El 15 de octubre de 1982, hace ahora treinta años, un Real Decreto convertía al bosque de Muniellos en Reserva Biológica Nacional. El gran robledal del Suroccidente pasaba a ser el segundo espacio natural protegido en la región -tras el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, fundado en 1918-, en reconocimiento a una singularidad que el tiempo ha reafirmado. Es éste un lugar de epítetos: uno de los bosques mejor conservados de Europa occidental; el mayor robledal albar de la península Ibérica; un «punto caliente» de biodiversidad de la cordillera Cantábrica y, por extensión, de la Europa atlántica. Esos valores, acrecentados por las campañas científicas que han profundizado en la naturaleza de este bosque y han ampliado exponencialmente los catálogos de especies de musgos, líquenes e invertebrados, justifican el «blindaje» legal de Muniellos mediante sucesivas figuras de protección (la Reserva Biológica Nacional dio paso, en 1994, a la actual Reserva Natural Integral) que dan absoluta prioridad a la conservación y dejan escaso margen (un cupo de 20 visitantes diarios) a los usos recreativos. Esta es la «joya de la corona» de la naturaleza asturiana, el corazón del «paraíso natural». Por desgracia, se trata de un edén amenazado, principalmente por el fuego, que todos los años devasta hectáreas de monte y de bosque a su alrededor (tocando sus contornos de vez en cuando), y origina un «efecto isla» que compromete su supervivencia a largo plazo.

Una explosión de vida

La vida bulle en el interior de esta selva caducifolia, aunque bien puede aplicarse en ella el refrán de que los árboles no dejan ver el bosque: el arbolado es tan denso y la orografía tan intrincada que apreciar los detalles de la estructura y la composición del medio forestal y, más aún, descubrir la fauna que lo habita se convierte en una empresa ardua. No obstante, si uno se fija, advierte enseguida la cantidad y variedad de líquenes que cubren los árboles y cuelgan de sus ramas, la abundancia de musgos en tocones y rocas, y la propia diversidad del arbolado, muy patente en otoño por el contraste de colores que proporcionan los distintos tempos de caducidad de la hoja de cada una de las especies. Esa proliferación de vida vegetal implica la existencia de múltiples hábitat o, dicho de otro modo, de abundantes oportunidades para la fauna. Los números hablan por sí solos: 504 líquenes, 335 musgos, 396 plantas vasculares, 1.149 invertebrados y 144 vertebrados entre peces (una especie), reptiles (siete), anfibios (ocho), mamíferos (35) y aves (93).

La fauna menuda, de invertebrados, la más desconocida, tiene gran entidad a la hora de subrayar las singularidades y los valores de este espacio. Por ejemplo, en Muniellos se han descubierto varias especies de insectos nuevas para Asturias o para toda el área cantábrica, sobre todo escarabajos, dos de los cuales no se conocen en ningún otro lugar de la península Ibérica. Otro ha sido redescubierto después de casi un siglo de su descripción, en 1909, a partir de un único ejemplar examinado por el entomólgo francés Maurice Pic. Este aspecto aún dará muchas sorpresas en el futuro si se mantienen las investigaciones. Otro tanto cabe decir de los líquenes, cuya variedad no sólo es apabullante en sí misma, sino también por comparación: el número de especies descritas en Muniellos incrementa en casi un 70 por ciento el catálogo asturiano de 2001, incluyendo el descubrimiento de un nuevo género y 15 líquenes desconocidos previamente en la flora española. También se han registrado aquí la segunda cita mundial de una especie y la primera de otras dos en Europa meridional.

Las plantas vasculares y la fauna vertebrada son los organismos más conspicuos, no en vano forman la masa arbórea y aportan las especies emblemáticas del bosque. Los árboles son protagonistas por derecho propio, pero su sombra no eclipsa la relevancia de una pequeña planta herbácea, propia de las gleras o pedrizas móviles, que lleva el nombre de este lugar, el único del mundo en el que vive: el ranúnculo de Muniellos. El roble albar es el árbol por excelencia de Muniellos y, junto con el roble orocantábrico, descrito recientemente, compone casi tres cuartas partes de la superficie forestal. Sin embargo, la diversidad de suelos, exposiciones, grados de humedad y altitudes permite el desarrollo de casi todas las especies que caracterizan los distintos tipos de bosques caducifolios de la cordillera Cantábrica: abedulares, en las zonas más altas expuestas al Norte; rebollares, en los fondos de valle y las laderas soleadas; hayedos, en las zonas de ambiente más húmedo, y bosques de ribera, de aliso, en las vegas, y de arces y fresnos, en los tramos fluviales más altos y pendientes.

El oso pardo es el señor indiscutible de la fauna, un símbolo, lo mismo que el urogallo cantábrico, que tiene en este y otros bosques del suroccidente (y del noroeste leonés) su último bastión. A su lado, destacan el rebeco cantábrico, que alcanza aquí el límite suroeste de su área de distribución; la trucha común, cuyas poblaciones, libres de interferencias (la pesca está prohibida), presentan una inusual abundancia de ejemplares viejos, de entre seis y 11 años de edad; el picamaderos negro, el mayor y más espectacular de los pájaros carpinteros de Europa, y los murciélagos, representados en la Reserva Natural por 13 de las 22 especies asturianas.