La era pragmática de Felipe González se resumió en aquel «gato blanco, gato negro, lo que importa es que cace ratones», que decía haber oído a Deng Xiaoping. En un tono más culto, González mentaba la distinción de Weber entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad, para justificar que el ejercicio del poder obliga a la segunda, aun a costa de la primera. Zapatero no ha sido hombre de proverbios, sino de acción, pero parece claro que las convicciones (erróneas o no) han prevalecido siempre en él, como en la retirada de Irak o en su resistencia a cargar sobre los hombros de siempre el peso de la crisis. Cuando hace días anunció las drásticas medidas en el Congreso, pudo oírse el chasquido de su espinazo al quebrarse bajo el peso de la responsabilidad. Ahora esgrime como argumento esa palabra, y no le falta razón, pero ya no le será fácil construir con ella un discurso.