Luis González Morán (León, 1935) evoca su carrera y docencia en Derecho al tiempo que es capellán castrense de la Policía Nacional en Oviedo.

Comunión y fallecimiento.

«Antes de afincarme en Oviedo, en 1969, el año 68 fue muy importante porque hace la primera comunión mi hermana Aurora, un momento de lo más emotivo pese a esas polémicas de si una persona síndrome de Down entiende o no entiende. Una monja que la atendía me dijo de ella: "Esta niña es muy religiosa, pero no rezadora". Claro, lo repetitivo les cansa, pero recuerdo de ella una anécdota de cómo vivía la religión. Aurora fue toda la vida a misa con sus hermanas, pero quedó ciega (uno de los problemas de estas personas), y desde ese momento todos los domingos, antes de ir yo a decir misa a San Juan, seguíamos juntos la eucaristía en televisión. Ella decía todas las oraciones y al llegar al canon también lo rezaba. Y yo le decía: "Esto es sólo para el sacerdote". Ella se me quedaba mirando, ponía los brazos en jarras y replicaba: "Entonces, ¿qué pinto yo aquí toda la misa?". Ese mismo año, el 21 de octubre, muere mi padre, figura emblemática en mi vida. La influencia mayor fue de mi madre, sin duda, que vivió más con nosotros, pero mi padre era la figura de referencia, siempre en su sitio, serio, pero con sentido del humor. Él daba esa pauta de seguridad y precisión en la vida».

Homilías y toletes.

«En el cuartel de Buenavista, todas las familias y los niños iban a misa. Había bautizos, primeras comuniones? Y como había iniciado Derecho en Barcelona hablé con el coronel y me dijo: "Mire usted, pater, con tal de que esté a la hora de sus servicios, con su tiempo libre haga lo que desee; otros juegan al dominó a las cartas. Únicamente me pidió que estuviera localizable y que dejara aviso en portería de la clase en la que estaba. En aquellos años viví en el cuartel momentos muy tensos en torno a la muerte de Franco. Había manifestaciones e intervenciones policiales y yo tenía que tener delicadeza con las familias y los niños. Personalmente fui prudente, pero la tensión no la quitaba nadie. Tuve algún choque. En una ocasión un mando me preguntó si en caso de disputa yo estaba más cerca de la patria o de la religión. "Siendo sacerdote, está claro", le contesté, pero no tuve conflictos. La tensión se escenificaba, por ejemplo, en las homilías de Tarancón o de don Marcelo. Verlas en televisión rodeado de policías era muy curioso, por las reacciones que había. Predominaba el aplauso a Marcelo. Y tuve una anécdota con mucha gracia. Un día hubo una alarma en el edificio histórico de la Universidad y entraron al patio los policías, que eran mis feligreses. En ese momento yo bajaba con mis compañeros de un aula de la primera planta y los agentes estaban esperándonos con los toletes levantados. Me ven y uno exclama: "¡Pater!". Se paran todos y se retiran. Un compañero mío comentó: "Milagro del cura, que con su sola presencia disuelve a la Policía"».

Premio con retórica.

«En los estudios de Derecho, dicho sea con un pelín de ironía, aún podíamos intuir las glorias del pasado. Aunque no pueda citarlos a todos, guardo un recuerdo emotivo de los profesores. Al ser yo sacerdote, tenían un plus de cercanía conmigo y hablaban más o tenían más deferencias. Por ejemplo, Ignacio de la Concha, último prócer profesor universitario, que me examinó de Historia del Derecho paseando por el Campo San Francisco. Por cierto, habló él más que yo. O Manuel Iglesias Cubría, leonés insigne que explicaba un Derecho Civil trufado de los asuntos que él estaba defendiendo en los tribunales, y muy bueno, por cierto. O Rodrigo Fabio Suárez Montes, catedrático de Derecho Penal que sabía un montón de cheque en descubierto y del consentimiento en el delito de lesiones. O José María Muñoz Planas, que se sumergía de forma oceánica en el Derecho Mercantil y en el mes de febrero estábamos en la tercera lección. O Fernando Suárez, leonés, catedrático de Derecho del Trabajo y posteriormente ministro de Trabajo. Y don Teodoro López Cuesta, que actualmente pasea por nuestras calles de Oviedo, catedrático de Economía y Hacienda y rector de la Universidad de 1979 a 1983. No se me vaya a enfadar don Teodoro, pero a estas alturas de su vida y de la mía debo confesarle que yo no entendí muy bien aquello del input/output... Obtengo la licenciatura en 1975, con premio extraordinario compartido con la actual catedrática de Derecho Internacional María Paz de Andrés, aunque ella se lo merecía mucho más, porque estudiaba y estudia y yo también lo hacía, pero yo vendía bien, repartía bien el bacalao, suficientemente quitadas las escamas. Tenía la ventaja que debo a Comillas, donde cuidaban muy bien la oratoria desde que éramos niños, y más en Retórica, Filosofía y Teología, con sermones al canto. Me convertí en un predicador razonable gracias a Comillas y a la oratoria que venía de los antiguos currículos jesuíticos».

