De cómo los nietos de Luis Cienfuegos lo rescataron de la fosa del olvido

"La memoria histórica tiene que ver con cómo hacer una sociedad justa"

"Una sociedad democrática no puede tener muertos en las cunetas"

José Antonio Naves Cienfuegos, a la izquierda, con una foto de su abuelo Luis Cienfuegos, junto a otros primos y  descendientes del lenense asesinado en Parasimón.

José Antonio Naves Cienfuegos, a la izquierda, con una foto de su abuelo Luis Cienfuegos, junto a otros primos y descendientes del lenense asesinado en Parasimón. / Mara Villamuza

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

José Antonio Naves Cienfuegos, enfermero jubilado, promotor junto a su familia de la exhumación de los 21 asesinados en Parasimón durante la Guerra Civil. La palabra "Parasimón", el lugar donde fue fusilado el lenense Luis Cienfuegos en noviembre de 1937, era tabú para sus descendientes. Pero José Antonio, junto a sus primos, los nietos de Luis Cienfuegos, ha logrado romper el silencio que pesaba sobre esas muertes al recuperar los cuerpos.

En 2010, los nietos de Luis Cienfuegos decidieron levantar la condena al olvido perpetuo que pesaba sobre su abuelo desde la Guerra Civil. En 1937, Luis Cienfuegos, un lenense militante de Izquierda Republicana, el partido de Azaña, fue fusilado junto a 20 personas más en el paraje de Parasimón, en el valle de Pajares. Los cuerpos quedaron abandonados allí. Antes fueron brutalmente desfigurados. Fueron los vecinos quienes los enterraron, una vez se marcharon los asesinos. La familia Cienfuegos ha logrado recuperar los restos de esos 21 cadáveres (12 en 2018 y 9 en 2023), aunque aún no han conseguido identificar a cada uno a través del ADN. Estos días, en Laboral Centro de Arte una exposición recrea las excavaciones de las fosa de Parasimón. En estas páginas, cuenta la historisa uno de los nietos de Luis Cienfuegos:

"Me llamo José Antonio Naves Cienfuegos, tengo 65 años. Mi madre, María Luisa, era la hija mayor de Luis Cienfuegos. Soy enfermero jubilado en la sanidad pública y vivo en Madrid, pero tengo casa en Asturias. Es mi casa de veraneo y cuando hace mucho calor por aquí me lo paso ahí".

"Nosotros, de niños, siempre habíamos oído hablar de Parasimón. Pero no sabíamos qué era Parasimón. Si era una curva o un prao… El nombre figuraba en el imaginario familiar, pero no teníamos ninguna conciencia de dónde era, ni cómo, ni qué era. En 2009, Celesto García, un paisano de Pajares que ya murió hace cuatro o cinco años, y al que estamos muy agradecidos, hace una declaración ante la Comisión de Memoria de Lena, donde señala lo que él vio en Parasimón en 1937. Esa fue la primera pista que tenemos de qué es Parasimón y donde está".

"Lo significativo de todas estas historias de memoria familiar es el silencio. Nadie hablaba del abuelo Luis. Le preguntabas a mi abuela –pocas veces, no era un tema que a ella le gustara tocar– y te decía: murió en la guerra. La versión oficial era que murió en la guerra. No había más historia. Mi madre, que era la mayor de los hermanos, tenía 10 años cuando detienen a Luis Cienfuegos. Era la que tenía más o menos memoria. Los otros eran muy pequeños. Mi madre sí nos habló en alguna ocasión de Parasimón, o apareció esa palabra en algún contexto. Y alguna vez, pero pocas, refirió que le gustaría que su padre estuviera enterrado donde está su abuela, donde está su madre, en el cementerio de Santibáñez de Murias (Aller), con el resto de la familia".

"El silencio es fruto del miedo. Mucho tiempo después de muerto Franco, la gente seguía sin hablar. Y sigue sin hablar. En este país el silencio lo ha invadido todo durante mucho tiempo. Por ejemplo, además de Celesto hay otra persona, otro vecino de Pajares, que sobre 2014 nos señaló el lugar de la tumba. Pero esa persona pide el anonimato, que no la identificamos. No quiere que aparezca un nombre o fotografía suya. La gente sigue guardando un silencio sobre lo que ocurrió. Sobre algo que pasó hace 85 años".

