Oviedo, Honorio FEITO

Uno de los protagonistas más destacados, y menos conocido, de nuestra guerra civil (1936-1939) fue el teniente general Juan Fernández Capalleja y Fernández Capalleja. Capitán al iniciarse el conflicto, protagonizó varias acciones destacadas, como la ruptura del cerco de Oviedo, la caída del «cinturón de hierro» de Bilbao y la entrada en Barcelona, en la vanguardia de las fuerzas nacionales que ganaron aquellas posiciones. Curtida su carrera militar entre las unidades de choque, concretamente con los Regulares, fue más tarde director de la Academia General Militar de Zaragoza dejando su sello personal en las promociones que pasaron durante su mandato. Un cáncer, en 1954, a los 52 años, fue más eficaz que la guerra para acabar con su vida. Estaba en posesión de la medalla militar individual. Había nacido en Navelgas (Tineo) en 1902.

Fernández Capalleja pertenecía a una familia de militares afincados en Navelgas. Un antepasado suyo, Ramón Fernández Capalleja y Gamoneda (1789-1871) perteneció al Batallón de Literarios de Oviedo y participó en la Guerra de la Independencia. Su padre, Manuel Fernández Capalleja y Alba (1868-1919) fue auditor de brigada, destacando como delegado español en Casablanca (Marruecos), como miembro de la comisión internacional de indemnizaciones, ocupándose también de las denuncias de los súbditos españoles, afectados por los disturbios ocurridos en Marruecos durante los meses de julio y agosto de 1907. Casado con su prima Claudia, enviudó de ésta en 1910. Su destino a Melilla obligó a fijar en esta ciudad la residencia familiar. El futuro general tenía entonces 8 años.

El 11 de septiembre de 1921 el joven alférez Juan Fernández Capalleja se presentó en su primer destino, formando parte de la columna del general Cabanellas, en pleno período de lo que los historiadores llaman «las campañas de desquite y reconquista» sobre los territorios perdidos tras la gran derrota en Annual y Monte Arruit. Comenzaba su carrera, pues, en el mismo escenario donde poco más de un mes antes había desaparecido su hermano, el teniente de Infantería Manuel Fernández Capalleja, muerto en aquella triste jornada, cuya breve hoja de servicios destaca el valor y las buenas aptitudes para el mando. En agosto de 1922 Juan Fernández Capalleja fue destinado al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Alhucemas número 5, siendo incluido entre los oficiales de la tercera compañía del I Tabor. A partir de ese momento, hasta su ascenso a general de brigada, en enero de 1950, el nombre de Fernández Capalleja está definitivamente unido a los Regulares, de los que llegaría a ser su coronel en la década de los cuarenta.

Fernández Capalleja no tuvo ningún protagonismo en los inicios de la guerra civil. Se incorporó al conflicto el 7 de octubre, embarcando en el «Vicente Puchol» con rumbo a Algeciras. Por la Vía de la Plata llegó a Lugo y el día 11 alcanzó la villa de Grado. Un día más tarde, según relata minuciosamente su hoja de servicios, ocupó la ermita de San Martín de Gurullés y La Tejera. El día 13 marchó a Santullano, luego a Balsera (Las Regueras), formando parte de la columna del teniente coronel Teijeiro, y el día 16 se encontraba en las lomas del Escamplero, a las órdenes del comandante Gallego Saiz. En la madrugada del 17 de octubre Fernández Capalleja, al frente del IV Tabor del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas, inició las maniobras de asalto por sorpresa sobre la cota más elevada del Naranco, el pico del Paisano. Una vez alcanzado el objetivo, fortificó la posición. Sus hombres clavaron las banderas y guiones, que eran visibles desde Oviedo. Coinciden los analistas y estudiosos de estos acontecimientos en señalar la importancia de esta conquista, que permitió operar a las columnas mandadas por el capitán Pérez López y avanzar sobre la capital de Asturias.

