El sacerdote y abogado Luis González Morán (León, 1935) relata su actividad pastoral en Astorga y castrense en Barcelona antes de afincarse en Asturias en 1969.

La carne de San Juan.

«Aquel día que visité a Juan XXIII con el obispo Hervás, el Papa nos dijo que nos sentáramos (no lo hacía con todo el mundo) y se le ocurrió preguntarme de dónde era. "De León". ¡Ay, amigo!, se acordaba de que, siendo aún cardenal, había pasado por Asturias y León y recordó que en San Isidoro de León le había llamado la atención ver a tanta gente visitando el Santísimo. Estuvimos charlando un buen rato y me preguntó si dormía bien en Roma. Le dije que sí, pero me sorprendió la pregunta. "Lo digo porque los que venís de zona montañosa?" -me asociaba seguramente con Covadonga-, "lo sé por otros sacerdotes, que duermen un tiempo mal en Roma por la cercanía del mar y por la presión", comentó el Papa. Era un detalle de su humanidad. A lo largo de mi estancia en Roma fui varias veces a ver a Juan XXIII acompañando a grupos de españoles. Llegó a reconocerme por mi nombre y a decir: "¡Questo Luigi!", cuando me veía entrar. En el Bíblico tuve grandes profesores, como los jesuitas Luis Alonso Schökel y el cardenal Agustín Bea, que luego fue uno de los pilares del Vaticano II, en el tema de la libertad religiosa, del que fue un ariete. Los estudios bíblicos ya introducían novedades como la investigación de los géneros literarios. Había un jesuita americano, Moran, muy bueno y con ese sentido de apertura, pero todavía era un tiempo preconciliar. Ahora bien, para mí aquello fue el descubrimiento de un mundo: por ejemplo, empezar a leer los salmos en hebreo. Obtengo la licenciatura en Sagrada Escritura en junio de 1960 y luego hago el curso de doctorado en la Universidad Gregoriana con el jesuita Ignacio de la Potterie, que era el mejor especialista en San Juan, e incluso empecé a redactar la tesis doctoral sobre el concepto de carne en San Juan, el "logos sarx egeneto", la palabra se hizo carne».

De Geografía a lectoral.

«Al volver de Roma, el obispo de León me nombra superior y del Seminario Menor, donde también soy profesor de Geografía y ríos menores. Véase la adecuación: llego con toda esta formación y el obispo dice que para que no me entre soberbia vaya a Menor. Como si la soberbia fuera un problema de saber hebreo o no saberlo, o como si fueras más humilde cuanto más burro. Pero allí estuve un par de cursos feliz, con 200 o 250 críos. Casi te haces un niño como ellos y tengo todavía cicatrices en las piernas de las patadas que me dieron jugando al fútbol, porque iban a pegarme y no a quitarme el balón; así se vengaban de cuando yo les ponía un castigo o cosas parecidas. El final del Concilio Vaticano II ya me encuentra trabajando en Astorga porque se convoca la plaza de canónigo lectoral de la catedral de esa diócesis. Cuando cuento esto, suelo decir que me presenté y saqué la plaza con el número uno, pero al cabo de un momento añado: "Claro que yo fui el único que se presentaba". No obstante, el examen era duro, por el sistema de sacar la bolita. Recuerdo que intenté hacer un chiste. El presidente del tribunal, el deán de la catedral, me dijo: "Saque bola", y flexioné el brazo: "Mire, mire". El deán se puso muy serio: "Por favor, don Luis". Madre mía, qué corte. La oposición fue brillantísima, pero no por mis méritos, sino porque tenía Roma todavía chorreando».

Don Marcelo, en Astorga.

