para el motorista en caso de accidente. Aún no existe un prototipo como tal, pero pronto será una realidad. El tercero, una plataforma robótica que escala postes para facilitar labores de mantenimiento o seguridad. Ya hay prototipo listo para demostraciones.

Los tres casos son, por así decirlo, idénticos y sirven de ejemplo a lo mucho que se investiga, aunque, tal y como reconoce la vicerrectora Suárez Rendueles, «no siempre existe visibilidad». La vicerrectora es optimista: en realidad, casi nunca existe visibilidad, aun aceptando que la Universidad no está para venderse sino para trabajar.

Tres casos homologables, como se decía, porque sus promotores son asturianos, trabajan en el entorno de la Universidad y se han basado en ciencia básica para buscar aplicaciones. En ningún caso lo tuvieron fácil. Los tres comparten un final feliz, aunque en realidad el auténtico final feliz es cuando una empresa decide comercializar la patente. Y pagar por ella.

El proceso para conseguir una patente está lleno de dificultades. En el caso de una Universidad como la de Oviedo los pasos están muy sistematizados y la propia institución presta soporte burocrático al intento. Es la línea más corta para conseguir objetivos porque los investigadores están para investigar y no para enfrascarse en papeleos que a veces pueden ser farragosos. Ni qué hablar de los procesos para conseguir una patente internacional.

Cuando un investigador logra algo que él percibe como novedoso y susceptible de tener aplicación industrial se debe poner en contacto con la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación, la OTRI, dependiente de la institución universitaria. La idea queda en manos de personal especializado que ayudará al investigador o grupo de investigación en todo momento hasta la conclusión del mismo.