Oviedo, Javier NEIRA

El sábado 18 de julio de 1936 cuando estalla la Guerra Civil había en Asturias 3.270 hombres en armas, de los cuales 1.240 correspondían al Ejército, más otros 100 soldados de cuota; 410, a la Guardia de Asalto; 1.220, a la Guardia Civil, y 300, al Cuerpo de Carabineros. El grueso de esos contingentes se sumó a la sublevación. En frente, quienes precipitadamente se convertirían en milicianos populares contaban con 6.000 fusiles enterrados tras la Revolución de Octubre del 34 y apenas algunos integrantes del Ejército o de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado.

Ese sábado inolvidable el diario «Avance», socialista, con su primera página casi en blanco por la censura, decía: «Los elementos obreros montan guardia en toda la provincia», en la capital «desde las últimas horas de la tarde de ayer las autoridades adoptaron precauciones en Oviedo. Por la noche se extremó la vigilancia, practicándose numerosos cacheos. Carros de asalto circularon por nuestras calles, algunos de ellos, provistos de reflectores». Recorren el Naranco.

El coronel Antonio Aranda tenía la máxima autoridad militar en Asturias. Era un soldado muy destacado, republicano y con una misión por encima de todo: evitar otra revolución en Asturias. Los acontecimientos se desarrollaron, sin embargo, por un vía muy distinta, así que tras las vacilaciones tácticas de los primeros momentos envió columnas obreras a Castilla y Madrid para que sofocasen la rebelión militar, una maniobra de puro engaño. Y se sumó al golpe después de concentrar a la Guardia Civil en Oviedo y, en parte, en Gijón.

El presidente del Gobierno, Diego Martínez Barrio, contó, después, que estuvo a punto de ofrecerle el Ministerio de la Guerra a Aranda, tal era su prestigio. Un error, porque el coronel estaba secretamente comprometido con los sublevados, pero, por contra, habría retirado de Oviedo al mando militar decisivo en la suerte de Asturias.

El punto de no retorno fue la toma del Gobierno Civil -actual sede de la Jefatura Superior de Policía-, que realiza el comandante Caballero después de hacerse con el cuartel de Santa Clara, edificio que es ahora delegación de Hacienda.

Por la emisora Radio Asturias Aranda exclama, pasadas las diez de la noche: «Asturianos, inmediatamente va a ocuparse el resto de la población de Oviedo para que podáis vivir tranquilos».

Los dirigentes de izquierdas, cogidos por sorpresa, salen de la capital asturiana. Por la noche regresa Rafael Fernández -fue el primer presidente del Principado en la transición, fallecido el pasado mes de diciembre- para evaluar las posibilidades de organizar una resistencia interna. Imposible. Aranda domina la situación y ordena al coronel Pinilla, jefe del cuartel de Simancas, que despliegue sus fuerzas y ocupe Gijón. En Oviedo quinientos hombres toman posiciones defensivas en La Cadellada, Buenavista, San Esteban y el Naranco. Completan la operación en las primeras horas del día 20. Por la tarde es detenido el rector Leopoldo Alas, que, después de una farsa de juicio, sería fusilado en febrero de 1937. Los sublevados declaran el estado de guerra en toda Asturias. La banda militar del pelotón que difunde el manifiesto por las calles ovetenses interpreta el republicano himno de Riego. Y es que los rebeldes se levantaban contra «los enemigos de la República y de España».

En el Cristo de las Cadenas se produce la primera escaramuza. Cae un cadáver al depósito, contamina el agua y compromete el abastecimiento a Oviedo durante todo el cerco, donde se declara una gravísima epidemia de tifus.

El Comité Provincial del Frente Popular se convierte de facto en el representante en Asturias de la República. Establece su sede en el Ayuntamiento de Sama y edita su primer boletín oficial el 26 de julio.

El diputado Ramón González Peña encabeza el comité, donde predominan socialistas y ugetistas. El nuevo escenario anima las ideas revolucionarias. Como indica el historiador Gabriel Jackson, «en las ciudades mineras de Asturias renacieron las tradiciones extremistas de 1934; los comités colectivizaron todo el comercio, eliminaron el comercio, el dinero para uso local, fijaron los salarios en especie en función no tanto del trabajo efectuado como del tamaño de la familia e instalaron cocinas públicas donde se servían comidas a cambio de vales. Los pescadores de Avilés y Gijón colectivizaron sus equipos de pesca, los muelles y las fábricas de conserva». Los bancos y sus efectos fueron incautados.

