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Hayedo De Los Montes Del Infierno (Piloña)

De bosque endemoniado a bosque encantado

El temor que infundía en el Medievo la selva de hayas, probable origen de su nombre, se vuelve hoy fascinación por su naturaleza

De bosque endemoniado a bosque encantado

El sonoro nombre de Montes del Infierno, probablemente de origen medieval, reflejo del temor y la superstición que entonces suscitaban los bosques, y en particular los situados en parajes de montaña con angosturas, nieblas y "fieras" (el mismo origen tendría el vocablo Moñacos -"demoníacos"- que se aplica a una de las hoces que cortan estos montes y que antiguamente se hacía extensivo a su entorno), designa una popular ruta que discurre por tierras de Piloña y Caso, siguiendo una pista amplia y bien marcada. No obstante, muchos de los montañeros que la frecuentan hacen solo sus dos primeros kilómetros y se desvían luego por el ramal que conduce al pico Vízcares (1.491 metros), la cumbre más alta de Piloña. También acuden a la zona muchas personas sin otro afán que pasar un día de ocio, para comer o merendar en el área recreativa de La Pesanca, localizada nada más entrar en el bosque desde la aldea de Riofabar, y dar luego un paseo por el bosque, generalmente hasta el punto donde se toma el desvío al Vízcares, en el puente del Mercadín, o hasta la Foz del Infierno, que lo sucede.

El hayedo comienza a partir de ese enclave y se extiende hasta el término de la ruta, en la Foz de Moñacos, a unos ocho kilómetros del punto de partida. Es un camino en ascenso sostenido que discurre en su mayor parte bajo la bóveda forestal, siguiendo, inicialmente, el curso del río Infierno y, más adelante, el del arroyo Cubilones. El mirlo acuático europeo, el único paseriforme del continente que bucea, abunda en esas frías y limpias aguas, en las cuales captura larvas de insectos.

Nada más cruzar el puente sobre el arroyo Cubilones, a poco más de cuatro kilómetros de La Pesanca, se entra en uno de los tramos más espectaculares del hayedo, donde es fácil tropezarse con corzos y ciervos (estos últimos tienen cerca zonas de berrea, activas en las primeras semanas del otoño y difíciles de atisbar entre el follaje, pero notorias por los sonoros bramidos de los machos), y, con suerte, con zorros, martas y otros mamíferos forestales. Es, asimismo, un lugar propicio para la observación del picamaderos negro, que cuenta con varios territorios en estos bosques y desde mediados de enero se encuentra en período de celo, evidenciado por sus agudos y repetidos chillidos y por su potente repiqueteo sobre los troncos (tamborileo), dos señales acústicas para atraer pareja y espantar rivales.

La imagen del bosque aún es invernal; la primavera llega tarde a los hayedos. No obstante, ya se han ido o están en fechas de salida las aves invernantes, como el zorzal alirrojo, el pinzón real y el picogordo común (que acuden en número variable de unas temporadas a otras, el último siempre escaso -con la notable excepción de este invierno-, pero los otros dos abundantes algunos años), y, al mismo tiempo, comienzan a aparecer especies estivales tempranas y la avanzada de algunas más tardías, como el águila calzada, una rapaz netamente forestal que caza principalmente pequeños pájaros, en competencia con el azor común, que reside todo el año en el hayedo, aunque éste tiende a piezas más grandes como la paloma torcaz y los córvidos.

Siguiendo la ruta bosque arriba, el hayedo cambia de fisonomía y, conforme se avanza hacia la Foz de Moñacos comienzan a verse numerosos tejos en el cortejo forestal y, una vez en las hoces, también encaramados a los riscos, sujetos por sus poderosas raíces y retorcidos en formas a veces inverosímiles. Sobre los peñascales vuela el avión roquero, recién retornado tras haber pasado el invierno en los valles; esta golondrina de plumaje pardo y beige suele ser más numerosa en la Foz del Infierno, donde también se afican el roquero solitario y, en primavera y verano, el roquero rojo (que no regresa hasta abril).

Desde la Foz de Moñacos, en días despejados, se disfruta de excelentes vistas de todos los Montes del Infierno y del pico Vízcares, sobre el cual vuela habitualmente una pareja de águila real que anida en la zona y que, con suerte, se puede observar en el transcurso de la ruta, junto con los numerosos buitres leonados que patrullan estos montes (con "base" en la cercana colonia de Caso) y los alimoches comunes, primos pequeños del quebrantahuesos, del cual se abatió en la zona un inmaduro en la década de 1930.

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