Madrid, J. MORÁN

Marino Gómez-Santos (Oviedo, 1930), periodista y escritor, ha cultivado especialmente el género biográfico, tanto en entrevistas de prensa como en libros monográficos. Es el caso de las dos obras dedicadas a la reina Victoria Eugenia, cuya gestación narra en esta cuarta y última entrega de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA. Gómez-Santos también relata su amistad en Madrid con los asturianos Ramón Pérez de Ayala y el artista Sebastián Miranda.

l Un cuestionario político. «Inicié las gestiones para entrevistar a la reina Victoria. Una noche de Reyes vinieron a cenar Eugenio Montes y Rafael Sánchez Mazas. Me estaban poniendo inconvenientes los monárquicos rancios y Eugenio me recomendó que no perdiera el tiempo y que solicitara una audiencia en Estoril a Padilla, secretario de don Juan de Borbón. La audiencia me fue concedida de inmediato y don Juan me dijo que le encantaba mi iniciativa porque "yo les digo a mis chicos: preguntadle cosas a la abuela, que es testigo de las últimas Cortes de Europa"; pero, claro, lo que les gusta a los jóvenes es el deporte y no se ocupan de esas cosas". Don Juan dictó una carta al duque de Alba y me recomendó que se la entregase en el palacio de Liria. "Sé que Tana va a ir a esquiar a Suiza y Luis aprovechará para despachar con la reina, como jefe de su casa". Veo al duque de Alba en Liria y me dice: "Don Juan me pone en un conflicto tremendo; en estos momentos estamos muy mal con El Pardo porque la reina ha hecho unas declaraciones a una periodista inglesa y ésta las ha malinterpretado". No obstante, le entregué la carta de don Juan y me permití escribir otra, personal, enviándole a la reina un cuestionario político».

l Recuerdos de la boda. «El duque de Alba le entregó una mañana la carta de don Juan y la reina dijo que no era oportuna la entrevista. Pero el duque había olvidado mi carta en el hotel y se la entregó por la tarde. Le satisfizo a la reina y me concedió la entrevista. Pero cuando llegué a Lausana me dijo: "¡Qué pena! Nada puedo hacer; es imposible hacer la entrevista porque si respondo a este cuestionario nos pueden meter en la cárcel a los dos, y yo soy muy mayor y lo pasaría mal". A continuación, pidió que nos sirvieran un aperitivo, momento que aproveché para interesarme por las cosas históricas que veía alrededor: retratos de la reina niña con su abuela, la reina Victoria de Inglaterra. Le pregunté cómo había conocido a don Alfonso XIII y qué recuerdos tenía de la boda. La reina se mostraba complacida y en un momento dado le pregunté: "Señora, ¿lo puedo grabar?". "Sí, ¿por qué no? Me encanta hablar de estas cosas". Y así un día, y otro, y otro. Conservo aquellas grabaciones».

l Recibimiento en Barajas. «Tiempo después, cuando me enteré de que venía a España, en 1968, al bautizo del infante don Felipe, me fui a Niza, para volver en el mismo vuelo. Saqué un billete con tan buena fortuna que vinimos en asientos contiguos. Comenzamos a hablar. "¿Cuántos chicos tienes?", me preguntó. Entonces yo tenía dos hijas: "Señora, tienen nombres republicanos". "¿Cómo? ¿Qué nombres?". "Mercedes y Cristina". "Ay, qué gracioso, pero ésos no son nombres republicanos". Continuamos hablando. "No habrá nadie en Barajas, después de tantos años que falto de España". "Señora, ¿por qué no?". "¿Qué tiempo hará?". Pregunté el comandante: "Está lloviendo". "Entonces seguro que no habrá nadie", agregó ella. En un momento dado, salió el comandante de la cabina con dos azafatas y una botella de champán. "Majestad, en nombre de Air France tengo el honor de comunicarle que estamos atravesando los Pirineos. ¡Viva España!". La reina se emocionó. Llegamos a Barajas y, cuando se abrió la puerta del avión, escuchamos cómo la gente tarareaba la "Marcha real", porque no habían autorizado una banda de música. La gente llevaba la portada del "ABC" donde se reproducía el retrato de la reina pintado por Macarrón. Los grises hacían cadeneta para contener a la muchedumbre y vimos un pasillo larguísimo, y al final a don Juan, doña María, los Príncipes Juan Carlos y doña Sofía, el duque de Cádiz y su hermano, don Gonzalo. Don Juan avanzaba hacia la reina, que estaba al pie de la escalerilla, pero en esto el ministro del Aire, el general Lacalle, le hace un regate a don Juan, se cuadra ante la reina y le dice de carrerilla: "Majestad, en nombre de su excelencia el jefe del Estado, tengo el honor de darle la bienvenida a España". Don Juan se quedó paralizado durante unos segundos y entonces la reina avanza hacia él, le hace la reverencia y después le abraza y le besa».