Cuando el general Llano de la Encomienda decidió lanzar la gran ofensiva sobre Oviedo, en enero de 1937, Fernández Capalleja era comandante. Su participación volvió a ser decisiva para la suerte de los nacionales, pues, no sin gran número de bajas, y en medio de un gran temporal, recuperó la posición de Pando, llegándose a la lucha cuerpo a cuerpo.En aquella jornada tuvo el tabor mandado por Fernández Capalleja 11 bajas entre los oficiales, de ellos tres muertos, y 210 bajas entre los suboficiales y tropa. Esta acción incluyó la recuperación del Orfanato Minero. Fernández Capalleja regresaría a Asturias en octubre de 1937, batiendo la zona oriental, concretamente, los concejos de Peñamellera, hasta alcanzar Covadonga, cuya acción fue muy celebrada entre los mandos nacionales.

El 1 de mayo de 1937 el comandante Fernández Capalleja y su tabor formaban parte de la IV Brigada de Navarra, que operaba al noroeste de Guernica. El día 6 el tabor inició las operaciones sobre el monte Sollube. La situación en Sollube era que el Batallón «América», cuyo mando había recaído en Fernández Capalleja por la pérdida de sus jefes naturales, ocupaba la cota 500, mientras que otras cotas más elevadas estaban en poder de los milicianos del Frente Popular. El plan de viabilidad para la conquista de estas posiciones fue confiado, por el mando nacional, al comandante Fernández Capalleja y consistió en avanzar de noche por terreno enemigo hasta situarse a una distancia desde la que iniciar, por sorpresa, el asalto final, lo que consiguió a las seis de la mañana del 8 de mayo. La ocupación del Sollube, al margen del importante arsenal capturado a los republicanos, supuso el control de la carretera Bilbao-Bermeo, por donde operaron el resto de las columnas que ocuparon la península de Machicaco. Esta acción le valió la concesión de la medalla militar individual. Habilitado para el empleo de teniente coronel, tomó el mando de la segunda media brigada y el 10 de junio, mientras las baterías del general Martínez de Campos y la aviación batían las posiciones de defensa de la capital vizcaína, Fernández Capalleja y sus regulares rompieron el cinturón en Larrabetzu, Cantovaros y Urristi, pasando la media brigada a sus órdenes, seguida de las brigadas de Navarra, Primera, Quinta y Sexta, como destaca su hoja de servicios. El día 19, desde Deusto, entraban en Bilbao.

Aunque Fernández Capalleja no participó en la famosa batalla del Ebro, destacó en las acciones de la batalla de Brunete, en aquel caluroso verano de 1937, y en las de Guadarrama, Teruel, Caspe, Lérida, Tarragona y Barcelona. Al terminar la guerra Fernández Capalleja continuó al frente del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Alhucemas número 5 como coronel, hasta que, a finales de abril de 1950, ascendió a general de brigada y fue nombrado director de la Academia General Militar de Zaragoza. A las actividades académicas de los cadetes añadió Fernández Capalleja algunas innovaciones: imprimió pasquines, recordatorios, trípticos, comunicaciones de todas clases, tratando de convertir en excepcional lo que de rutinario tiene para el cuerpo docente la enseñanza, sabiendo que los cadetes guardarían un recuerdo especial de la primera guardia o del acto de jura de fidelidad a la bandera. La identificación con los alumnos fue total. Uno de ellos, en el libro que imprimió la novena promoción Fernández Capalleja, recuerda así al director: «La mano de acero en un guante de terciopelo». Destacan sus alumnos su gran humanidad, las mejoras de las instalaciones deportivas en la academia y la revista «Armas y cuerpos», cuyo modelo adoptó del que había establecido en Segangan, que continúa siendo el órgano de expresión de los futuros oficiales del Ejército.

El epílogo de la biografía del general Fernández Capalleja tuvo por escenario su pueblo natal: Navelgas. Los restos mortales del soldado, acompañado de gran número de personas, llegaron al cementerio local, donde recibieron sepultura, procedentes del Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid. El doctor Fleming, eminente investigador, lo visitó en este centro médico acompañado por el general Muñoz Grandes, cuando ya la ciencia no podía impedir el desenlace final.