Piñera (Cudillero),

Javier CUERVO

Germán Lastra López (Lugo, 1933) es el químico que propuso que Asturias se convirtiera en polo industrial de Du Pont cuando dirigía Du Pont Ibérica. Hoy recuerda con detalle cómo se gesto aquella inversión a finales de los ochenta del siglo XX y algunas amarguras posteriores. Criado en Oviedo, hijo de asturiana, se siente «gallego de alma y asturiano de corazón». Tiene casa en Piñera (Cudillero).

-¿Qué posibilidades tenía su propuesta para que Du Pont se instalara en Asturias?

-Mis colegas holandeses no me consideraban capaz de lograrlo. En la estructura europea lo primero eran los alemanes, los británicos y los holandeses. Los italianos, franceses y españoles no contaban. Para la inversión española tuve que convencer a la dirección general de la empresa en el mundo y debía tener la precaución de que esos mil millones de dólares en Europa no se fueran a Francia u Holanda.

-¿Hubo ese riesgo?

-El director de Du Pont Francia, un holandés muy listo, pilló tal cabreo que subió en un Boeing 747 a la crème de la crème de la cultura, la empresa y la política francesa hasta EE UU? Pero la inversión en Asturias estaba confirmada.

-Su discurso sobre Du Pont parece llevar hacia un pero.

-Tenías que aceptar a una multitud de mediocres.

-¿Qué tal acabó con Du Pont?

-Tras lo de Asturias hubiera querido regresar a Ginebra a un puesto bueno, pero, con 56 años, consideraron que era mayor. A los 59 acepté la prejubilación. Venía de un accidente horrible en 1990.

-¿Cómo fue?

-Unos limpiadores estaban desatascando una cloaca en pleno centro de Bilbao, un autobús pasó por encima de la manguera, rompió el enganche de bronce y ésta salió como un látigo. A mí me rompió la cabeza; a mi compañero, la espalda, prácticamente, y a una señora, las piernas. Me dejó muy dañado durante dos años. Eso influyó para que considerasen que había sido amortizado. Discutí una oferta muy generosa y aceptaron casi todo: pertenecer al consejo de administración de Du Pont Ibérica durante dos años y condiciones económicas muy buenas. El compañero accidentado, Alan Haagensen, había sido mi cómplice y alma gemela en el proyecto de Asturias, casi 5 años.

-¿Cuál fue el primer paso para la inversión de Asturias?

-Darme cuenta en 1980 de que sin una inversión importante Du Pont en España sólo sería una oficina de ventas.

-Venía de la sede en EE UU, donde se había jugado irse al carajo o ser director general.

-Había llegado a la posición más importante para mí y dentro de Europa, donde los únicos que hablaban español venían de Argentina y de México. En la dirección nadie lo habla. Los países latinos no eran prioritarios y era una buena oportunidad de promover un polo industrial. España vivía un momento notorio. Felipe González era portada de «Newsweek» o «Time» como carismático líder europeo, se instalaban inversiones de Ford y General Motors? Ingredientes que, bien aunados, hacían de España un buen lugar para una inversión industrial que estaba previsto hacer y en la que no era candidata. Francia, sí.

-Segundo paso.

-Cuando General Electric dijo no a Asturias pensé que el momento era muy propicio para plantear la inversión. Haagensen, asesor en la dirección general de inversiones de Du Pont Europa, buscaba un sitio con agua abundante para una inversión de dióxido de hidrógeno, de agua oxigenada. Hablo con la consejera de Industria, Paz Fernández-Felgueroso, y con ese proyecto empezamos. Fui muy bien recibido, con cierta sorpresa. Pedro de Silva era presidente del Principado. Me pusieron en contacto con el Instituto de Fomento Regional que dirigía José Luis San Miguel, donde estaban Juan Carlos Rodríguez Ovejero y Blanca Llorente, un equipo de calidad admirable.

-¿Qué ofrecía Asturias?

-Subvenciones del 35%, terreno industrial, contactos con el Gobierno central, comunicaciones, cultura y tejido industrial, Universidad, mano de obra cualificada?

-¿Quién puso más, Asturias o Du Pont?

