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Somiedo Soñado | 3

Cuando la osa "Vanesa" salvó a toda su especie en Asturias

La Mochada, en cuyas altas canales la osa "Vanesa" fue observada por el presidente Pedro de Silva. VÍCTOR M. VÁZQUEZ

Es posible que pocas personas conozcan la determinación clara por la conservación del oso pardo, que el presidente Pedro de Silva adoptó en pleno Somiedo, en uno de los momentos iniciales de la gestión del primero de nuestros Parques Naturales. Él dice que fue en su despacho de la Presidencia del Gobierno y yo, sin embargo, pienso que fue en un fortuito encuentro en un pasillo del edificio de la calle ovetense de Suárez de la Riva, cuándo me planteó las siguientes cuestiones. ¿Qué me puedes contar sobre nuestros osos? ¿Crees que estamos a tiempo de salvarlos de la extinción? ¿Crees que merece la pena? Y alguna otra pregunta que ya no recuerdo bien.

Mi trabajo en aquel entonces, creo que eran los primeros meses de 1990, consistía en desarrollar múltiples tareas en la fontanería del presidente asturiano, bajo la férrea batuta del jefe de gabinete, Nicanor Fernández, que me había incorporado a su equipo allá por febrero del año anterior.

Conociendo una de las grandes debilidades de Pedro, que no era sino la de recoger el guante ante cualquier reto, le contesté con aparente firmeza mientras temblaba por mí osadía: "Lo que sé y conozco te lo pasaré en un dosier, pero si quieres hablar de la realidad de nuestros osos lo podemos hacer en el monte, viéndolos. Pero con la condición de que sea, donde diga yo, cuando diga yo y con quien diga yo". Ni que decir tiene que el guante fue recogido con la absoluta caballerosidad que hubiera desplegado un mosquetero a la hora de defender el honor de una dama.

Una osa tullida y un mirador

La verdad es que yo iba de farol. Por aquellos años los osos no eran fáciles de ver y, aunque sabía que se estaba observando una osa en Somiedo que tenía tres esbardos, busqué el momento y organicé la expedición. El Presidente demostró ser el hombre disciplinado que era y cumplió con su compromiso de acudir cuando yo diera la orden. Tras un primer intento realizado en uno de esos hermosísimos días de la montaña somedana, con gran madrugón y paseo hasta la braña de Mumián incluida, todo ello en ambiente de gran camaradería, en compañía de Carlos Nores, Guillermo Palomero, Javier Naves, y el entonces alcalde, Aurelio Álvarez, la osa no se dejó ver. Esto no significó otra cosa que la de quedar emplazados para una siguiente visita en una o dos semanas.

Subyacía en el fondo la reciente aprobación del Catálogo Regional de Especies Amenazadas de la Fauna Vertebrada del Principado de Asturias, en la que el oso pardo ocupaba la máxima categoría de protección al ser declarado como "especie en peligro de extinción", para la que había que redactar el correspondiente Plan de Recuperación. El presidente De Silva no era reacio a esta protección, pero albergaba ciertas dudas que le trasmitían algunos de sus consejeros, de ahí aquel interrogatorio en la casa noble al que me referí con anterioridad. Para la segunda visita, Pedro citó, a las seis en punto de la mañana, en Pola de Somiedo, al consejero de la Presidencia, Bernardo Fernández, y al director de la Agencia de Medio Ambiente, Antonio Suárez Marcos; el resto de la expedición éramos los mismos de la vez anterior.

Aquella mañana de primavera tardía caían continuos aguaceros tormentosos. Apenas pudimos hacer alguna observación y estuvimos varias horas guarecidos en una cuadra-pajar en ruinas, sentados en los travesaños, pues el suelo era un lodazal y del segundo piso apenas quedaban restos del tablero y algo de hierba. Buscábamos a la osa en las canales altas de La Mochada, que era por donde se la había visto en los últimos días y donde suponíamos que tenía la osera. Tras una infructuosa mañana en lo meramente osuno, pero de grandes debates y alguna observación de otra fauna interesante, comimos y nos retiramos a descansar.

A media tarde había dejado de llover, el tiempo estaba estable, la visibilidad era buena, así que decidimos subir hacia Caunedo y desde allí por un sendero dirigirnos frente a Gúa, para poder echar una mirada rápida a las mismas canales. Y se obró el milagro, la osa "Vanesa" -a la que, por cierto, se la reconocía bien porque le faltaba una pata- se alimentaba en la hierba de la peña mientras los oseznos jugaban entre ellos. Las caras de felicidad y las sonrisas se intercambiaban entre los presentes hasta que oscureció o casi, no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que el Presidente, dirigiéndose a los presentes, sentenció: "Os voy a aprobar el Plan de Recuperación del Oso en Asturias". Personalmente no me atreví a decir nada por un súbito ataque de timidez, pero creo que en el fondo, y Pedro lo sabe, me sentí orgulloso de mi modesta contribución.

