A la salida del concejo de Luarca hacia el ocaso tenemos en la recta de Otur, a nuestra izquierda, una de las catedrales de la gastronomía en Asturias, Casa Consuelo, sobre la que existe abundante obra literaria y alberga una importante colección pictórica. En seguida la carretera se retuerce en una curva, y ya en el concejo de Navia, en una desviación a la derecha, desciende hasta el antiguo poblado pesquero y fortificado de Puerto de Vega. A la entrada nos recibe el busto aureolado con imponente peluca dieciochesca del marqués de Santa Cruz de Marcenado, el más occidental de nuestros grandes ilustrados. Se puede seguir la Ruta de la Ilustración desde Alles (Campillo) a Puerto de Vega, pasando por Gijón (Jovellanos, Ceán Bermúdez), Oviedo (Feijoo) y Tineo (Campomanes). Álvaro Navia Osorio, tercer marqués de Santa Cruz de Marcenado, nació en Puerto de Vega en 1684, aunque Carlos Fernández Posada apunta que lo hizo en Anleo. Espíritu enciclopédico (proyectó una enciclopedia universal), economista, autor de «Rapsodia económico política monárquica», y tratadista militar, sus «Reflexiones militares», anteriores al célebre Tratado de Von Clausewitz, influyeron en la organización del Ejército prusiano, y a este respecto se refiere una anécdota que, cierta o inventada, refleja muy bien el carácter de los dirigentes españoles y la poca estima en que se tienen a sí mismos y a lo suyo. Habiéndose enviado una delegación a Prusia con objeto de modernizar el Ejército español, el Rey Sargento contestó asombrado que todo lo que sabía sobre la milicia lo había aprendido leyendo a Santa Cruz de Marcenado.

No termina en Santa Cruz de Marcenado la vinculación de Puerto de Vega con la Ilustración. Aquí murió Jovellanos, fugitivo de los franceses y retenido en este puerto por la galerna, en una casa noble cuya fachada principal está llena de placas conmemorativas como el lomo blanco de Moby Dick lo estaba de arpones. En Puerto de Vega tuvo su casa Pedro Penzol, nacido en Castropol en 1880 y que pasó parte de su vida en la Universidad de Leeds, en Inglaterra. Fue uno de los primeros anglosajones españoles «rara avis», entonces, que predominaba el afrancesamiento. Escritor atildado, culto aunque con no mucho nervio, escribió breves ensayos sobre escritores ingleses y clásicos españoles, sobre arte y otros asuntos más bien etéreos que él denominaba «divagaciones», además de poemas y cuentos y una traducción de Poe. Como le sucede a los españoles que pasan mucho tiempo en el extranjero y quedan fascinados por el país extraño en que vivieron, acaban ellos mismos convirtiéndose en extraños, ni carne ni pescado. Lo que no es óbice para que la obra de Penzol tenga más interés que el que se le ha reconocido.

De Puerto de Vega a Navia hay pocos kilómetros, que pueden hacerse por Teifaros, un paisaje amplio y sereno donde nació Manuel Suárez, indiano en México, protector del pintor Siqueiros y propietario del Hotel-Casino La Selva, de Cuernavaca, donde Malcolm Lowry sitúa «Bajo el volcán». En el centro de Navia y dando la espalda al río que cantó, está la estatua de don Ramón de Campoamor, ante la que se detuvo Cela cuando viajó del Miño al Bidasoa y exclamó aquello de: «¡Quién supiera escribir, don Ramón!»; él sabría por qué lo decía. Campoamor, a pesar de sus prosaísmos, o gracias a ellos, renovó el anquilosado lenguaje poético romántico. Algunos de sus poemas son involuntariamente cómicos y otros decididamente plúmbeos, como los extensos, pero se le puede leer con agrado, con benevolencia y con una sonrisa. Su «obra filosófica» es otro cantar, aunque la «Poética» no está exenta de interés. Muy próximo a su estatua estaba el domicilio del Dr. Jesús Martínez Fernández, cuya obra erudita y literaria merece ser recogida y preservada en un volumen.