-Asturias. El Principado se volcó con la inversión. Hizo lo posible y muy bien.

-¿Cómo lo presentó usted en la empresa?

-Invité al director general de Du Pont en el mundo, Richard D. Herckhet. Era cazador y coleccionista de escopetas de caza. Oímos que a Felipe le gustaba la caza y, como Du Pont era propietario de Remington, le trajo una de las mejores escopetas y unos señuelos de pato de madera que eran obras de arte. Él se compró una Sarrasqueta a medida en Madrid. Fue su viaje de despedida. Le sucedió Ed Woolard y le organizamos una semana española en Delaware. A la cena de gala de presentación de la candidatura asturiana llevamos una tuna que amenizó las cenas del hotel Du Pont, de cinco estrellas. Actuó el cuadro de baile flamenco de Coco Comín. Regalamos un mantón de Manila a la mujer de Woolard, Antonio Garrigues Walker improvisó un discurso sensacional en el que dijo al nuevo presidente: «Ed, no quiero que pases a la historia de Du Pont por haber desaprovechado la oportunidad que te brinda España».

-¿Qué tal se portó Du Pont con Asturias?

-Bien. Hoy tiene un tercio de lo que era el proyecto inicial.

-¿Entonces, por qué dice que se portó bien?

-Lo compensó con otras inversiones. Cumplió al pie de la letra con el dinero, 110.000 millones de pesetas, y con los mil empleos. Casi 30 años después es una institución en Asturias, impone una cultura de seguridad y hay empleados de Du Pont Asturias en todo el mundo. Hace un año me invitaron a una reunión de Du Pont en Ginebra y el director general de la empresa para Europa, África y Rusia dijo a todos que Asturias era el mejor centro industrial de Du Pont en Europa en eficacia, resultados, productividad y calidad de su gente.

-¿Qué hizo tras prejubilarse?

-Me fui, de la mano de Sitges, a Mefasa cuando se gesta la salida a Bolsa de la parte industrial de Banesto. Al empezar los problemas graves de Mario Conde, se desbarata la corporación industrial y Paco Sitges me avisa con tiempo de que me vaya y que gracias. Entonces me llaman de Galicia. El conde de Creixell, un importante industrial, amigo de Manuel Fraga. Paso casi 5 años colaborando para atraer inversiones a Galicia, entre ellas la fábrica de ruedas de bicicleta que hizo famosa Lance Armstrong cuando ganó el Tour. Eran 20 empleos y 5 millones de dólares.

-¿Qué tal con Fraga?

-Comíamos juntos una vez al mes. Me citaba a las dos. Hablábamos 15 minutos y comía siempre lo mismo, grelos salteados con jamón y un rodaballo o pescado similar, que tragaba muy deprisa. Después se iba. Era muy exigente consigo y con los demás y una enciclopedia viva. A mi mujer, danesa, le dio una conferencia sobre los vikingos en Galicia. El pero que le pongo a Asturias es que no supieron o no quisieron captarme como consultor para esas inversiones que se podían desarrollar alrededor de Du Pont. No aprovecharon mi relación con los mandamases o mis conocimientos y acceso a patentes de Du Pont sin desarrollar.

-Pues le conocían bien.

-Sí, pero Pedro de Silva marchó antes de que se inaugurara la Du Pont, muy quemado por la gobernanza de Asturias impuesta por el SOMA-UGT. Eso me lo dijo Pedro de Silva y lo escribió Rafael Fernández. Luego llegó Juan Luis Rodríguez-Vigil, con un equipo de gobierno poco presentable, y saltó el «Petromocho». Trevín y Marqués estuvieron, por distintas circunstancias, de paso. Fue un período de convulsión que no permitía hablar con nadie que tuviera futuro en Asturias. No lo digo como un resquemor mío, sino como el reconocimiento de una impotencia regional. Desapareció la cultura que se había dado en los tiempos de De Silva, Ovejero, etcétera, aunque el Partido Socialista asturiano llevó muy bien sus relaciones con Du Pont y apadrinó todas las iniciativas para el cumplimiento del compromiso y eso también lo hizo muy bien el Gobierno de Tini Areces, por ejemplo, a través del premio «Du Pont».