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CON EL PARAÍSO A CUESTAS (II)

Un territorio pendiente

Elma Andrés, empresaria y artesana en un pueblo sin carretera, invita a reparar las trabas con compensaciones: "Una ley que no admite excepciones es injusta"

una isla de tierra adentro. Riodeporcos, a la izquierda, con la pista que conduce a Sena y es su única comunicación con Asturias arriba, y abajo, el río Navia embalsado, que traza la frontera con Galicia. MIKI LÓPEZ

En un bar de La Regla, nada más pasar Cangas del Narcea, una pareja de la Guardia Civil dio por finalizada su ruta de inspección en plena nevada. "Como más allá no hay nada...". Más allá está el Pozo de las Mujeres Muertas y, detrás, el concejo de Ibias. Y Elma Andrés, que desde hace once años vive y trabaja aquí, acaba de volver a recordar la punzada que le asestó aquel comentario, escuchado de refilón mientras reunía fuerzas para empezar a subir el puerto que le separa de su casa. De su casa en el "más allá", de su vida en el no tan lejano Suroeste, en un pueblo sin carretera donde no es sólo esto lo que hace decir a sus escasos habitantes que se sienten "desamparados". Y olvidados, y aislados, y no suficientemente recompensados por haber decidido cargar con la conservación del campo asturiano.

Riodeporcos parece una isla y casi lo es. Lo parece si se mira desde lejos, encaramado a una loma que se alza sobre las aguas fundidas de la cola del embalse de Salime y del tramo final del río Bustelín. Y casi lo es porque la geografía política lo ha puesto en Asturias, pero "rodeado de Galicia por todas partes menos por una" sin salida rodada, de forma que a veces una no sabe a quién reclamar. Aquí tiene Elma Andrés su alojamiento rural de diez plazas, su casa de piedra y pizarra restaurada con pulcritud y un hórreo reciclado para taller y tienda de artesanía donde se trabaja y se vende el cuero y la mermelada casera y se hacen, entre otras cosas, cajas rígidas de colores con papel de periódico prensado. Aquí los coches no hacen ruido. La carretera muere a la orilla del embalse, en la provincia de Lugo, y para ganar el pueblo hay que atravesar el pantano por un puente colgante peatonal y subir medio kilómetro caminando. O usar el quad en el que Elma lleva y trae a su hija Lía para que tome el transporte al colegio o a los turistas que se alojan en su casa y vienen con equipaje. Asume que "vivo aislada", pero este acceso complejo no es el mayor de sus problemas. De hecho, afirma, "elegimos este pueblo entre otros motivos porque no llegaba la carretera". Pensando en rentabilizar un negocio turístico, incluso puede llegar a ser un valor poder ofrecer cama y estancia en absoluta paz, sin ruidos artificiales, "pisando la tierra" de verdad.

El peor aislamiento es el que no se ve a simple vista. El de Elma cuando piensa que si de verdad interesa rescatar del olvido esta porción remota del medio rural asturiano "tienen que mojarse las administraciones". Ha llegado al asunto espinoso de las compensaciones inexistentes y, por poner un ejemplo, a "mi seguro de autónomos". Paga por su negocio de temporada "260 euros, igual que una tienda en el centro de Oviedo, pero yo sé que por lo menos hasta marzo no voy a facturar prácticamente nada". Comparándose, también abona la luz al mismo precio, y más caro el "internet de manivela", el único que llega hasta aquí... Todo esto lo ha elegido ella a sabiendas de que no tendría recompensa. "Una ley que no admite excepciones no es una ley justa", sentencia. "No me siento amparada por la Administración".

Así se siente este lugar arrinconado por el mapa de Asturias donde los habitantes permanentes son ella, su pareja, su hija y otra familia más. Elma es de nacimiento leonesa, de Fresno de la Vega, y en esta esquina asturiana aprendió a ejercitar la paciencia cuando en la obra de rehabilitación de esta casa "un simple tornillo nos hacía perder un día entero de trabajo". Una cita rutinaria en el hospital, en Cangas del Narcea, puede obligar a salir de casa a las ocho menos cuarto de la mañana para poder estar de vuelta, tras incluir el retraso de la consulta, a eso de las dos de la tarde. Esto son hechos reales, ha pasado el día anterior.

La vida en el límite, en este rincón de la frontera, también impone reglas propias que a veces dan en situaciones peculiares y paradójicas. Esto es Asturias, pero hasta aquí sólo se llega por Lugo, por un tramo de pista estrecha y bacheada que discurre por la orilla lucense del embalse. Quiere la geografía que ese camino, el único mínimamente transitable para llegar a Riodeporcos, sea una carretera gallega que sólo da servicio a un pueblo asturiano, así que nadie escucha a Elma en la Diputación de Lugo cuando pide el arreglo de un solo kilómetro de calzada. "Yo creo que no habría inconveniente en que lo hiciera el Ayuntamiento de Ibias", afirma, pero no es de su competencia y el resultado final es una carretera desamparada y la sensación de desvalimiento del que sabe que está pagando impuestos "por autovías que nunca voy a utilizar" mientras nadie se ocupa de su kilómetro escaso de pista.

Y luego está Lía. "Esta vida la he elegido yo, pero también soy consciente de que se la he impuesto a mi hija", afirma Elma. A Lía, de catorce años, nacida en China, le quedan dos cursos para agotar los que se imparten en el colegio de San Antolín de Ibias. A partir de ahí, se abren alternativas de las que a veces una madre rechazaría sin pensar. El instituto asturiano más próximo para estudiar el bachillerato sería el de Cangas, pero la distancia obliga a pernoctar en la escuela-hogar y a perder a Lía de vista de lunes a viernes. La opción de Fonsagrada (Lugo), a 35 minutos, "es estudiar en gallego" y "para mí aún es pequeña para irse a Oviedo". No le extraña que lo normal en esta zona sea que al cumplir la edad del bachiller la salida obligada de los niños arrastre a toda la familia. No entiende por qué no se puede impartir en este concejo "un módulo de FP de ganadería o de los oficios del campo" para usar la formación como asidero contra el éxodo, por qué no se ponen los medios para aprovechar mejor el monte infrautilizado, pero eso le obliga a volver a decir que "tienen que mojarse las administraciones". Parece una broma, pero en un tablón de anuncios de Riodeporcos sigue colgada la circular que anuncia un debate sobre desarrollo rural que se celebró en San Antolín en 2013.

De momento, lo que queda es el inventario de servidumbres sin contraprestación que Elma Andrés eligió conscientemente junto a su marido, Roberto, que era natural de la zona, que la atrajo hasta aquí y falleció al poco tiempo de la mudanza a Riodeporcos. Venían de Ernes, cerca pero en Lugo, un pueblo al que el embalse de Salime dejó sin más acceso que una barca y donde vivían sin carretera ni luz ni agua. El deseo de adoptar a Lía los atrajo hacia la comunicación moderada de Riodeporcos, donde la experiencia sirve y pese a todo "pesa más lo bueno. Si no fuese así, ya nos habríamos ido". Su huerta y el ganado de la zona los hace casi autosuficientes, el panadero viene jueves y sábados, previo aviso por whatsapp... "Yo aquí sé buscarme la vida; en una ciudad no sé si sabría".

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