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Eduardo Méndez Riestra, en su casa de Oviedo.MIKI LÓPEZ

EDUARDO MÉNDEZ RIESTRA | Escritor y gastrónomo

"Soy epicúreo pero contenido, nunca di un disgusto en casa ni me rompí una pierna"

"Ser el gerente de La Máquina en Madrid fue alucinante porque era hacer un restaurante de lujo asturiano donde sólo habíamos tenido hostelería de caleya"

Eduardo Méndez Riestra (Oviedo, 1949) acaba de editar su "Diccionario de cocina y gastronomía", que recoge el saber que ha acumulado en cuatro décadas de escritura gastronómica. Iba a ser catedrático de Francés, pero ni siquiera acabó la carrera porque se le interpusieron cosas más interesantes que fluyeron entre la cultura y la fontanería política en diversos gobiernos socialistas. Dirigió el pabellón de Asturias en la Expo-92 de Sevilla. Jubilado y soltero, vive con su madre.

-¿Se afilió al PC en los tiempos de la Universidad?

-No. Fui compañero de viaje, y la Policía me conocía, pero pensar en recibir órdenes y en que podía acabar en la cárcel por propaganda o reuniones me echaba p'atrás. Admiraba a quienes lo hacían, pero no tuve güevos.

-No acabó la carrera.

-Porque recibía ofertas de todo tipo. Etelvino Vázquez me propuso asociarme a "Caterva" para hacer teatro musical. Yo tocaba la guitarra desde que mi tía se empeñó en que quedaba bien y recibí clases a los 15 años. Canté y toqué con chavales de barrio, entre los que estaba Julio Ramos.

-¿Y su timidez?

-De niño mis padres me hacían cantar ante las visitas, pero lo hacía desde la habitación de al lado. En el teatro salía con la cara pintada y un gran sombrero.

-¿Qué tal la farándula?

-Lo pasé pipa por la vida después de la función. En 1974 hicimos temporada en el teatro Alfil de Madrid, un "Ubu rey" con Nacho Martínez de rey y Javier del Otero, travestido, de reina. Llevaba un collar y se tocaba el cuello como hacía Carmen Polo. La actriz Antolina -una mujer muy desparramada de Gijón que luego se casó con un rey africano que acabó cambiándola por unas vacas y ahora vive en Suecia- decía: "Una es muy franca y muy derecha". Nos multaron con 100.000 pesetas.

-Libró la mili a los 26 años.

-Me tocó Marina, fui a El Ferrol y un amigo me dijo que alegara algo. Había tenido úlcera de estómago. En el reconocimiento me hicieron tantas radiografías que me acojoné, pensando que me habían descubierto algo raro. Libré por úlcera de duodeno. Me vi libre en El Ferrol con el dinero que me había dado la familia y fui a comer al mejor restaurante.

-¿Y volvió a casa?

-Me instalé cinco años en Gijón, donde teníamos un piso que apenas usábamos. Le traducía libros del francés a Silverio Cañada y le escribía voces para la "Gran Enciclopedia Asturiana".

-¿Y los cobraba?

-A tocateja. Me pagaba muy bien por leer y sin horario. Fuimos muy amigos y era un tío genial. Por ese fluir dejé la carrera a pocas asignaturas del final. Viví como un situacionista y pensé que seguiría fluyendo.

-Epicúreo.

-Pero contenido. Vengo de una familia austera y ordenada y nunca di un disgusto en casa, mi padre nunca tuvo que sacarme de la cárcel ni me rompí una pierna.

-Vivía de escribir.

-Desde 1978 escribía de temas gastronómicos para el Club del Gourmet de Madrid. Colaboré en "Asturias Diario" y Juan Cueto me integró en la redacción de "Cuadernos del Norte", donde se cobraba poco y parecía que tenías que estar agradecido de publicar. Juan fue muy generoso hasta que nos distanciamos porque se fue a Madrid. Pensé que me llevaría, pero no me valoró, por lo que fuera. Podría haber sido directivo de Canal Plus. Guardo el mejor recuerdo de él.

-En 1980 ganó el premio "Casino de Mieres" de novela.

-Aparecía en textos como escritor joven. En "Viage de los cavalleros sin rostro" tenía ganas de desquitarme con Oviedo, a la que llamaba Rigordia, y dos sujetos conocidos la pusieron a caldo, un miserable, con seudónimo. Me alivió que tuve amigos que salieron en mi defensa. No sé si el novelín es bueno o malo.

-"Comer en Asturias".

