Gijón, J. MORÁN

El ingeniero Félix Mazón (Pola de Lena, 1928), relata en esta segunda entrega de «Memorias» su trayectoria laboral hasta llegar ala dirección de Duro Felguera, en 1971.

l El mejor negocio. «Durante el último curso de ingeniería, los tres mismos socios de la academia montamos la empresa Ferrotubo, en Villaverde, donde hice el mejor negocio de mi vida, pero por casualidad. Compramos un campo de trigo de 10.000 metros cuadrados para hacer una nave de 600 y la primera sorpresa fue que al cavar salió arena y estuvimos vendiendo arena para la construcción. Luego esa zona la declararon industrial y lo que habíamos comprado por cuatro perras se revalorizó enormemente. Hacíamos tubos para conducciones en la construcción, justo cuando ésta estaba disparándose, a mediados de los cincuenta y la demanda era grande, aunque el problema era producir por falta de materia prima o de mala calidad, o por la obsoleta maquinaria que había en España. Pero eran tiempos de expansión y cuando acabo la carrera somos las primeras promociones que obteníamos trabajo con facilidad, con dos o tres sitios para escoger».

l De Renfe a Mundus. «Pero yo hice una cosa rara, porque seguía con la obsesión de que un ingeniero tenía que destripar motores. Aprovechando que mi padre estaba en la Renfe, tuve la ocurrencia de meterme allí, pese a que pagaban la mitad que en cualquier otro sitio. Era ruinoso para mí, pero con mis socios acordé que conservaba el derecho a volver y el riesgo era entonces menor. Los ingenieros que entraban en Renfe tenían entonces dos años de prácticas en talleres, muy buenos, en Valladolid o Madrid, de reparación de locomotoras eléctricas, diesel y de vapor. Y exprimí el limón porque insistí e insistí en que quería ir a talleres, o sea que era un bicho raro porque el ingeniero de Renfe solía ser un poco burócrata. Además me divertía enormemente conducir trenes. Llevé locomotoras de vapor, que era dificilísimo y tres días después todavía estabas sacándote carbonilla. Luego pasé a locomotoras eléctricas y eso ya era una delicia; y después, a las diesel eléctricas americanas, las Alco, una preciosidad. Fue la primera vez que me tropecé con la electrónica, porque entonces no se daba en las escuelas. Terminadas las prácticas, de los ingenieros que había disponibles yo era el único con experiencia en el sector del tubo y el director de la empresa Mundus, de Madrid, me ofreció trabajar con ellos. Mundus fabricaba conducciones y había introducido en España los andamios de acero, con la patente italiana de una grapa que era la que unía los tubos. Fue un boom porque sustituyeron a los antiguos andamios de madera. Pero tenían una planta con una máquina italiana que no andaba. Yo tenía la ventaja enorme que el tema ya lo conocida y tuve éxito porque sabía lo que había que hacer: empecé un mes de noviembre y en Semana Santa habíamos pasado de producir 200 toneladas a mil y pico».

l Empresa nobiliaria. «Mundus era una sociedad curiosa porque en su consejo parecía estar metida toda la diputación de la nobleza: todos eran condes, marqueses, barones? Nunca lo supe con certeza, pero yo creo que tenía acciones don Juan de Borbón (entonces era costumbre, cuando se montaba una empresa, regalar unas acciones a la Corona), y en las oficinas yo oía conversaciones con Estoril y alguien que era gentilhombre de cámara de don Juan era uno de los consejeros delegados. Cuando la fábrica ya marchaba bien pasé al comité de dirección y ya metía la cuchara en todo. Luego fui subdirector y entré en el consejo. Pero la vida es un conjunto de casualidades y un día había ido a la Escuela de Industriales y en el hall estaba el director hablando con Dimas Menéndez, director de Duro Felguera (DF). El director me conocía mucho, por lo de la academia y me dice: "Dimas Menéndez anda buscando un ingeniero para la Compañía Asturiana de Tubos, que les va fatal. ¿Por qué no vas tú?". Total que me empujó y Dimas Menéndez me llamó. Vine a La Felguera un día de esos que, en aquellos tiempos, el humo lo cubría todo y olía a azufre. Vi la fábrica y comprobé que era fácil levantarla. Fui a ver a Dimas: "¿Animado?". "No, este ambiente de humo no hay cristiano que los resista y además aquí no tengo casa". "Nada, ahora mismo te doy un chalé y además con jardinero". "Bueno, vuelvo a Madrid y lo pienso". Y tomé la decisión y quizás lo que más tiró de mi fue lo de volver a Asturias».