El lugar de la observación, un pequeño abrigo en el roquedo calcáreo, en honor a Pedro de Silva, se conoce con el neologismo toponímico de Mirador del Presidente, entre naturalistas, montañeros, profesionales de la biología y turistas, aunque muchos de ellos no saben el porqué de este nombre ni a quién está dedicado. En febrero de 1991, en el Boletín Oficial del Principado de Asturias, veía la luz nuestro Plan de Recuperación del Oso Pardo, cuyos frutos, hoy en día, son más que evidentes.

Un Príncipe y otro mirador

En los despachos del gabinete del Presidente, en aquella época pretecnológica del milenio pasado, había instalados unos interfonos que cuando sonaban podían ser una llamada del Jefe de Gabinete o del propio Jefe supremo, pues entre los compañeros solíamos optar por la visita al despacho

El sonido, una especie de bocinazo, elevaba la tensión, al menos la mía, porque era el anuncio de algún marrón. No sé cuál fue el día, ni tiene ningún interés, aunque sería a principios de octubre de 1990. El Jefe Fernández habló al otro lado de aquel cachivache, "Vázquez, Vázquez -esta repetición del apellido era buena señal-, estamos pensando el Presidente y yo en proponer a la Fundación Príncipe de Asturias, a Graciano, una visita de SAR (Su Alteza Real) al Parque Natural de Somiedo en el entorno de los Premios. No me contestes ahora qué te parece, valóralo y piensa que si vamos qué podríamos hacer. Sube a verme cuando lo tengas claro".

Conociendo al Presidente y su afecto por Somiedo, comprendí que la decisión estaba tomada, y claramente yo la apoyaba; mi cabeza entró en ebullición y al cabo de un rato accedí a la planta noble, a la antesala del Presidente en la que Nicanor Fernández tenía asentados sus reales. La idea magnífica, le dije, pero yo creo, que al igual que en el Parque de Covadonga hicieron sus bisabuelos, la visita, para que perviva, debería dejar un topónimo, un buen mirador, por ejemplo; debería conocer el mundo de los vaqueiros y transitar tranquilamente por una braña hablando con sus gentes. Creo que La Peral podría ser el lugar ideal, apostillé. "Ven, vamos a hablar con el Presidente", me dijo.

El primer inconveniente podría ser la distancia, porque cuando me preguntaron si podría llegar en helicóptero, les recordé que el vuelo -salvo cuestiones de salvamento o de vigilancia policial- lo prohibían las normas de Parque Natural. Al final optamos por proponer un aterrizaje en el campo de fútbol de Belmonte y continuar en coche hasta La Pola.

A Graciano García la idea no le desagradó y organizamos una primera visita para localizar exteriores, allí estábamos, entre otros, Ignacio Martínez, secretario de la Fundación Príncipe; Nicanor Fernández; Carlos Fuente -nuestro Jefe de Protocolo- y yo mismo. Tras decidir una visita al Ayuntamiento y una firma para inaugurar el Libro de Honor del Parque Natural que estaban confeccionando las Pelayas, subimos hacia el Puerto, pues había una idea de construir un pequeño mirador en un sobre ancho de la carretera.

Ciertamente el lugar no nos convenció por pequeño, porque apenas podrían aparcar tres coches y alguna que otra objeción de índole menor. Mientras cavilábamos, me acerqué a Nicanor y le dije, fíjate en aquel pequeño montículo que está en el centro del valle, ese es el sitio.

A Ignacio Alonso, arquitecto de la consejería de Cultura y hoy en día director de nuestro Museo Arqueológico, le encomendaron, el diseño y dirección de obra del que sería el Mirador del Príncipe; en el llamado alto de El Cuerno, junto a La Peral; a Carlos Fuente y a mí, el diseño y organización de la visita.

La climatología, como aliándose con alguna fuerza negativa, se puso en contra. La cuadrilla de operarios de TRAGSA que construía el mirador, se encontró con que el hormigón apenas fraguaba, simplemente porque nevaba sin parar y el frío era, absolutamente, insoportable. En aquel ambiente hostil, las reuniones con los vecinos se celebraban en la pequeña capilla de la braña, barro por todas partes, agua por doquier y Carlos Fuente, y yo a su lado, desde el altar comunicaba a aquellas gentes que iba a llegar un Príncipe.

El 20 de octubre de 1990, se obró el milagro. El día amaneció absolutamente despejado y La Peral estaba rodeada de todos los colores con los que el otoño somedano se engalana. Los periodistas acreditados no salían de su asombro. Don Felipe llegó a La Peral en un vehículo todoterreno conducido por Pedro de Silva. La braña estaba a rebosar de vecinos y vecinas, y se inició un paseo por su entorno. En un primer momento la comitiva se acercó al Mirador donde se retiró una bandera que cubría una placa conmemorativa. Más tarde, en la entrada al valle del Trabanco, en una de las más bellas "cabanas de teito", propiedad del entonces concejal y vecino de Caunedo, Sabino Marrón, -tristemente desaparecido hace unos días- se le ofreció al Príncipe de Asturias una degustación de los productos de la zona. La partida, desde el Puerto, ya en territorio leonés, dejó en los somedanos un sentimiento dual de felicidad y tristeza.

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