-Fue un pequeño best-seller porque no había literatura gastronómica ni guía, y a raíz de eso un amigo que conservo, Javier Batalla, me ofreció una página en "La Voz de Asturias" que era insólita. A raíz de eso conocí a Monchi González, de La Máquina, que tenía la oferta de abrir en Madrid y me ofreció la gerencia. Al socio capitalista Carlos López Tejedor, dueño del Grupo La Máquina, que hoy tiene diecisiete establecimientos, le entré por el ojo derecho y puso en mis manos una aventura alucinante: hacer lo que quisiera en un restaurante de lujo en Madrid, donde Asturias sólo había tenido hostelería de caleya.

-¿Qué tal fue?

-Preveían pérdidas durante un año y se llenó desde el primer día. Yo diseñaba los menús y tenía a cuarenta personas a mis órdenes. Cuando los socios se sintieron seguros empezaron a querer mangonear de tal manera que Monchi rompió la sociedad y yo quedé desprotegido. Me respetaron y me prometieron una participación, pero fui rebajando mi participación, pusieron un director nuevo que ni me presentaron y acabé rompiendo la relación.

-¿Qué aprendió ahí?

-Conocí el mundo de la empresa, en el que hay una disciplina y vale más no plantear batalla. A los 33 años empecé a cotizar a la Seguridad Social. Después de un tiempo con un sueldo digno, un apartamento de lujo y una vida muelle volví con lo puesto y con un mechero Dupont de oro y laca, regalo de Tejedor.

-¿Por qué?

-Él estaba divorciado, tenía un chalé en las afueras de Madrid y, como se aburría, reunía a su docena de gerentes a pasar el fin de semana con él. Fui una vez por Navidades y no volví. Los demás tuvieron su paga de beneficios, pero yo acababa de llegar y me regaló el mechero.

-Su fluir se accidentó.

-No. A Javier Antón, de Casa Conrado, que estaba en edad de ocupar un espacio que no tenía en la familia, se le ocurrió algo fantástico: una fábrica de ultracongelados. Fuimos a París, se lo curró de cine, levantó una fábrica de productos de la hostia y rentable, pero no teníamos red de frío ni encontramos un socio.

-¿Cuánto duró?

-No llegó a un año. Nos fuimos de Navidad, marchó la luz y al volver encontramos una montaña de moho. Cuando empezaba a estar preocupado me llamó Bernardo Fernández, amigo de Facultad y entonces consejero de la Presidencia.

-¿Qué le encargó?

-Ser coordinador general de publicidad. El Principado movía mucho dinero en eso y la llevaban dos señoras que me lloraron desconsoladas porque les arruinaba la vida. Luego se creó la figura del jefe de gabinete con miedo a la oposición. Aún había consejerías en un piso y despachos de consejero en una habitación. Nadie dijo nada.

-¿Qué tal con Bernardo?

-Fue el mejor jefe y el mejor amigo. Mantenemos la amistad incondicional aunque no nos vemos desde hace años. Cuando hace falta lo demuestra, pero no frecuentemente. Es un poco rarín.

-¿Y usted?

-Me vuelco con los amigos, a veces me defraudan y no pasa nada. Conservaría las amistades hasta la muerte. Me llaman y pierdo el culo. Soy tan fácil que nunca ligué, siempre me ligaron.

-¿Qué tal le fue en ligues?

-Muy bien, era un tipo guapete, con atractivo y tenía amigas.

-¿Y ahora?

-Estoy a otras cosas, pero tuve amigas en Gijón que me dieron la vida. Están un poco distanciadas porque la vida a los demás los hace cambiar. A mí, no. Salvo en política, soy conservador.

-Militó en el PSOE.

-En la Consejería de Presidencia tenía al lado a Marcela Zapico, buena amiga. Había mucha relación con Nicanor Fernández. Un día dijo: "Marcela, Eduardo está con nosotros, hace lo que nosotros pero no milita en el partido como nosotros". Ni había estado afiliado ni tenía interés, pero me pareció razonable.

-¿Cómo le fue?

-En el Partido Socialista no había ningún interés en mí ni en nadie porque se miraba mal a los que llegaban. Andando los años dejé de pagar la cuota y en 1995 recibí una carta certificada y con acuse de recibo. La devolví sin abrirla pensando que era mi expulsión. Escribí a Luis Martínez Noval, secretario general de la FSA, contándole que era socialdemócrata de corazón y de familia, pero que el partido era muy sectario y no dejaba ningún espacio a la participación. Le dije que dimitía esperando que no aceptara mi dimisión, como le corresponde por los estatutos.

-¿Qué le contestó?

