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César García Alonso y María José García González, ante el horno de la panadería, elaborando donuts.ANA PAZ PAREDES

Me quedo en el pueblo Proaza

Estirpe de panaderos

César García Alonso y María José García González, que mantienen el negocio familiar, creen que la vuelta a los oficios tradicionales puede revitalizar los pueblos

El matrimonio formado por María José García González y César García Alonso es una buena muestra de que la tenacidad, el trabajo duro y la ilusión constante dan sus frutos. Ellos tomaron las riendas del negocio familiar hace veinticuatro años, aunque María José García ya llevaba trabajando en él desde los 18 años. La panadería, fundada en 1957 por el abuelo de ella, también tuvo como continuadores anteriormente a un tío suyo y a sus padres, Mari Fe y Susín.

Ella nació en Proaza. Él, en Avilés, aunque su madre es proacina y su padre, nacido en Quirós. Estudió en el Instituto Politécnico de Oviedo para ajustador y pronto se puso a trabajar como tornero en un taller. También trabajó como peón, haciendo zanjas en las vías del tren, y en la construcción. El noviazgo de esta pareja ya se remonta casi a su infancia, pues desde los 13 años se hicieron inseparables. "Hubo un momento que me salió un puesto bueno en Valencia y tuve que decidir. O marchar de Asturias o cogía la panadería, pues en aquel momento se jubilaba mi tío, y aquí estoy, después de 24 años, panadero y bien contento. Yo aprendí el oficio con mis suegros, son dos personas estupendas y no tengo para ellos nada más que palabras de agradecimiento", señala.

César García es un hombre optimista y alegre que cree que la vida en los pueblos tiene futuro siempre y cuando se tengan las ideas claras. "Yo no cambio Proaza por nada. Es una gloria estar aquí. Creo que, a pesar de que en algunos lugares se sufre el despoblamiento, la gente puede encontrar su sitio en un pueblo si, por ejemplo, vuelve a los oficios tradicionales. Mira, por ejemplo, aquí falleció hace poco el fontanero del pueblo y no hay otro. No hay nadie que le sustituya. También harían falta una peluquería o un taller de reparación de bicicletas, dado el lugar en el que estamos. Un trabajo para vivir, claro, no para hacerse rico. Y bueno, si luego tienes una casina y una huerta, ¿qué más puedes pedir?", señala.

Trabajan de doce de la noche a las seis de la mañana y luego ambos reparten el pan hasta las once por todos los diferentes pueblos y caseríos de Proaza. Tiene otra repartidora en Quirós. Duermen una media de cuatro horas y, aún así, César no pierde en modo alguno su buen humor. "Yo llevo peor que él lo de vivir a un ritmo diferente al resto del mundo, pero no te queda otra", dice sonriendo María José, quien a los 18 años, y tras sacar el carné de conducir, ya se puso a repartir pan por el concejo. Son padres de Juan, de 16 años, y de Marta, de 10. Sobre la continuidad al frente de la panadería, ambos progenitores lo tienen claro: "Si no quieren estudiar, tendrán que trabajar", dice María José, que en la adolescencia quería vivir en Oviedo. Hoy no cambia Proaza por nada del mundo.

Con el nombre de Panadería Proaza realizan todo tipo de panes. "Sin olvidar la tradición, también hay que ir innovando, haciendo más cosas, leo mucho por internet y me gusta ofertar más productos. Antes estaba muy de moda el pan de escanda y ahora, sin embargo, el de centeno tiene más demanda. Además hacemos rosquillas de anís, rosquillas de Pascua y también empezamos con los donuts, que cubrimos con chocolate de la mejor calidad", añade él.

La última vez que cogieron vacaciones fue cuando su hijo tenía 4 años. Desde entonces hasta hoy sólo han apagado el horno de su panadería el 24 y el 31 de diciembre de cada año.

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