Con el fin de que quede clara desde el principio la tesis que defenderé a continuación, mi hipótesis es que una parte muy importante de la tragedia en la que está inmersa la Universidad española actual está en la mezcla de dos componentes que, juntos, son muy explosivos: el carácter comunal de la Universidad española y la falta de disciplina. En definitiva, a mi juicio, el problema no está en que la Universidad sea un comunal, sino en que es un comunal gestionado sin disciplina.

Las salidas del comunal. Los comunales sufren la denominada, en términos de Hardin, «tragedia de los comunales». Como es sabido, ésta consiste en que lo que es de todos (comunal) al final no es de nadie y termina siendo sobreexplotado. Esto es lo que pasa, por ejemplo, con las pesquerías y, a mi juicio, esto es lo que pasa también con la Universidad pública. Frente a dicha tragedia, la solución tradicional pasa por dos vías: por una parte, regular la explotación del comunal y, por otra, privatizarlo. En lo que se refiere a la Universidad pública española, en los planes de estudios previos a la reforma actual se regulaba la explotación del comunal a través de, entre otras medidas, la fijación por parte del Estado de las denominadas materias «troncales» que debían darse en todas las universidades. En la reforma actual se ha optado por la no regulación y, consecuentemente, la única salida convencional que queda para enfrentarse a la «tragedia» es la de asignar derechos de propiedad. En ello se está desde hace algún tiempo y, así, se han ido creando universidades privadas que, en todo caso, en general no son todavía competitivas. En síntesis, hemos desregulado lo público y de momento la privatización no funciona, con lo que, a corto y medio plazo y quizás a largo, tendremos que arreglarnos para evitar la tragedia de los comunales en un entorno comunal (público) y no regulado. ¿Es esto posible? La respuesta convencional es negativa, pero los hechos nos demuestran que hay salidas. Así, los regantes de Valencia gestionan ese comunal que es el agua sin regulación del Estado y sin privatizarlo, y el comunal funciona desde hace siglos. Esto es algo que ha destacado la politóloga Elinor Ostrom (premio Nobel de Economía en el año 2009). Hay, pues, solución no convencional y ésta pasa, entre otros aspectos y de manera destacada, por la disciplina.

Disciplina. La tercera acepción de la palabra «disciplina» nos remite a la «observancia de las leyes y ordenamientos de la profesión» y es relevante en la medida en que nos indica que uno no debe hacer ofertas (de grados, de asignaturas...) que vayan contra los «ordenamientos de la profesión». Pues bien, si uno revisa los títulos de los grados y de las asignaturas que se están poniendo en marcha en la actualidad en la Universidad española se encontrará con demasiadas «y» (asignaturas o grados titulados «A y B») que juntan lo que nunca se debería juntar, pues no está junto en ningún manual (caso de asignaturas) o Universidad (caso de grados), ocasionando graves daños a los estudiantes y erosionando la imagen de la correspondiente Universidad. Dicho de otra manera, lo primero y principal es contar con, como mínimo, asignaturas que sean disciplinadas, que correspondan a disciplinas y que estén en línea con lo que se hace por el resto del mundo. Por ello, cuando uno observa que una Universidad incluye en el plan de estudios de uno de sus grados una asignatura mixta tipo «A y B» que no existe en el resto de las universidades (y, aunque parezca increíble, existen tales casos) debería preocuparse (cuando uno entra en una autopista por el carril contrario y observa que todos los coches van «al revés», en el sentido contrario, lo normal es que termine pensando que el que tiene un problema es él y no los demás).

Disciplina y flexibilidad. La disciplina es, por lo demás, compatible con la flexibilidad y la requiere. Así, imaginemos un conflicto centro-departamento en el diseño de un nuevo plan de estudios. Si, por seguir con el ejemplo anterior, un centro decide optar por la asignatura mixta «A y B», lo propio es que el departamento que no la considere adecuada sea disciplinado, esto es, que se atenga a la disciplina que profesa y que, consecuentemente, se abstenga de contribuir a la creación de tal asignatura y que, simultáneamente, sea disciplinado en un segundo sentido, cual es el de facilitar la resolución del problema, dejando paso a otro departamento que considere oportuna tal asignatura. En este último sentido, y por respeto a la disciplina que se profesa, uno debe renunciar a pactos y componendas contra natura, contra la naturaleza de su disciplina. Es esto algo muy poco frecuente, pero a veces se da: a veces uno se encuentra con departamentos que han renunciado a participar en juegos de este tipo.

Disciplina y azotes. Acabo de resaltar el hecho de que ser disciplinado exige a veces ser muy flexible. Ahora quisiera señalar que la disciplina de la que se habla aquí no es la correspondiente a la segunda acepción del verbo disciplinar. Creo que procede insistir en este punto, porque a veces se confunde la disciplina con el «azotar, dar disciplinazos por mortificación o por castigo» a otros. Así, por seguir con el ejemplo anterior, supongamos que la asignatura mixta «A y B» va adelante en un centro y que un departamento (por ejemplo, uno de los varios que se podrían vincular a la «A») renuncia a participar en su desarrollo (no contribuye al diseño de la mencionada asignatura en el correspondiente plan de estudios), a la vez que no plantea ningún obstáculo para que otro departamento realice tal tarea. En estas condiciones y con el pretexto de que hay que poner orden, ¿podría el correspondiente equipo rectoral obligar a dicho departamento a hacerse cargo de esa criatura que no lleva su ADN? Es obvio que no, pero conviene aclararlo, pues a veces da la impresión de que es precisamente esto lo que se pretende.

Termino ya, insistiendo en la tesis principal de este artículo: como comunales que son, las universidades públicas españolas deben evitar la tragedia que se asocia normalmente a dicho fenómeno y, a mi juicio, ello pasa por disciplinarse en, al menos, tres sentidos: primero, respetando los centros el acervo acumulado por las disciplinas y sujetándose a los estándares nacionales e internacionales en lo que respecta al diseño de los grados y de las asignaturas; segundo, sometiéndose los departamentos a la disciplina que exige la disciplina que se profesa y, consecuentemente, facilitándoles el ajuste a los centros, con la mayor flexibilidad posible, pero sin perder el respeto a su disciplina, y, tercero, y en lo que se refiere a la resolución de las posibles disputas centros-departamentos por parte de los equipos rectorales, no confundiendo la disciplina con los azotes y las mortificaciones a los terceros que prefieran otro tipo de disciplinas.