-Dijo que respondía para que viera que me tenía en toda consideración personal. Me daba la razón respecto a la poca participación, que él iba a arreglar, pero, con todo cinismo, escribió que no sabía nada de que el partido en Oviedo estuviera controlado por un sindicato. Me dijo que tendría las puertas abiertas para volver cuando quisiera. Puente de plata.

-Llevó el pabellón de Asturias en la Expo-92 de Sevilla.

-Una aventura donde se demostró que desde Asturias se puede vender la comunidad. Tuve al gran aliado Chus Quirós. Jacinto Pellón, presidente de la Sociedad Estatal Expo-92, y representantes de otras comunidades coincidieron en que hubieran querido el pabellón de Asturias.

-¿Cómo trabajó con Chus?

-Le di un esquema de lo que quería, que me dijo que coincidía con lo que él tenía en la cabeza. Lo materializó con bocetos que no hizo él y que nos entusiasmaron. Pretendía que lo contratásemos a él, pero Chus siempre hacía agua en la plasmación. Hubo que atarlo corto. Hubo un concurso restringido en el que se imponía que hicieran el proyecto de Chus y lo ganó Procoin. Contrataron a Chus y al final ni se hablaban.

-¿Su año en Sevilla?

-Era Hollywood. Todo el equipo fuimos conscientes de que eso no se repetiría nunca en la vida.

-Volvió a su sitio con otro presidente de Gobierno.

-Juan Luis Rodríguez-Vigil, muy perspicaz, montó "Orígenes". A punto de la inauguración entró en una fase conflictiva y tuvo la feliz idea, para mí, de contratarme de gerente. Fue muy guapa, duró un año, tuvo buena respuesta y el Ayuntamiento de Oviedo se ausentó, pero la sangre no llego al río.

-"Petromocho", Vigil dimite y José Ángel Fernández Villa hace su "limpieza general".

-Hubo un rumor de que Plácido Arango quería cambiar la dirección de los premios "Príncipe de Asturias" con Bernardo Fernández, pero no fue así.

-Usted tenía 45 años.

-Y nada. Retomé mi vida intelectual centrado en la gastronomía, pero había perdido el tren.

-¿Quedó sin ofertas?

-Llamé alguna puerta y me dieron calabazas quienes no pensaba. Silverio Cañada, mi editor, estaba con los problemas de la constructora y pasé a Trea.

-Le recuperó el presidente Antonio Trevín.

-Para hacer una escuela de hostelería en Gijón. Vi las escuelas de Paul Bocusse en Francia y la de Montreux (Suiza), presenté un proyecto de escuela muy ambiciosa, como lo que luego hicieron en el Basque Culinary Center. Trevín perdió las elecciones y llegó Sergio Marqués.

-Otra vez en la calle.

-En el Ayuntamiento de Gijón pensaron en mí como jefe de relaciones institucionales por el trabajo que había hecho en la Expo-92. Javier Rodríguez, jefe de gabinete de la Alcaldía, se lo vendió a Pedro Sanjurjo. Iba a ser la persona que representara la imagen del Ayuntamiento, pero quedé como jefe de protocolo de la Alcaldesa, creo que por envidia de concejales y tropa variada. Hasta que Mercedes Álvarez, concejala de Cultura, fue nombrada consejera de Cultura y contó conmigo para ser jefe de gabinete. De ahí me jubilé en 2014. Tuve muchos trabajos sin buscar ninguno. Eran otros tiempos. Ya nadie llama a nadie.

-¿Qué tal siente que le trató la vida hasta ahora?

-Bien. Salvo por la muerte de mi hermana Kely, pintora, no me dio mayores disgustos. Mi padre murió octogenario en 2003 y mi madre va para 94 años. Con Kely estaba muy compenetrado.

-Pero no las vio crecer por la diferencia de edad.

-Los dos me dicen que no me veían, pero hice un poco de padre cuando estaba en casa. Mi sobrina y ahijada, Cristina, es muy cariñosa. Es arquitecta y le interesa la dirección de arte en cine. Tiene 27 años y ha hecho su primer trabajo en "Fariña". Mis dos cuñados son como hermanos. Pero echo de menos a Kely y le tengo que agradecer que estaba muy metida en el zen y me lo hizo descubrir. Es una visión del mundo que deberíamos tener todos.

-¿Por qué?

-Me resbalan las cosas más que antes y, a la vez, tienes conciencia de que estás aquí. No sé qué es una depresión. Me vino bien porque había cosas que me alteraban. No soy competitivo, pero el mundo lo es y lo sufres y es bueno desarrollar piel de elefante. Lo peor del zen es la renuncia a todo, que ni la practico ni sabría.

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