Marcos Slash, constructor de tablas de surf. Es el fabricante de tablas de surf de referencia en Asturias y uno de los más importantes de España. Radicado en Salinas, el reino asturiano del surf, este «shaper» (perfilador, moldeador de tablas) fue, además, pionero en la fabricación de tablas a motor y ahora está colaborando en un nuevo proyecto para renovar y actualizar aquel diseño inicial. Tiene 48 años y tres hijos, a los que se lleva a surfear con él buscando las mejores olas del mundo. Porque, para hacer las mejores tablas, nada mejor que probarlas uno mismo.

–Marcos.

–¿Y el apellido?

–Slash. Nunca pongo el real. Todo el mundo del surf me llama Marcos Slash. Tengo 48 años. El mote viene de mi maniobra preferida del surf y luego había una película... Antes de empezar a surfear, mis hermanos ya andaban con el skate, y en una película de los ochenta había un personaje que se llamaba Slash que quería hacer sus propias tablas de skate. Me gustó cómo sonaba y puse Slash. Soy de Raíces.

–¿Cómo empezó a hacer tablas?

–Porque con 13 años me gustaba una chica del ambiente del surf de Salinas y me dije: «Voy a ver si hago yo esto a ver si la conquisto». No la conquisté, pero sí conseguí empezar a hacer tablas. A mis padres, sobre todo a mi padre, aquello no le parecía un deporte de gente humilde como nosotros. En aquellos tiempos lo consideraban de gente con dinero.

–De pijos.

–De pijos. Ahora ya no es así. Las clases sociales ya están muchos más igualadas, es un deporte al que tiene acceso cualquiera con muy poco dinero. Bueno, también decían que eran un deporte de yonkis y porreros...

–¿Y cómo empezó?

–Pues conseguí ahorrar con el tiempo 5.000 pesetas y compré una tabla reventada y me puse a repararla. Mi padre trabajaba en Mefasa, que en aquel momento hacía algo de barcos y tenía acceso a materiales. Me trajo un poco de fibra y empecé a repararla. Aquello me empezó a enamorar, a obsesionar, y sin darme cuenta empecé a ofrecer por ahí mis servicios. Como le hacía gracia a todos los mayores que hacían surf que un crío de 13 años quisiera repararles la tabla, me fueron dejando. Me cogí un garaje pequeño y allí empecé a hacer mis primeras reparaciones. Me salían bastante chapuceros, pero como no había nadie en aquella época que lo hiciera... Era 1989 o así.

Yo no veía una tabla, yo veía una joya. A partir de ahí empecé a intentar buscar información. Y como no había información y en aquella época no había internet ni había nada, mandé unas cartas por ahí a diferentes sitios donde pensé que me podían decir algo. Luego se hizo un campeonato en Gijón y conocí a Luis Rodríguez, un argentino que venía a quedarse y que hacía tablas de surf. Y empecé a hacerle la pelota todo lo que podía para poder aprender un poquito de él. Él me dio la oportunidad de poder aprender un poquito, de ver alguna cosa. Hicimos un acuerdo en el que yo aquí hacía las tablas de Slash, pero yo no las hacía al completo: él hacía como la primera parte, la más técnica, la forma de la tabla, y yo la remataba. Así hice mis primeras tablitas con Slash. Fue el año 1990-91.

Y nada, empezamos a darle candela y al final, como no había mucho, pues aquí toda la gente de la zona empezó comprarme las tablas. Iba haciendo tablas y conseguí ahorrar dinero para un viaje a California a aprender. Ahí volví para España y empecé a hacer las tablas al cien por ciento. Luego, en el 2000 me fui a Australia para picar a la puerta de los grandes maestros con renombre internacional. A uno de ellos, Simon Anderson, le caí en simpatía. Fue el inventor de las tablas de tres quillas. El 95% de las tablas de hoy son de tres quillas. Inventó las tres quillas, ganó el Campeonato del Mundo y a partir de ahí fue cuando cogió ese renombre. Llegué a un compromiso con él de que, aparte de hacer yo mis tablas, aquí en España iba a importar y a vender las suyas. Eso me ayudó a pegarle otro plus más a mí marca.

Pues básicamente podía seguir contándote, pero ahí sigue mi trayectoria hasta hoy... Sigo formándome, probando nuevas tecnologías, viajo cada año a sitios donde haya olas y shapers. Australia, Brasil, Indonesia, Argentina, Venezuela, California, Hawái... Tengo tres hijos, uno de 2 años, otro de 7 y otro de 12. Viajan con nosotros. El de 12 años también surfea a tope.

Mis tablas son buenas porque, primero, me gasto el dinero en el material más caro que hay, todo de importación desde Australia y de Estados Unidos. La segunda base es el micromilímetro, ese pequeño detalle que yo le doy y al que mucha gente no llega. La tabla tiene infinitos detalles, y la mayoría de los shapers tienen unos niveles muy básicos de surfing y con ese nivel básico no puedes llegar a entender cada microcomportamiento de la tabla, si algo está fallando. Con los años yo fui mejorando mi nivel de surf y tenía la oportunidad de mejorar las tablas según mis sensaciones en el agua. Y, bueno, yo creo que esa superflipada que llevo de toda la vida de alguna manera la transmito también con una energía importante. Creo que ese entusiasmo la gente lo nota cuando prueba mis tablas. Hay un boca a boca muy generalizado.

Hacemos unas 60 tablas al mes. Podíamos hacer muchas más, pero hace años que paramos nuestra producción para centrarnos en los números en los que funciona el taller correctamente y puedes hacer la calidad que deseas y mis compañeros y yo podemos vivir del trabajo dignamente. Ahora mismo somos cuatro personas. Las tablas están entre quinientos y mil euros; una «Stradivarius», digamos, más refinada, podría estar por los mil euros. Trabajamos con unas máquinas de control numérico, eso es una ayuda muy importante. Pero hay una serie de detalles que solamente pueden ser manuales. Ahí es donde está realmente la diferencia entre una tabla y lo que buscamos la mayoría de los shapers, que es lo que llamamos la «tabla mágica». Hemos conseguido muchas tablas mágicas para mucha gente. Yo soy hiperexigente con lo que yo hago. La magia es un conjunto de muchas pequeñas cosas, influye hasta el día en el que se hace el proceso, la humedad que hay... un montón de factores.

–¿Y su padre ahora qué piensa de lo suyo?

–Mi padre está superorgulloso de lo que hago. Ya hace muchos años que empezó a apoyarme, me ayudaba a hacer los talleres que montaba. Se dio cuenta de que era una manera de vivir. Aunque en aquellos tiempos pensaba que, si no hacías una carrera y que si no hacías una profesión tipo, digamos, esto no iba a tener futuro ninguno.

–¿Y la chica? ¿Qué fue?

–Pues es un amor platónico. Todavía la vi en el skate park el otro día y nos saludamos tímidamente. Ella no surfeaba, era como admiradora de los surferos. Ella no sabe nada, pero una vez se lo dije a su hermano, que me compra tablas: «Que sepas que esto fue gracias a tu hermana». Fue el revulsivo. Date cuenta de que yo tenía 13 años...