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Una cita histórica en Covadonga | La triple conmemoración de 2018

El Reino de Asturias quiere dejar de ser mito

Los especialistas reclaman desterrar lecturas legendarias como la de la resistencia de Pelayo y realizar más estudios arqueológicos

Iglesia prerrománica de San Miguel de Lillo. MIKI LÓPEZ

El congreso internacional "1.300 aniversario del origen del Reino de Asturias. Del fin de la Antigüedad Tardía a la Alta Edad Media en la Península Ibérica (650-900)", que se celebró esta semana en el Museo Arqueológico de Asturias, ha servido para poner en común distintas líneas de investigación en torno a la época, para dar a conocer trabajos sugerentes que abren nuevas posibilidades de exploración del pasado, y también como advertencia de las carencias y necesidades en el conocimiento de la historia.

César García de Castro, uno de los grandes protagonistas del congreso, incidió en la necesidad de desterrar las visiones míticas en la conferencia de clausura, centrada en la batalla de Covadonga y la figura de Pelayo. El arqueólogo puso el acento en las concomitancias entre el relato de la defensa al invasor musulmán y ciertos pasajes bíblicos, y profundizó en las esquiva figura del caudillo astur. Ciertamente, si se pone en una balanza lo que sabemos de Pelayo y lo que no, la deuda siempre saldrá a deber. El fundador del Reino de Asturias podría ser un noble visigodo, el hijo de un jefe local, un soldado sin señor, un mercenario o un funcionario del "Ministerio del Tiempo" condenado a convertirse en leyenda por un accidente. Tenemos casi los mismos argumentos para defender cada una de estas teorías. Esto es: ninguno.

Del mismo modo, el conocimiento sobre aquella Asturias -o más concretamente "Asturia", como precisó Ángel Ocejo en su ponencia- es más que deficiente, aunque cada vez está más claro que no era un erial, y que tampoco el mito de la región inconquistable, nunca doblegada, nunca rota, se sostiene. Los indicios de que había cierto grado de romanización son cada vez más consistentes, como también que había una continuidad en estructuras y núcleos de poder entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media.

Pocos yacimientos son tan expresivos a este respecto como el castillo de Gauzón, que dirigen Iván Muñiz y Alejandro García Álvarez-Busto y cuyo último fruto, un taller metalúrgico artesanal que funcionó entre los siglos VIII y X, se dio a conocer en el congreso. Una segunda fortaleza, la de Tudela en Olloniego, resulta especialmente prometedora para avanzar en el conocimiento de la estructuración del territorio del centro de Asturias entre el siglo IX y el XV, teniendo en cuenta además una posible derivada: la posibilidad de que hubiera una estructura tardoantigua previa.

Numerosas lagunas

Aparte de templos y fortalezas, pocas estructuras están aportando tanta información como los cementerios. Feliz coincidencia, en los mismos días del congreso la Universidad de Oviedo dio a conocer el hallazgo de un horno de la Edad de Bronce en la excavación que Margarita Fernández Mier dirige en la necrópolis de Linares (Belmonte de Miranda), del siglo X. De nuevo se documenta una continuidad entre la Antigüedad (en este caso de hace cuatro mil años) hasta la época del Reino de Asturias.

Al escribir la historia de Asturias, las lagunas son numerosas. Una de las más profundas, la de época visigoda. Otra necrópolis, la de Argandenes, en Piloña, cuyas excavaciones dirige Rogelio Estrada, puede suponer un avance notable en el conocimiento de la época. El ajuar recuperado en el yacimiento, su conexión con un edículo y su posible proximidad a una vía secundaria resultan más que prometedoras.

Se hacen avances, pero seguimos sabiendo poco de aquella sociedad que hubo de afrontar la invasión musulmana, 1.300 años atrás. No sabemos hasta qué punto había penetrado el "Ordo Gothorum" en la región, ni si lo que había era una continuidad directa de las estructuras romanas, lo que podría indicar que Asturias estaba profundamente romanizada. De hecho, podría defenderse la idea de Pelayo como un Muad'Dib del Medievo, sólo que en vez de perseguir una estirpe de guerreros como había hecho el heredero Atreides imaginado por Frank Herbert en su novela "Dune", el caudillo astur habría buscado refugio en un territorio cuyas estructuras -sociales, administrativas, ciudadanas, incluso defensivas- que pudieran oponerse al tsunami Omeya. Y habría casi tantos argumentos como para cualquier otra alternativa.

Lo que ha quedado claro es que poco más se podrá sacar de las crónicas, aunque relecturas atentas como la de Ángel Ocejo sobre la transición de "Asturia" a "Asturias" pueden aportar precisiones sobre un proyecto político, el de Alfonso II, que parece sostener todo lo demás: lo que pasó antes y lo que habría de venir después. Y por parte del análisis estilístico de los monumentos, ponderado a la luz de los hallazgos arqueológicos, los resultados más relevantes vuelven a surgir de la confrontación del Prerrománico con lo que se estaba haciendo en otras regiones.

En este ámbito emerge la figura de Paulo Almeida Fernandes, cuya tesis doctoral, aporta una refrescante visión de la expansión del reino asturleonés hacia Portugal y de la colonización de ciertos territorios.

Mas la solución a todos estos enigmas está bajo tierra. César García de Castro y Sergio Ríos apuntaron en esa dirección al revelar dos sondeos en Santullano, uno al exterior y otro en el interior, que certifican la presencia de restos altomedievales en el entorno de la iglesia. Hay que excavar en San Julián de los Prados, pero también en el Naranco y en otros enclaves como Santianes de Pravia. El problema es la falta de un plan global.

Hasta ahora, y a la espera de que el "Libro blanco del Prerrománico" que prepara el Principado aporte un proyecto de calado, los avances son limitados y se deben casi exclusivamente a la implicación de algunos ayuntamientos, de unas pocas asociaciones y de arqueólogos que trabajan casi por amor al arte.

En paralelo al congreso, Rogelio Estrada dirigía en la ría de Villaviciosa la excavación del camino entre San Martín del Mar y la isla del Monasterio, donde las crónicas indican que había un cenobio en época de Alfonso III. La impulsa una asociación, Cubera, y se limita al entorno del islote porque, al ser de propiedad privada, no se puede acceder al interior. Es un caso paradigmático por muchas razones: por los problemas administrativos que tuvo que vencer Estrada para poder trabajar en la ría, por la ausencia de ayudas, por el entusiasmo de un colectivo y un arqueólogo dispuestos a luchar contra viento y marea, y también por la complejidad de excavar en terrenos privados. La solución a esta última cuestión ha de partir también de la administración, que tiene que ofrecer contrapartidas a los propietarios para que permitan hacer sondeos y excavaciones. Si en verdad se quiere transmitir que tienen un tesoro bajo sus tierras, no puede ser que esos bienes, esa riqueza, les penalicen.

Para hacer la transición del mito al hecho, de la leyenda a la historia, es preciso que haya un apoyo sólido de la administración, que se traduzca en fondos pero también en un mayor respaldo para los profesionales y en el interés por forjar alianzas con otros posibles implicados. Porque la verdad para resolver el "Expediente X" del Reino de Asturias no está ahí fuera, sino ahí abajo. Sólo hay que hacer agujeros.

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