"Una parte de la represión consiste en hacer entender a las víctimas que son culpables de algo. Esa culpabilización se produce en todos los procesos: las mujeres son culpables de sus violaciones, los muertos son culpables, algo habrían hecho…. Ese trasfondo siempre está ahí".

"Cuando leímos el testimonio de Celesto García, mi hermano Luis, el mayor de los hermanos varones, dice: ¿por qué no buscamos al abuelo? ¿No os acordáis que mamá decía que le gustaría tener a su padre en la tumba de la familia? Mi madre ya había fallecido en 2008. Pero quedaba flotando ese mandato familiar. La verdad es que le miramos con un poco de escepticismo, porque no sabíamos muy bien cómo funcionaba todo esto. Pero, con un punto de insensatez, nos pusimos a ver cómo era posible recuperar sus restos. Con un amigo arqueólogo echamos una primera ojeada. No encontramos ninguna zona evidente donde pudiera haber una tumba. Buscamos otro segundo arqueólogo con un detector de metales. Antxoka Martínez, el arqueólogo de Aranzadi, quien al final dirigió las excavaciones, buscó por esa misma zona, no apareció nada. Pero unos 100 metros más para arriba, encontramos cartuchos. Bastantes. Formando una línea. Ahí empezamos a suponer que habíamos encontrado la zona, o una de las zonas, donde los habían matado. Y sabíamos por Celesto que los habían enterrado en la misma zona donde les habían matado".

"La referencia que hace Celesto del día del crimen, en noviembre de 1937, es que los dividen en dos grupos, los asesinan y los dejan sobre la tierra. Los asesinos no los entierran. Parece ser que es el maestro de Pajares, compadecido de esta situación, quien con unos chavales del pueblo entierra los cuerpos. A mi abuelo lo reconocen porque era de Parana, en Lena, aunque él vivía en Santibáñez de Murias porque se había casado con una allerana. De todos los fusilados sólo tenemos a otros dos identificados. Uno es Jesús Oca, un gallego. Y hay una tercera posible víctima que sería un hermano de Jesús Oca, que se llamaba Félix Oca. La historia era que iban en un camión, que los habían sacado de la cárcel de Moreda y los llevaban a León, a San Marcos. Y en medio del camino, por las razones que sean, los fusilan".

"Hemos recuperado los restos de 21 personas, pero no los hemos podido identificar. El ADN es un tema técnicamente complejo. De la primera fosa no se consiguió ADN de calidad en muchos de los cuerpos. Tampoco conocemos nombres de otras posibles víctimas. Se ha puesto en contacto con nosotros mucha gente, pero hay veces que nos dan datos muy imprecisos o que se alejan de los hechos de Parasimón".

"Cuando en 2009 sabemos de esa declaración de Celesto, lo primero que hacemos mi hermano Luis y yo, lo que se nos ocurrió, fue presentar una denuncia en el juzgado de Lena. El juzgado de inhibió. Entonces lo que hicimos fue llamar a nuestros primos y embarcarles en esta aventura. Nos fuimos 8 o 10 primos para ahí arriba y nos pusimos con los arqueólogos hacer la prospección. Entonces no había una ley de memoria en Asturias. O lo hacíamos nosotros o no lo iba a hacerlo nadie".

"Lo hemos hecho de la manera que hemos sabido. Las instituciones… la verdad que es un poco penoso, tanto a nivel judicial como de la administración. Este país no ha hecho bien las tareas de la memoria histórica. Si comparamos lo que se hace aquí con lo que se hace en Argentina o en Chile da un poquito de pena".

"El pacto de la Transición se fundamentó en el olvido. Eso funcionó durante mucho tiempo. Ese pacto, en un momento dado, se rompe y empiezan las primeras exhumaciones con metodología científica, en 2000. Habían pasado 25 años desde la muerte del dictador".

