Fue en 1980 cuando los investigadores Luis Álvarez y su hijo Walter, de origen asturiano, sacaron a la luz la teoría más plausible sobre la extinción de los dinosaurios: un monstruoso asteroide de diez kilómetros de diámetro. Ese meteorito no sólo generó una ola de calor que alcanzó los 500 grados centígrados, sino que dejó una huella imborrable, conocida como cráter de Chiexulub. Después de años de mapeos, análisis de rocas y estudios satelitales, un grupo de científicos está ahora listo para perforar sobre el fondo marino de la península de Yucatán (México), donde se esconden los secretos del cataclismo que borró de la Tierra hace 65 millones de años a los grandes reptiles del período Triásico. Se trata de un hecho histórico que sin el hallazgo que firmaron los descendientes del médico salense Luis Fernández Álvarez, nuestros ojos nunca verían.

La teoría de Luis Álvarez (premio Nobel de Física de 1968) y Walter Álvarez (profesor de Geología en la Universidad de California) se confirmó con el descubrimiento, hace más de 45 años, de un cráter de 180 kilómetros durante una expedición petrolífera al Golfo de México. Sus dimensiones y antigüedad corroboraron que ese enorme boquete había sido la causa del fin de los dinosaurios. El impacto del asteroide, sobre lo que hoy es la Península de Yucatán, fue tan potente que, según indican varios estudios científicos, pudo haber sido mil millones de veces más fuerte que la bomba atómica de Hiroshima. De hecho, su intensidad desplazó 48.000 millas cúbicas de sedimento y generó un cambio climático que acabó con toda forma de vida en el planeta. Esto lo explica la tremenda ola de calor que formó el meteorito y los sucesivos terremotos y tsunamis que le sucedieron. Estos fenómenos llegaron a desplazar al agujero del Golfo de México escombros desde Texas y Florida.

El 13 de abril, un equipo internacional y multidisciplinar -formado por geólogos, biólogos, paleontólogos, geofísicos y expertos en investigación molecular-, partirá del puerto de Progreso, en el Golfo de México, y navegará 30 kilómetros mar adentro para taladrar un kilómetro y medio por debajo del lecho marino. "Se perforará sobre una estructura característica en cráteres de la Luna y de Marte que se conoce como anillo de picos, una especie de cadena circular de montañas. Chiexulub es único por lo bien preservado que está su anillo y el estudio nos permitirá evaluar de qué manera surgen estas formaciones", explica el geofísico Jaime Urrutia, uno de los líderes de la investigación.

En la Tierra sólo existen otros dos cráteres más grandes y antiguos que el de México: el de Vredefort, en Sudáfrica y el de Sudbury, en Canadá, ambos formados hace más de 2.000 millones de años. Sin embargo, su superficie está demasiado erosionada y modificada tectónicamente.

El proyecto, que podría alargarse durante dos meses y cuenta con un presupuesto de diez millones de dólares, pretende desentreñar misterios hasta ahora insondables. Entre ellos, el calentamiento global que marcó el fin del reinado de las aves gigantes -posterior a la extinción de los dinosaurios- y el inicio de los grupos de mamíferos. También se espera que la huella del meteorito ayude a entender mejor y encontrar soluciones al cambio climático actual. En definitiva, "podríamos aprender mucho para el futuro", como asegura el profesor Sean Gulick, de la Universidad de Texas y uno de los científicos que se zambullirán en el cráter de la muerte de los dinosaurios.