l Huelgas programadas. «La mayoría del accionariado era de DF, que en aquel tiempo ya no tenía las minas (habían pasado a Hunosa), ni los altos hornos (a UNINSA), y conservaba a una serie de talleres, en la Felguera, y en Gijón el astillero Dique Duro Felguera y el Tallerón. En la fábrica de tubos introduje un sistema de trabajo que me dio muy buen resultado y que yo llamaba "de participación": el personal tenía un salario fijo más la participación, es decir una prima que superaba al salario y que dependía de lo que se producía, de su calidad y de las horas de trabajo sobre el total posible del funcionamiento de las líneas de producción. Y eso funciono estupendamente porque al trabajador le suponía mucho dinero que aquello anduviera. Yo no me enteraba pero había gente que iba por su cuenta a reparar las máquinas los domingos porque si a las seis de la mañana arrancaban les suponía mucho dinero y si estaba parada durante la mañana, en reparación, se esfumaban las primas. Aquello funcionó durante dos o tres años y no hubo problemas, pero, amigo, empezó toda la historia política y la cosa sindical y por primera vez en mi vida tuve una huelga, que para mí fue un shock. "Pero si están ganando el doble que antes, tienen un trabajo relativamente descansado, muy automatizado y un horario bueno. ¿De qué se quejan?", me preguntaba yo. Pero siempre sucedía igual: empezaba el lío en las minas, pasaba después a DF y luego nos salpicaba a nosotros. Esto estaba totalmente programado; hiciera usted lo que hiciera, le caía la huelga. Estoy hablando de comienzos de los sesenta».

l Sindicalismo político. «La técnica de incentivos por productividad se sigue redescubriendo ahora y siempre tuve la idea clara de que el paisano que estaba en una maquina y la hacía andar, tenía que participar en lo que daba. Cuando dejé la Compañía Asturiana de Tubos y después Perfisa (de tubos y perfiles, donde fui vicepresidente), y pasé a DF, los que vinieron suprimieron el sistema de incentivos y así les fue. Lo que no entraba en mis cálculos es que los sindicatos intervinieran por razones puramente políticas y en DF conocí huelgas que usted sabía cuándo empezaban, pero no cuándo terminaban; un buen día se acababan y me preguntaba "¿que habrá pasado de nuevo?". Pero era todo este tinglado del juego político. Claro, yo sé que es muy difícil porque realmente el sindicalismo está totalmente justificado. Los patronos, sobre todo los patronos que empiezan de abajo y que pueden ser los más peligrosos, no hay derecho a que expriman al trabajador como a un limón, pagando lo mínimo de lo mínimo. Esto está pasando ahora mismo, en estos momentos y comprendo que no hay derecho y que haya un sindicato que diga "ya está bien". Pero lo que no entiende uno es que se mezclen los derechos de los trabajadores con planteamiento políticos. Si usted está defendiendo al trabajador, no se meta en cuestiones de producción, porque de ella vivimos todos».

l Conflicto armado. «Y eso es algo que luego tuve que soportar en DF y lo pasé fatal, porque, claro, llegas y ves un taller totalmente obsoleto y decides que hay que cerrarlo, pero era imposible porque no se admitía bajo ningún concepto el despedir ni una sola persona o algún tipo de acuerdo. Una solución, que fue lo que estuvimos haciendo en DF, fue crecer, pero llega un momento en que no se puede crecer más y entonces, ¿qué pasa?; pues el lío. El mejorar la productividad quiere decir que con menos personal hace usted lo mismo, pero, o tiene un mercado que crece al mismo ritmo que crece la productividad o usted tiene el conflicto armado y qué hace con la gente. Esa fue la batalla de DF desde que llegué. Episodios violentos no tuve, salvo pintadas en las paredes de Gijón o el quemarme en efigie en la plaza del Carmen. Pero no hubo agresiones personales. Es más, una vez, saliendo de un comité de empresa en el que había tenido una gorda, me dijo alguien: "No se ponga usted así; tómelo con calma". Pero yo estaba viendo que aquello no tenía salida y hacia dónde íbamos. DF tenía que reestructurarse totalmente; estaba perdiendo dinero en esa época pero tenía reservas y con eso iba funcionando. Era la mayor empresa privada de Asturias, con unos 3.200 trabajadores».

Mañana, tercera entrega: Los vatios más caros