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Solos en casa, arropados en el pueblo

Un estudio revela que los mayores están más felices y acompañados en el medio rural "Es nuestro sitio", afirman dos nonagenarias enraizadas en una aldea de Grado

Micaela Álvarez, en la terraza de su casa de Llamas, junto a los geranios que ella misma cuida. R. L. M.

Micaela Álvarez tiene preparada ensaladilla rusa para hoy. Cada domingo reúne a sus hijos, o parte de ellos en su casa de Llamas (Grado), donde vive sola a sus 93 años recién cumplidos. Tierna, tiene en sus ojos marcados el dolor de haber enterrado a tres hijos, pero la vitalidad que le imprimió ser una luchadora desde sus orígenes, también se desprende de esa mirada lúcida que esconde coqueta detrás de unas gafas de Tous. Es el pueblo, su casa, donde Micaela se siente feliz, segura y arropada, por eso reconoce que es una privilegiada a pesar de los golpes que a ella tan bien le ha asestado injustamente la vida. ¿El peor de ellos? Cuando se suicidó su hijo Julio. "Tenía 44 años, habíamos ido a hacer la compra a Grado el día anterior. Compró el cartón de tabaco, como siempre y sin más decidió marcharse. Sólo él sabe la pena que tenía", y a Micaela se le encharcan los ojos, que limpia con un pañuelín de tela de los que todavía hay quien plancha y llevan bordados de flores en una esquina. Pero Micaela supo reponerse a ese golpe, y a la muerte de su marido y de dos hijos más. "Mi hermano me dijo que la pena es como una enfermedad que hay que curar. Pasa y vives con ella", relata. Y el dolor se hace crónico, pero llevadero. ¿El día más feliz? "Cuando nos pusieron el agua corriente y vi salir el chorro por el grifo. Una estaba ya cansada de ir a lavar la ropa al río". Así que como para decirle ahora que se vaya a vivir con uno de sus hijos a Oviedo o a Alicante. "Yo siempre fui un poco rebelde", asegura con media sonrisa y entrelaza las manos sobre su falda impecable, para sentenciar en una frase llena de verdad que "este es mi sitio, mi casa".

El veinte por ciento de nuestros mayores vive en condiciones muy deficientes, en muchos casos solos y en hogares donde tienen problemas de acceso debido a que no disponen de ascensor y tampoco de calefacción. Son las conclusiones de un estudio elaborado por el Observatorio Social "La Caixa" y que también apunta que en la zona rural nuestros abuelos viven mejor, principalmente porque en las localidades pequeñas los vecinos se arropan y se ayudan entre sí, y la vejez se hace más llevadera, más tranquila, menos solitaria y más solidaria.

Y dándole la razón al estudio que analiza cómo viven nuestros mayores y que ensalza los beneficios de hacerlo en la zona rural está Julia Álvarez Díaz, vecina también de Llamas, y que a sus 89 años asegura que "vivo muy bien y muy feliz, como en el pueblo en ningún sitio". Y lo dice una mujer que sale a la puerta de su casa envuelta por el olor del pan recién horneado. El suyo, una tradición que sigue manteniendo, que de vez en cuando aun se atreve a picar la leña para no pasar frío y a atizar la cocina y que cuando se aburre marcha a buscar avellanas. "En el pueblo siempre hay algo que hacer", relata con la mirada serena, esa que aportan los años vividos y la experiencia.

A Julia lo que le da la vida es dedicarse un poco a la huerta si el día acompaña o "simplemente descansar". Merecido lo tiene esta mujer que se dedicó toda la vida a las labores de labranza y al cuidado de su familia, ese trabajo tan poco reconocido en la sociedad pero que le ha dejado las marcas en sus manos y en su piel. Una mujer dedicada a su casa y a los suyos, que se considera una afortunada, como Micaela, por poder envejecer en su pueblo, sin ascensores, sin barreras arquitectónicas y al calor de sus vecinos y familia. "Se que si un día me pasa algo estoy acompañada", asegura Micaela Álvarez, que es, sin saberlo, un ejemplo de los mayores de sesenta y cinco años que viven solos en el medio rural asturiano y dice que en Llamas, son legión. Solos pero acompañados.

La vejez llega poco a poco, sigilosa, y va metiéndose en las articulaciones haciendo el paso más lento y condicionando la vida de quienes, como Julia y Micaela, quieren seguir viviendo en sus casas. Por eso la ayuda de las asistentas de atención domiciliaria, un servicio que ofrecen los ayuntamientos, valen y mucho. Aunque luego Micaela no se aguante y acaba pasando la fregona otra vez por toda la casa, aunque Loli, su cuidadora, lo haya hecho justo ayer. "Y muy bien, pero una hora le da para poco. Plancha, me limpia los cristales y me ayuda en las tareas que para mi ya son más complicadas", reconoce. El domingo pasado los hijos, nietos y biznietos de Micaela Álvarez quisieron llevarla a comer fuera, a celebrar su 93 cumpleaños, pero ella se puso su mandil y cocinó "nada, poca cosa, guisé un rollo de carne, hice la ensaladilla rusa y esta vez no hice ni arroz con leche, ni flan porque trajeron ellos la tarta", sentencia. Y la matriarca quiso comer en su casa, rodeada de los suyos, donde espera quedarse a vivir siempre. Y en casa comieron todos. Su hija Belén Suárez pasa todo los días a visitarla, a comprobar que su madre está bien. Y Micaela, se ríe y le agradece el gesto a su hija "no me deja sola ni un minuto". Ganadera, madre, hortelana, abuela y bisabuela ahora reconoce que ya no le gusta pasear. "Siéntome a ver a las gallinas y soy feliz", asegura. Micaela está en casa.

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