Inmediato a Navia y casi fundiéndose en ella está el concejo de Coaña, de donde era nativa Eva Canel, mujer trotamundos que recorrió las Américas españolas, fundó periódicos, dio muestras de energía dignas de una pionera y tuvo tiempo para escribir una obra periodística inconmensurable, además de novelas, dramas, ensayos, conferencias, etcétera. Falleció en La Habana en 1932 y está enterrada en Coaña en compañía de su esposo, Eloy Perillán (que era un verdadero perillán que le dio, mientras vivió, más de un disgusto). Por aquí se desciende hasta Boal siguiendo el cañón de la cuenca del río Navia (hay otra carretera bellísima, que parte de La Roda, más adelante), el lugar natal de Bernardo Acevedo, autor de un gran libro sobre los vaqueiros de alzada, y el poeta Carlos Bousoño, a quien por excepción mencionamos ya que aún vive y que viva muchos años más. Se trata del mayor poeta nacido en Asturias y de uno de los grandes en España de la segunda mitad del pasado siglo.

Aunque las tierras altas del río Navia son maravillosas, regresamos a la zona costera. Juan Francisco Siñeriz (1778-1857) es un pintoresco y original escritor, autor de una novela cervantina, «El Quijote del siglo XVIII», de una parodia del «Gil Blas» de Lesage y de una sorprendente «Constitución europea», a propósito de la cual afirma José A. Tomás Ortiz de la Torre que su autor «tiene el doble mérito de ser el representante en España del movimiento pacifista del siglo XIX y de haber delineado con bastante detalle la creación de un tribunal internacional», por lo que le califica de «internacionalista».

Por esta zona algunos pueblos llevan nombres con resonancias de escritores: Esquilo, Barres (con eco de Maurice Barros), La Roda (que trae a la memoria a Alexander Roda, autor de una novela deliciosa, «Las aventuras del joven Marius»).

Nos acercamos a las orillas del Eo. En su ribera derecha, en la aldea de Seares, perteneciente a Castropol, tuvo lugar una historia desesperada de amor romántico y necrófilo, la de la esplendorosa belleza local conocida por la Searila y sus amores con Antonio Cuervo, jefe político y ocasionalmente poeta, que Alejandro Sela y Jesús Martínez Fernández relataron en un folleto. El enamorado Cuervo, al tener noticia de la muerte de su amada, cabalgó desde La Coruña, desenterró el cadáver, le cortó unos cabellos y escribió una elegía que empieza: «Solitaria mansión del sepulcro / sólo en ti mi esperanza se encierra», que suena a Poe como para que sea posible sospechar una mixtificación. De Castropol eran José Ramón Fernández de Luanco, vinculado a Menéndez Pelayo, autor de un libro sobre los alquimistas españoles y él mismo conocido por el mote del Alquimista de Castropol; Pedro G. Arias, antólogo de poetas asturianos; los mencionados Arias, Campoamor y Penzol y el novelista José Díaz Fernández, nacido accidentalmente en Aldea del Obispo. El ilustre marino Fernando Villamil, nacido en Serantes, es autor de «Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilos», y en Figueras hay un tipo que colecciona libros que no lee y a quien ahora van a dedicar un libro: qué gasto inútil. Río abajo, Vegadeo es el lugar natal del ensayista Álvaro Fernández Suárez, autor de «España, árbol vivo». «El pesimismo español», etcétera, de planteamientos interesantes y exposición poco amena.

Antonio Masip nos recuerda que Luis Cernuda pasó unos días en Castropol en 1935, mientras Dámaso Alonso estaba relacionado por motivos familiares con Ribadeo, al otro lado del río. De esta manera, el Eo, ese hermoso río de desembocadura espectacular y que no se sabe si sube o baja, forma parte de la mínima anécdota de la Generación del 27. A Alonso y a Cernuda los separaba más que un río y también un río. Así son la poesía y la geografía.