Dulce pregunta.

«Sigo como capellán en el cuartel y el día del Pilar mi catedrático de Civil, Iglesias Cubría, me invita a tomar un café en el Logos y me da un programa, un horario y un nombramiento del decano como profesor. Así eran entonces las cosas. Qué diferencia con el presente, porque, por ejemplo, el Banco de Bilbao iba a la Facultad a reclutar ya personal. Preparo mi primera clase como un león. Les hablo del estudio y del trabajo de clase como actividad comunitaria, de la necesidad de ampliar los apuntes por libros. Me siento como el mejor especialista en metodología académica y cuando termino mi discurso una chica que hay en la primera fila, muy modosa, pero de acero, dice: "Profesor?". Pensé: "Qué encanto, verás qué dulzura". "Profesor, dos preguntas: ¿hay exámenes parciales? ¿Liberan materia?". Aquel día me caí del burro, pero siempre he dicho que lo mejor de la Universidad eran los alumnos y, la verdad me llevé muy bien con ellos. Fui muy feliz e incluso hoy día los alumnos, generosos ellos, me encuentran por la calle y algunos me dan un abrazo. No he visto a ninguno cambiar de acera para no encontrarse conmigo. Este año, poco antes de Navidad me encontré al salir de decir misa en San Juan con una mujer joven que se me acerca y me da un abrazo y un par de besos. "¿No se acuerda de mí?". "La verdad, no". "Fui alumna suya y tuve un problema de anorexia; sólo me quedaba su examen, fui a pedirle un cambio de fecha y me dijo que cambiar por cambiar? Entonces le dije que tenía un problema y usted me respondió que le dijera cuando podía yo hacerlo". Esta mujer agregó: "Me salvó usted la carrera, porque si me dice que no la hubiera dejado". "No te he vuelto a ver?". "No, porque estoy de abogada en la Corte de Londres"».

Responsabilidad médica y bioética.

«Con los profesores ya era otra cosa. En la Universidad hay muchas sensibilidades, grupos de pensamiento, discrepancias. Puedes hacer amigos en tu onda o encontrarte con quien te dice que los curas somos unos golfos. Fui profesor hasta el 2000, cuando me jubilo por edad reglamentaria, habiendo hecho por el medio las oposiciones a profesor titular. El doctorado lo obtuve en 1984 con una tesis sobre el contrato medico, problemas actuales de asistencia y relación médico-paciente. Era un tema casi pionero. Además de la docencia reglada, he dado numerosos cursos de doctorado, de posgrado. Soy, entre comillas, un hombre especialista, en el sentido más humilde del término, en responsabilidad civil médica y en nuestro despacho hemos llevado muchos asuntos al respecto. También he sido profesor de la Escuela de Práctica Jurídica desde su refundación en el Colegio de Abogados por Justo de Diego. He tenido directores como Bocanegra, o el difunto Gerardo Turiel, o Jesús Álvarez. He dado tanto responsabilidad civil médico-sanitaria como derecho de familia (problemas de hijos, de separación, de convenios reguladores?). Todavía este curso pasado di esas materias y fui director de la Escuela desde septiembre de 1998 hasta el 2002. Es un trabajo muy interesante porque es el momento en que coges a los muchachos y muchachas que acaban de terminar la carrera y están en ese impasse de encontrar trabajo, un despacho donde les acojan. Están con inquietudes y con miedos. Debo decir que la Escuela de Práctica Jurídica de Oviedo es muy buena, y lo afirmo ahora que no soy director. Y mi relación con la bioética comenzó porque coincido hace muchos años con el jesuita Javier Gafo y el genetista Juan Ramón Lacadena en una Semana Internacional de Bioética que organizan la Universidad de Deusto y el Banco de Bilbao (es el abogado de ese banco en Oviedo el que me pasa la invitación que le habían enviado a él). Fueron cuatro días y Gafo me dice que me invita a un seminario interdisciplinar de bioética que organiza todos los años».