Oviedo, L. Á. VEGA

Convertir el centro penitenciario de Villabona en una gran UTE -Unidad Terapéutica, un espacio libre de drogas- es el objetivo confeso de no pocas organizaciones y colectivos, animados por el principio constitucional de la rehabilitación y la reinserción social del delincuente. Pero este sueño choca con una cruda realidad: muchos reclusos son drogadictos y hacen todo lo posible por proveerse de sustancias ilegales para su consumo en la prisión. El ingenio desplegado para «colar» drogas llega a ser sorprendente, aunque viene animado por otra cruda realidad: es muy difícil frenar la entrada de sustancias en la prisión, y la única oportunidad que tienen los funcionarios de descubrirlas suele ser un chivatazo, o sorprender algún movimiento extraño de los reclusos, una vez que la droga ya están en el interior de la cárcel y ha comenzado a circular más abiertamente.

Digamos que el primer método para introducir droga en la cárcel es el corporal. El más difícil de detectar. «Hace falta estar muy seguro para realizar una radiografía a una persona de la que se sospecha que lleva drogas en su interior. Se necesita además un permiso judicial», indica un funcionario. La entrada de la droga suele realizarse a través de algún familiar, sobre todo esposas o compañeras sentimentales de los presos, que esconden la droga en un preservativo u otro envoltorio introducido en la vagina. El intercambio se realiza en el vis a vis. El preso esconde entonces la droga en el recto y así llega a su celda.

En otras ocasiones son los propios presos los que introducen la droga aprovechando su salida de prisión en un permiso. «No podemos atentar contra la integridad física y moral de los presos. Debe haber una sospecha sustentada en indicios claros antes de someter a un preso a un cacheo o a una radiografía», añade el mismo funcionario.

En Villabona, la sustancia que más se consume es el hachís, aunque también entrar psicotrópicos, cocaína y heroína, estas últimas sustancias en una cantidad mínima. A pesar de todo, el preso sorprendido con estupefacientes se enfrenta a durísimas condenas, que pueden llegar hasta los nueve años. Traficar en la cárcel no es buen negocio.

En menor medida, los presos utilizan la imaginación para proveerse de drogas en la cárcel. Se han encontrado drogas en la hebilla de un pantalón, introducidas en el cuello de una camisa, en la contratapa de un libro... Un funcionario relata que uno de los sistemas más originales con el que se encontró fue un bote de Coca-Cola, herméticamente cerrado, pero cuyo interior estaba repleto de pastillas. El recluso, que llegaba de permiso, se las había ingeniado para abrir el bote, vaciar su contenido y sellarlo posteriormente, tras introducir las drogas. El problema es que al coger el bote, se notaba demasiado que había algo muy distinto a la bebida carbónica.

Pero hay otros objetos utilizados para meter la droga. Los funcionarios de Villabona se las han encontrado en zapatillas de deporte, a las que se les había habilitado un compartimento especial; en cajas a las que se había colocado un doble fondo; en alimentos... Hace unos días fue juzgado en la Audiencia Provincial de Oviedo un preso cubano al que los funcionarios encontraron poco más de tres gramos de heroína introducidos en un envase de desodorante, del tipo «roll-on». El preso, que aseguró que la droga era para consumo propio, no tenía antecedentes de consumo. Algunos presos sin muchos apoyos en el exterior utilizan la venta de droga para obtener ventajas y mejorar su estancia en prisión.

En el caso del anterior preso, fue sometido a un estricto registro después de que el jefe de servicio recibiese un chivatazo por parte de otro preso. En este mundo es fácil hacerse enemigos, y no son raras las venganzas a través de denuncias a los funcionarios.

El coste de la droga que se introduce de esta forma en la cárcel alcanza un precio bastante alto, muy superior al del mercado ilegal del exterior. El dinero legal está prohibido en prisión, por lo que para comprar droga en la cárcel se utiliza el ficticio, los vales de economato que se entrega a los presos; se recurre directamente al trueque.

La distribución de la droga varía. Puede realizarse aprovechando el reparto de paquetería. Para pasar la droga de un módulo a otro se inventó hace tiempo el método de la pelota de tenis. No tiene mayor misterio. Se coge una pelota de tenis, se llena de droga y a una señal, aprovechando un descuido de los funcionarios, se lanza al otro lado del muro, donde espera el comprador que ha apalabrado el pase. «Pero en Villabona no hay mucha dificultad para hacer la entrega de droga, porque es una cárcel con mucho movimiento interno y mucho contacto entre los presos, lo que facilita el intercambio. El consumo suele producirse en el interior de las celdas, aunque se han dado casos de presos que se drogaban en el patio del módulo», señala un funcionario.

Las cantidades que se incautan son mínimas, poco importantes, pero suficientes para una larga condena. «El mercado existe en la cárcel, los controles son permanentes, pero es muy difícil acabar con ello», indica el mismo funcionario. En los últimos meses, según fuentes de la prisión, se han endurecido los controles una nueva normativa, aprobada en 2011 permite incluso introducir perros de la Unidad Canina de la Guardia Civil, lo que ha permitido nuevas incautaciones.