«Paso entonces a la diócesis de Astorga, a la que aún sigo perteneciendo, aunque desde 1969 resida y trabaje en Oviedo. La estancia en Astorga fue hermosísima. Era obispo don Marcelo González Martín, natural de Villanubla (Valladolid), donde está el aeropuerto y esa curva de desviación provisional que lleva 30 años existiendo. Don Marcelo es hombre muy activo, impulsor de iniciativas como Radio Popular de Astorga (después COPE) o un instituto diocesano de pastoral. Además de canónigo lectoral soy nombrado profesor de Sagrada Escritura en el Seminario y director de la casa de Ejercicios Espirituales. Esto último me vino muy bien porque me formó como director de Ejercicios, una actividad que luego he realizado mucho, con curas, seglares, religiosa... Soy de la rama de los Ejercicios de San Ignacio, por mi formación de Comillas, un poco adaptados a la nueva cristología. Don Marcelo le da vuelta a la diócesis como a un calcetín porque fueron tiempos de intensa actividad posconciliar. El Vaticano II había finalizado en 1965 y hubo un esfuerzo muy grande en el cual intervinimos todos. Yo mismo di muchas charlas para difundir la doctrina conciliar y tuve buena relación con don Marcelo, que, por ejemplo, estaba muy interesado en la colaboración de sacerdotes y laicos, que entonces era una novedad. Muchos de los obispos españoles lo pasaron mal en el Concilio. No habían incorporado previamente ninguna de las novedades que ya se daban en Europa, sobre todo las iglesias de Alemania, Holanda o Austria. Los obispos españoles, que tienen unas intervenciones a veces muy densas, llevan una línea muy conservadora y sufren mucho, por ejemplo, con la declaración de libertad religiosa. Pero debo decir que luego la respuesta de los obispos en las diócesis fue ejemplar. Incluso cuando se adoptaron criterios definitivos que no concordaban con lo suyo lo aceptaron sin rechistar. Don Marcelo marcha en 1967 a Barcelona y será una etapa de cruz para él. Experimenta un vivo rechazo y ya de aquella época es el grito: "¡Volens bisbes catalans!" (¡queremos obispos catalanes!). Sufrió mucho, pero más tarde Toledo fue un bálsamo para don Marcelo».

Profesor de arzobispo.

«En el Seminario de Astorga coincido como profesor con el que sería después obispo de Orihuela-Alicante, Rafael Palmero Ramos, zamorano, que sucedió en esa sede a mi amigo Victorio Oliver. También fui profesor del actual arzobispo de Santiago, Julián Barrio Barrio, y hace unos años tuve una anécdota muy bonita con él. Fui a celebrar el jubileo compostelano y al terminar la misa el arzobispo fue saludando en la sacristía a los 50 sacerdotes concelebrantes, pero me ve entre el grupo y dice: "Perdonen que rompa el protocolo". Vino hacia mí y me dio un abrazo. Todo el mundo mirando y yo medio avergonzado, pero dijo: "Perdonen, pero me he emocionado al encontrarme con mi viejo profesor, del cual guardo un recuerdo imborrable porque fue el mejor que tuve". Estuvimos charlando y al final me dijo: "No puedo invitarte a comer porque va a ser la hora y le doy la comida a mi padre todos los días". Lo cuento para que se vea que no todo ha de ser sacar el látigo con los obispos. También llegué a conocer en Astorga como obispo a Antonio Briva Miravent, natural de Sitges, hombre excepcionalmente bien dotado, brillante, excelente teólogo y que fue administrador apostólico de Oviedo entre Tarancón y Gabino. Este hombre fue abrumado y consumido por la soledad en aquel palacio episcopal de Astorga».

Capellanía y Derecho.

«Astorga es una ciudad de gentes muy buenas, pero con una acentuada presencia levítica que lo impregnaba todo. Hay un momento en el que me ahogo un poco. Hay 10.000 habitantes y somos cien curas. Levantabas un pie y cuando lo ibas a posar ya había otro ahí. Apoyado en que mi tío Muñoyerro es general castrense hago las oposiciones, junto a mi hermano Ángel, e ingreso en el cuerpo castrense en 1968. Estuve en Madrid y en Barcelona (base antiaérea de Gavà), y como disponía de algún tiempo libre me ofrecí en alguna parroquia, pero inmediatamente me preguntaban si podía celebrar en catalán, y al decir que no, ya no me querían. Ahora bien, las colectas las hacían en castellano, visto por estos ojos míos. Así que, como seguí siendo hombre de libros, decidí matricularme en la Facultad de Derecho. Fue apasionante ver el contraste entre las clases del profesor Jordi Solé Tura, que me impresionó, que venía del Partido Comunista y que fue después uno de los padres de la Constitución, y las de Manuel Jiménez de Parga, que procedía del franquismo y después fue miembro de Tribunal Constitucional y presidente de éste entre 2001 y 2004. La antítesis era interesantísima en sus respectivas explicaciones de Derecho Político. En las Navidades de 1969-70 vengo destinado a Oviedo como capellán de la Policía Nacional en el cuartel de Buenavista, que tenía dentro parroquia propia y un grupo escolar con dos o tres maestros. Allí viví los momentos tensos del final del franquismo y la transición».