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El día que toqué fondo

Cuatro exalcohólicos que comenzaron a beber de adolescentes y vivieron un infierno de borracheras continuas cuentan el momento crucial en que decidieron dejar las copas

Celtia baja unas escaleras. M. LÓPEZ

"Un día bajé la basura y aproveché para ir a tomar una copa a un pub. Una llevó a otra y el amigo que estaba conmigo me dijo: '¿Por qué no vamos a Zaragoza a ver al Oviedo?'. Y en medio de la euforia alcohólica para allá que nos fuimos. Claro que no me acordé de llamar a mi mujer hasta que llegamos a Zaragoza. Estaba muy asustada. Fui a ver el partido y todo, pero esto da idea del trasfondo surrealista que puede llegar a tener el alcoholismo". José Luis, de 56 años, es un hombre culto al que le gusta resumir los años que pasó pegado a la botella con el título de la película de Wilder, "Días sin huella".

"Yo empecé con 16 o 17 años, con los vinos en la calle San Bernabé, los pubs. No era una ingesta excesiva. No sabría decir cómo pasé del aspecto lúdico a la compulsión", rememora. Todo empieza a torcerse cuando las borracheras se hacen continuas, se llega cada vez más tarde y ya no se pasa tan bien. "Estás a las cinco de la mañana en un bar y te preguntas: '¿Qué hago yo aquí? Si tengo una mujer y unas hijas que me están esperando en casa. Los despertarse son muy amargos, con mucha culpabilidad. Vas perdiendo todo, la familia, el trabajo, los amigos", añade.

El día que tocó fondo, hace 14 años, lo tiene grabado a fuego. "Llegué por la mañana a casa. Mi mujer ya estaba levantada, preparándose para ir a trabajar. Ese día no me dijo lo típico: 'Pero mira cómo vienes...'. Nada. Me metí en la cama. Entonces, se acercó y me espetó: 'Hasta aquí hemos llegado. Fíjate lo que has hecho con tu vida. No eres padre, ni eres marido, ni eres persona. A mí no me vas arrastrar contigo'. La sensación de fracaso era tal que se me pasó la borrachera de golpe. Ese fue mi fondo y el día que decidí ir a Alcohólicos Anónimos y dejar de beber", confiesa.

A José Luis, el alcohol le ponía "varas". A la naveta Celtia, de 30 años, muy agresiva. "Perdí tres dientes de abajo en una pelea. Me llevaron al cuartel de la Guardia Civil tres o cuatro veces. Cualquier mirada, cualquier gesto me valía para pelearme. Me daba igual que fuesen chicas o chicos. No sé cómo llegaba a casa con el coche, no me acuerdo. No maté a nadie de milagro", asegura esta joven que dejó el alcohol hace año y medio y que aún sueña alguna vez que bebe.

Celtia empezó a beber muy joven, y sobre todo sidra, que contaba por cajas. Ahora, sin la bebida, integrada en Alcohólicos Anónimos, siente por primera vez que se está conociendo a sí misma. Fue su madre la que hizo que recapacitase. "La última vez que me llevaron al cuartel después de una pelea, vino mi madre a recogerme en coche, y me dijo: 'Mira, Celtia. Esto no puede seguir así. No vuelvas a casa si no dejas de beber'. Ese fue el día en que toqué fondo, y lo que me hizo encontrarme conmigo misma, porque había estado perdida por ahí de borracheras", relata.

Natalia empezó en beber como todos, a los 14 años. Alguna vez despertó en León, sin saber cómo ni con quién había llegado allí, pero lo suyo era beber en casa. "Me despertaba y tenía que tomar un trago para poder afrontar lo que había hecho la noche anterior. Llegué a encerrarme, a no asearme", confiesa esta mujer de 42 años, siete de abstemia. Vivía sola con su hija. "La machaqué, a la pobre. Nunca llevó a sus amigas a casa, por miedo a cómo me encontrase. A veces, cuando yo estaba bebida, llegué a pegarle", confiesa, casi al borde de las lágrimas. "Pero he aprendido a perdonarme, y creo que la he recuperado. Ahora me sorprende contando conmigo para hacer cosas, como ir a la playa", dice. Fue su hija la que de alguna forma la salvó. "Mi familia creía que lo que sufría era una depresión. Pero ella, que ya tenía quince años, dio la voz de alarma y les dijo que no, que mi problema era el alcoholismo. Entonces, mis familiares me plantaron en Alcohólicos Anónimos. Yo no quería dejar de beber, pero me encontré muy a gusto. Nadie me señaló, nadie me juzgó. Recuperé el control sobre mi vida", rememora.

También lo hizo Cesáreo, que hace cinco años tocó fondo. También empezó a beber con 14 años. Un negocio le fue mal y la cosa se descontroló. "En una mañana podía tomar tres o cuatro botellas de vino", asegura. Perdió a su mujer, que se separó de él, no vio crecer a sus hijos. "Y eso que enterré a un tío por problemas con el alcohol", confiesa. Se envalentonaba con el vino, se terminaba poniendo agresivo. Dejó de estar en el trabajo cuando debía estar, a desatender sus obligaciones. El día 17 de cada mes ya había dilapidado el sueldo y "tenía que pedir prestado al chigrero". Pero afortunadamente tocó fondo. "Un día, que precisamente no estaba borracho, me llamó el jefe y me dijo que me echaba: 'Mañana no entre en su puesto de trabajo'. Por la noche no era capaz de beber, no podía tapar la conciencia. El alcohol había hecho de mí un pelele, un payaso. Me despidieron, y les doy las gracias, porque entonces me obligaron a dejar de beber y poner orden en mi vida. Al final vieron que iba en serio y me readmitieron", asegura. Ahora trata de reparar los destrozos. "Lo arreglé con mi mujer: nos divorciamos", dice. Y poco a poco se va ganando el respeto de sus hijos.

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