Hablar de igualdad de género en la sociedad actual es referirse a un reto, a un objetivo que en pleno siglo XXI aún está por cumplir.

Ha pasado el tiempo, y nada es como era, pero con demasiada frecuencia tampoco es tan distinto como cabría esperar.

El avance de la mujer en la búsqueda del reconocimiento de la igualdad de derechos es la historia de cientos de mujeres anónimas que han aportado su esfuerzo y trabajo desinteresado en pro de la igualdad y la libertad que hoy disfrutamos.

Aunque mujeres y hombres compartimos un terreno común en la vida social, siglos de dominación masculina han sembrado enormes injusticias planteando una sociedad androcéntrica y patriarcal, bajo principios de desigualdad, de poder autoritario y de violencia y han definido actitudes, estereotipos y roles por y para control del hombre. ¿Por qué las leyes, los poderes económicos, la religión y la política han reforzado durante siglos la idea de que la mujer es un ser débil, hecha para la explotación y el servicio del hombre? ¿Por qué nos han excluido sistemáticamente de los órganos decisorios de la sociedad?

La incorporación de la mujer al sufragio, a la educación y al trabajo está siendo un proceso lento, que aún no ha concluido en todos los ámbitos por igual; por tanto, el desempleo, la dependencia económica, la pobreza y el desigual e injusto reparto de oportunidades son factores determinantes que abonan y aumentan la desigualdad de las mujeres, las hace más vulnerables, las conduce a la marginación social y por tanto a perpetuar la desigualdad.

Las mujeres, en nuestra larga y tormentosa travesía, siempre hemos tenido que remar contra corriente y la más leve relajación podría conducir al naufragio, los derechos recuperados en este mar revuelto.

Así, en España tenemos buen ejemplo de ello; en los últimos años de Gobierno del PP hemos experimentado un considerable retroceso en cuanto a políticas de mujer e igualdad, políticas que están situándonos a la cola de los países desarrollados en el reconocimiento de derechos y libertades de las mujeres. Si a la ausencia de políticas específicas de igualdad le añadimos los considerables y continuos recortes en el estado del bienestar, en los servicios públicos esenciales, en la lucha contra la violencia de género y la reforma de la ley del aborto nos encontramos de nuevo ante un grave retroceso de derechos y libertades que condenará irremediablemente a multitud de mujeres a la más absoluta oscuridad, imponiendo así sus principios ultraconservadores a golpe de imposición.

Por todo ello, y con estas políticas que sufrimos de recortes continuos, la pobreza, la precariedad laboral y la desigualdad se han feminizado. El 75 por ciento de los empleos a tiempo parcial son ocupados por mujeres, más del 40 por ciento trabajan menos de 30 horas a la semana, la brecha salarial alcanza el 28 por ciento, las políticas de conciliación son prácticamente inexistentes, somos la inmensa minoría en cargos de responsabilidad y seguimos padeciendo la lacra de la violencia de género, sin vislumbrar el final.

Por todas estas razones, y otras tantas que sería largo enumerar creo que la autonomía de las mujeres es fundamental para garantizar el ejercicio de sus derechos, porque nunca la igualdad de oportunidades y derechos ha supuesto un perjuicio para nadie, mientras que los privilegios a favor del género masculino, siempre han supuesto conflictos. Mujeres y hombres debemos transitar este largo y empinado camino juntos, para construir una sociedad más libre, más justa y más igual, porque la igualdad no es un privilegio de unos pocos, es un derecho de todos.

¡No habrá justicia sin plena igualdad!