Ni con toda su fortuna, ni apilando las abultadas cuentas de resultados de la mayoría de sus empresas podría haber comprado José Cosmen Adelaida la escena que, con seguridad, le proporcionó más felicidad en sus últimos años de vida. Fue hace dos veranos en Salas, cuando celebró sus bodas de oro con María Victoria Menéndez-Castañedo Campo. Más de cien personas se reunieron en la casa familiar. Casi todos con lazos de sangre, porque la pareja decidió que ese momento sería solo para los suyos y porque, a aquellas alturas de la vida, una lista con amigos, compromisos y demás se habría convertido en un tomo de la guía telefónica.

José Cosmen falleció ayer en Oviedo a los 85 años sin dar que hacer a su gente, al día siguiente de su ingreso en el Centro Médico y sin sufrir, que era a lo único que temía a la hora de pensar que, tarde o temprano, el paso a la otra vida le llegaría. En las bodas de oro, septiembre de 2012, no le falló nadie. La foto para el álbum privado necesitó formato panorámico. Los ocho hijos arroparon a los padres y, a partir de ahí, el abanico interminable de la saga: hermanos, sobrinos, cuñados... y los nietos. Dieciséis tenía Pepe, de seis de sus ocho hijos. Solo Covadonga, la menor, y Andrés, el segundo, no tienen descendencia. José, María, Fernando, Jorge, Jacobo y Felipe le llenaron la casa de niños. Cada verano, bien en Salas o en su casa de Gijón, las escenas de inocente caos infantil se multiplicaban. Y a Pepe Cosmen, que ya engatusaba a sus sobrinos años antes con monedas de cinco duros que brotaban de las orejas, nada le llenaba más que una casa repleta de nietos.

Eso sucedía en Gijón, pero el pleno se daba cada septiembre en Salas, adonde acudían los ocho hijos y su prole para el consejo familiar anual, una reunión institucionalizada donde se toman las decisiones empresariales para el curso siguiente. Ahí, los herederos exponían y el padre escuchaba. Pasaban horas hasta llegar al consenso. Después venían las cenas o las comidas, que en aquella casa, ojo, ocho hijos, dieciséis nietos, la pareja matriz y algún familiar ocasional, requerían mucha organización y algo de disciplina. Y ahí aparecía María Victoria, la esposa, "Mari", le decía su marido. Bajo su mando todo funciona como un reloj en casa.

La fiesta de las bodas de oro solo tuvo un borrón. Esa misma tarde, 8 de septiembre, Día de Asturias, falleció el cardiólogo Eduardo González, "Macano", uno de los mejores amigos de Pepe Cosmen. El embargo de la noticia resistió hasta última hora, cuando los herederos decidieron que era el momento de que lo supiera el padre. El empresario lo rumió en silencio, con la templanza que asumen la muerte los más veteranos.

Esa protección que le brindaron los ocho Cosmen Menéndez-Castañedo era como una forma de devolver lo que el padre había hecho por ellos. Si algo preocupaba a los descendientes en la última época era apartar al patriarca de las malas noticias, inevitables en estos tiempos de crisis, incluso para el lustroso imperio Cosmen. Un castillo empresarial que empezó de la nada en los sesenta del pasado siglo de la mano de un arrollador joven de Cangas del Narcea, llegado a Oviedo con 28 años, sin padrinos, y que tres o cuatro más tarde ya se había metido a la ciudad en el bolsillo. Tanto que le hicieron directivo del Oviedo, en una época en que ser dirigente en el fútbol daba posición social y no olía a corrupción.

José Cosmen se apoyó en su condición de directivo para buscarse las coartadas que le ayudaron a poner la primera piedra de su familia. Solía viajar de Cangas del Narcea a Oviedo en coche, un Fiat deportivo rojo, cuando lo más entonces eran los 1.500. Y paraba en Salas, en Casa Falín, hasta que se fijó en María Victoria, hija del abogado Jesús Menéndez-Castañedo y de Angélica Campo. José Cosmen inventaba excusas para visitar la consulta del letrado y conocer a la joven salense. Un día, monseñor Velasco, prelado del momento, pidió al joven empresario un hueco en su coche para acudir a Oviedo. "No puede ser, paro en Salas, que ando detrás de un delantero para el equipo". Monseñor descubrió que ese delantero iba a ser en realidad el pilar de la vida de José Cosmen, que nunca dejó de alabar en público a su esposa.

La anécdota la explica a menudo Basilio Cosmen, el padre Basilio en la jerga familiar, un fraile dominico que, junto a Manuel y Chita, son los tres hermanos que aún viven de los siete Cosmen Adelaida.

En 1963, al año de la boda, nació José. Y en los nueve siguientes, hasta 1972, llegaron Andrés, María, Fernando, Jorge, Jacobo y Felipe. La benjamina, Covadonga, se hizo de rogar hasta 1979. Sin descendencia, se ha volcado en atenciones a sus padres y, tras una etapa en Londres, el pasado verano regresó a Madrid, donde cursa un master.

Al natural amor de padre José Cosmen añadía verdadera admiración por sus hijos. Su vena empresarial, las cicatrices que dejan miles de negociaciones se evaporaban al examinar a su descendencia. Pepe Cosmen sonreía con la dulzura pero fuerte personalidad de Covadonga; con las ideas atrevidas y el arrojo de Felipe; con la determinación para los negocios de Jacobo y su don de gentes; con la capacidad de comunicación y lo extrovertido que se muestra Jorge; con la bonhomía y el amor al campo de Fernando; con la rapidez de reflejos, la entrega y la actividad interminable de María; con la tranquilidad y cercanía que transmite Andrés, junto a un profundo conocimiento de la cultura china y sus formas de negociar; y con la bondad de José y su capacidad para empatizar con los trabajadores. Son los herederos del imperio de Pepe Cosmen, su mayor obra, de la que estuvo más orgulloso. Su empresa más rentable.

Sus ocho hijos

José

Andrés

María

Fernando

Jorge

Jacobo

Felipe

Covadonga