"Ni la derecha ni la izquierda hasta entonces quisieron tocar este tema y se abandonó, se dejó. Hemos sido las asociaciones, las familias, las que hemos tirado del carro siempre. Y ahí seguimos. Nosotros hemos hecho una serie de cosas que no queríamos hacer. Nosotros queríamos que fuera el Estado el que asumiera esas tareas. Queremos que la inhumación de las fosas sea una tarea pública. Vamos a ver, a mi abuelo no lo mataron por ser mi abuelo. Lo mataron porque tenía unas ideas políticas, porque formaba parte de una cultura política que existía en esa época. Había una voluntad de transformar la realidad social porque se reclamaba justicia. Mi abuelo era militante afiliado a Izquierda Republicana, era una persona comprometida con unas ideas y le matan por esas ideas. No es un crimen personal, digamos. Las muertes tenían un objetivo político, con lo cual la reparación es una tarea de la comunidad, es una tarea que nos tenemos que dar como sociedad. La memoria tiene que ver con cómo queremos construir una sociedad justa, democrática en este país. Y siempre hemos tenido la sensación de que las instituciones no lo han hecho bien. Lo que queremos reivindicar, más que el derecho que tenemos las familias a buscar a nuestros abuelos, es el derecho que tienen ellos de ‘existir’, a tener unos ideales, a haber tenido una vida. Queremos reivindicar su legado, dar testimonio de su vida y de lo que ocurrió".

"Desde la tragedia griega, como en Antígona, se reconoce ese derecho a enterrar a los muertos. Esa tragedia habla de ‘un deber sagrado’ –enterrar a los muertos– frente a la crueldad del Poder de Estado, que les niega el descanso, y les condena además de a la muerte, al olvido. La desaparición es, en ese sentido, un crimen más atroz que la muerte. Es como si el poder quisiera borrar su memoria, es tratarlos como si no hubieran existido. En ese sentido, nuestro objetivo al recuperar los cuerpos, y poder darles sepultura, es poder decir: vivieron, existieron, ocurrió, ocurrió porque en este país pasó lo que pasó. El recuperar los cuerpos es un ‘deber familiar’, y también un acto político".

"La derecha concede graciosamente nuestro derecho a buscar, a exhumar las fosas y a enterrar sin ninguna implicación pública. Sin ningún componente ciudadano. Convierte eso en un acto puramente privado privado. Y no es así. Porque cuando a mi abuelo y a las 21 personas que están en Parasimón se las mata, se las hace desaparecer. Se las mata dos veces. Los podrían haber matado y entregar los cuerpos a las familias para que fueran enterrados. Pero no, la desaparición implica la muerte civil. Cuando a alguien se le hace desaparecer se le borra, su memoria, su nombre, ya no aparece en una lápida".

"Por eso para nosotros no es un asunto privado. Una sociedad que quiere construirse sobre cimientos justos y democráticos no puede tener los muertos tirados en las cunetas. La memoria no es una cosa del remover el pasado, se trata de construir un presente y un futuro como sociedad. Nosotros iniciamos esto no sólo como una tarea familiar. Con lo que hicimos reivindicamos también una cultura política que se quiso hacer desaparecer con el cuerpo de mi abuelo: las ideas de justicia social, de instrucción pública, de un futuro social mejor".

"El objetivo último como familia sería poder identificar a los muertos de Parasimón. Entre ellos, a nuestro abuelo Luis y poderlo devolver a la familia. Sigue habiendo una hija que está viva, que se llama Ángeles, nuestra tía, y que tiene 89 años. Sería para nosotros un motivo de orgullo poder enterrar a nuestro abuelo en Santibáñez. Para nosotros ya es una satisfacción muy importante haber conseguido recuperar a 21 personas del olvido. Nos preguntan que por qué lo hacemos y una de las razones es porque no estén dónde los quisieron tener, donde los quisieron arrojar: al olvido. Es un deber de memoria. Es nuestra lucha contra el poder, contra el olvido decretado. Nos gustaría dar nombres a esas personas y darles un sitio donde descansar. Y nos gustaría transmitir eso a las futuras generaciones, que sepan de dónde vienen".