El repliegue escalonado de los guardias civiles sobre Oviedo desata conflictos. En Laviana los guardias son detenidos antes de que pudiesen partir y encarcelados. En La Felguera se reagrupan en el cuartel 150 guardias civiles. Después de unas horas de tensión empieza el intercambio de disparos con grupos de milicianos, pero el temor a la dinamita que en el 34 había destrozado las casas cuartel empuja a los guardias de deponer las armas. Los republicanos liberan a algunos, pero la mayoría son detenidos. Parte un grupo de mineros hacia Gijón con las armas recién incautadas para reforzar posiciones en las inmediaciones del cuartel de Simancas. En Pravia también se producen algunas tensiones. Avilés sigue con la República.

El día 21, después de una jornada de vacilaciones, sale un contingente militar del cuartel de Simancas de Gijón -ahora Colegio de la Inmaculada- rumbo al paseo de Begoña para controlar el centro de la ciudad. Desde el cuartel se disparan simultáneamente morteros y ráfagas de ametralladora, señal convenida para que el acuartelamiento de El Coto y otros pequeños núcleos militarizados de la ciudad se sumen a la rebelión. Las sirenas de las fábricas y de los buques atracados en el Musel contestan al desafío militar con una sonora alarma obrera. Después de tiroteos y enfrentamientos por el centro de Gijón el capitán Palacios es herido. De los cincuenta hombres con que salió del Simancas le quedan sólo veinte, así que se repliega. Otras secciones militares también vuelven apresuradamente al cuartel, ya que los milicianos cuentan con un cañón llegado de Trubia y el refuerzo de treinta dinamiteros de La Felguera.

Las fuerzas leales a la República, crecidas, intentan el asalto al Simancas. La suerte está echada, aunque aún se viviría un mes de horror y heroísmo como pocas veces se ha llegado a ver. Ya el día 24 como los cañonazos no hacen mella en los muros del cuartel ensayan quemarlo con gasolina llevada por dos camiones cisterna blindados con planchas de acero. En vano.

El coronel Aranda tantea alcanzar Gijón para auxiliar a los sitiados, pero sus fuerzas son detenidas en La Venta del Jamón. El día 28 un avión bombardea por primera vez el Simancas, a las pocas horas el crucero «Almirante Cervera», que está con los sublevados, llega a aguas de la bahía de Gijón y al día siguiente cañonea las posiciones republicanas desde las que se acosa al cuartel.

En Oviedo, el día 21 las milicias republicanas toman el monte Naranco. Se trata de fuerzas mixtas, constituidas por mineros del Nalón y vecinos del barrio de la Argañosa. San Esteban es controlado por un grupo encabezado por Belarmino Tomás. Llega a agrupar a 400 hombres, pero sólo cuentan con 30 armas largas cogidas a los guardias civiles de las Cuencas. Aun así, junto a otros grupos, planea un asalto a Oviedo. No lo materializan, en esas circunstancia habría sido una masacre, porque Aranda disponía de 300 ametralladoras, morteros y dos baterías del diez y medio.

Los republicanos se hacen con la fabrica de cañones de Trubia y ocho piezas del diez y medio. Aranda va hasta Llanera, incendia una avioneta para evitar que sea utilizada contra sus posiciones y regresa con los guardias civiles del puesto de Lugones que aun permanecían en la localidad. Aviones procedentes de León lanzan provisiones o medicamentos sobre Oviedo, ya sitiada. Las fuerzas republicanas llegan a la Loma del Canto, en las inmediaciones del actual Colegio de las Ursulinas y cortan definitivamente el agua y la electricidad a la ciudad.

El comité de guerra de Mieres instala su puesto de mando en el Colegio La Salle. Crea agrupaciones de 325 hombres, en compañías de 94 soldados. De ahí saldrían después los batallones «Llaneza», «Mieres», «Pablo Iglesias», «Aida Lafuente» y «Sangre de Octubre».

La resistencia del Simancas fija fuerzas republicanas en Gijón, con lo que se alivia el cerco de Oviedo. A esos dos núcleos de acción bélica hay que sumar los altos de la cordillera Cantábrica, que son zona de frente, al menos potencialmente. El mar lo domina el «Cervera», y a Ribadeo llega desde Lugo capital el comandante Ceano con 1.000 hombres para iniciar un avance sobre el centro de Asturias que les llevará dos meses y medio. El día 31 están ya en Tapia de Casariego.

El mes de julio, apenas dos semanas después del levantamiento, se cierra con las cartas boca arriba sobre la gran mesa asturiana. El 5 de agosto, consumada la operación de paso del Estrecho, se equilibran las fuerzas en la Península: no habrá guerra relámpago. Tampoco en Asturias.