l Como un lord inglés. «Pérez de Ayala vuelve de Buenos Aires a España a la muerte de su hijo Juan. Yo había frecuentado la casa de su hermana, doña Asunción, porque era amigo de sus hijos, los Mantilla, ovetenses. Tuve una gran emoción cuando al fin pude conocer a Pérez de Ayala. Estaba en casa de Carmen Jiménez, la viuda de su hijo Juanito; el recibidor estaba lleno de humo de cigarros habanos y cuando abrimos la puerta del salón le vi sentado en una butaca, como no he visto sentado a nadie: era un autentico lord inglés. Estaban con él Juan Belmonte, Sebastián Miranda, el arquitecto Secundino Zuazo y Luis Sousa. Eran sus amigos de antes de la guerra. Siempre he dicho que Pérez de Ayala era como el pan de la boroña: duro por fuera y blando por dentro, y llegué a tener amistad con él. Estaba muy aislado y no salía de casa».

l Mil rayas y toros. «Sebastián Miranda pasaba mucho tiempo con Pérez de Ayala. La suya era una amistad filial y habían vivido juntos en 1906 en un estudio de la calle del Pez, en Madrid. Sebastián Miranda era muy divertido y cuando se empezaron a llevar los trajes de mil rayas, él, que era un elegante y se vestía en Londres, apareció en casa de Pérez de Ayala con las manos en alto, pasándole el modelo: "Ramón, ¿qué te parece mi terno?". "Sebas, estás muy aparente, realmente muy aparente; vamos, que pareces un maestro albañil". Los amigos le regalaron a Pérez de Ayala una televisión para que viera los toros. Un día vi allí a Belmonte pegado al televisor. Le pregunte: "¿Qué tal los toros?", y me respondió: "Me estoy dando cuenta de que no he visto los toros más cerca en mi vida". Decían que Belmonte dormía con una pistola debajo de la almohada. Esto explica algo de su muerte y respecto a su vida puede afirmarse que no dijo una tontería en su vida».

l El miedo de la Maxwell. «Luis Miguel Dominguín tenía mucha vida social y muchas pretensiones. Intenté hacerle la entrevista biográfica, pero él decía que había firmado un contrato millonario con un editor de EE UU para publicar sus memorias, que luego se publicaron en tres entregas de la revista "¡Hola!", transcritas por un periodista. Cuando volvió a los toros, después de casarse con Lucía Bosé, dio una fiesta en "Villa Paz", su finca de Saelices, Cuenca, en honor de Elsa Maxwell, la cotilla norteamericana. Luis Miguel me invitó a esa fiesta y le vimos torear con la Maxwell al alimón. Le puso unos zajones y un sombrero cordobés, y la americana pasó tanto miedo que éste le discurría piernas abajo, en todo los sentidos. También pasé un fin de semana en "Villa Paz" con Luis Miguel y Lucía Bosé, cuya belleza me dejaba absorto. Cenamos los tres solos y él mostró con ella una actitud arrogante: "¿Ya has decidido si vas a dedicarte al cine o a criar? Porque si vas a hacer cine, tienes que prescindir de ese segundo plato". Luis Miguel Dominguín y Picasso fueron de los pocos a los que no logré entrevistar».

l Asturiano hasta la médula. «Sigo publicando libros y artículos, y estoy deseando que amanezca cada día para venir al estudio, a escribir por las mañanas y a dedicar las tardes a la lectura. Ahora viajo menos. Me cuesta mucho trabajo salir de Madrid, donde he formado una familia. Tengo siete nietos madrileños que con mis tres hijos y Angelines, mi mujer, son lo mejor de mi obra humana, superior a la literaria. He trabajado mucho y he vivido feliz en un ambiente que había elegido. Tengo el hondo sentimiento de no haber podido vivir mucho en Asturias, pero está claro que no he dejado de ser, como decía Pérez de Ayala, un asturiano hasta la médula de los huesos».